22 de julio de 2009

Disco Lolladoff - El Oopart que no fue

Disco Lolladoff
El Oopart que no fue
Débora Goldstern





La historia de los discos dropas o dzopas, es una de las más atractivas a la hora de asociar la visita en el pasado de la tierra, de civilizaciones extraterrestres descendiendo en nuestro planeta. Sin embargo el propósito de este post no es desarrollar este tema, conocida de sobra por los internautas, sino referirnos a uno de sus componentes que siempre estuvo asociado al ya conocido Roswell Chino, hablamos del disco Lolladoff. La información sobre este objeto circula desde hace unos cuantos años, y siempre se lo señala como una prueba de las supuestas visitas aliens en el Tíbet. También integra el catálogo de oopart famosos, que son aquellos objetos que no clasifican en la historia conocida. Cualquier búsqueda que involucre al disco Lolladof dirá siempre lo mismo: que constituye una prueba de la existencia de vida extraterrestre en nuestro pasado, originario de Nepal, etc, etc.

Lamentablemente en estas reseñas calcadas, unas a otras, pasan por alto un detalle significativo ya que de este disco, sólo se empezó a saber con la publicación de un libro, “Los dioses del sol en el exilio: secretos de los Dzopa del Tíbet”, firmado por Karyl Robin-Evans, editado en 1978. Pero no es lo único. Además de Robin-Evans, el libro llevaba la firma de D.Phil y David Agamon. Valga decir que el relato se presentaba como un testimonio real, de un supuesto profesor inglés, Robin-Evan, quién no solo tuvo este disco en sus manos sino que además conoció el secreto de los Dropas o Dzopas, conviviendo con ellos en una región desconocida del Tíbet.

Casi diez años después, en 1988, se descubriría que la fantástica aventura del profesor inglés, salió de la imaginación de
David Agamon, quién dijo haber inventado la historia. Con lo cual el disco Lolladof, no tendría razón de ser, más que la tomadura de pelo de su autor a un público siempre ávido de estos relatos. Sin embargo cuando una narración resulta atractiva pocos quieren dejarla ir, máxime aquellos que se dedican a desinformar a sabiendas de esta ingenuidad que muchas veces la red potencia, por eso desde Crónica Subterránea quisimos repasar este lado oscuro del asunto Dropa, sin descartar “los otros discos”, de los cuales si hay grandes posibilidades que sean una realidad, pero de eso hablaremos más adelante.

Cuando buscaba información para realizar el post, me topé con una entrevista del mayor
Robert Dean, que data de febrero de este año, donde en un largo coloquio con la gente del Proyecto Camelot, menciona al disco Lolladoff. Al leer las impresiones de este mayor retirado de la OTAN, que desde hace unos años viene denunciado el ocultamiento extraterrestre por parte de las élites gobernantes, me sorprendió los datos ofrecidos, y que demuestra lo fácil que es caer en las redes de la desinformación cuando no se chequean las fuentes.


Vayamos al párrafo y meditemos:

Yo quería entrar en el Museo de Berlín, pero estaba en Berlín Oriental, ya que tenía la placa LOLLADOFF en ella. Que es una anomalía, y que es dinamita.
Bill: ¿Como se llama – de Nuevo (por favor)?
Bob: Lolladoff.
Bill: El plato/placa Lolladoff.
Kerry: ¿Y cual es la importancia de ella?
Bob: Es el nombre de un arqueólogo ruso que la trajo de vuelta desde el Tíbet.
Bill: OK.
Bob: Antes de que la Segunda Guerra Mundial comenzara.
Kerry: ¿Y cuando esta fechada/o cual es su antigüedad?
Bob: No pueden fecharla, querida. Es una sustancia metálica que no pueden ni siquiera considerar lo que es.
Kerry: Oooh.
Bill: Cosas asi no puede tener fecha. Son inorgánicas.
Bob: He mostrado la placa Lolladoff en mis presentaciones varias veces y tengo una diapositiva de la misma.
Bill: Me gustaría chequearla/verla.
Bob: Lo que voy a estar encantado de compartir con ustedes. Puedo obtener una impresión de la misma. Pero el punto es que, la placa Lolladoff era una anomalía con un pequeño (alien) gris en ella misma y símbolos por todos lados.
Bill: OK.
Bob: Lolladoff la trajo desde el Tíbet alrededor de 1930 o en algún tiempo en ese entonces. Y eso esta en el Museo de Berlín, en el Este de Berlín. Bueno, ahora es solo Berlin. Pero yo no podía viajar a Berlin, incluso cuando estuve allí porque yo tenía pase Cósmico.

Analicemos las frases:

Dice que la placa es de antes de la segunda guerra mundial, habla de un arqueólogo ruso, Lolladoff, que se supone consiguió la placa placa, en el siempre imposible Tíbet, lugar “top”, cuando se quiere excitar la imaginación. Menciona que el objeto se encuentra en un Museo de Alemania, que por desgracia para él en ese entonces era la Berlín dominada por los rusos, por supuesto no dice cual. Como colorario, indica que no es posible realizarle análisis porque y citándolo: “cosas así no pueden tener fechas, son inorgánicas”.

Y después de leer todos estos datos que a sus devotos entrevistadores no le resultaron nada anormal, me pregunto donde quedó la rigurosidad del que fuera un oficial de la OTAN, que como premisa de escuela debería saber chequear la información, aunque en este caso más que chequear una información, el tema pasa por la mentira en el relato.

Conozcamos el texto que dió origen a esta historia, y a base de ser repetitivos, decimos al lector: documéntese, y esté atento aún de aquellos que presentan grandes credenciales, nada es lo que parece.









En 1945, en Mussqrie, India septentrional, el profesor Lolladoff, que entonces era oficial al servicio del Ejército británico, compró un curioso objeto al que difícilmente supo cómo denominar, ya que era circular, en forma de plato, aunque tenía forma de disco más que ahuecado. Describió aquel objeto con notable detalle en un informe que publicó el Journal oí Comparative Ethnology (vol. xiii, 1946, pp. 101-105), acompañado de varias fotografías. Este descubrimien­to de Lolladoff fue el origen del interés de Robin-Evans por los dzopa, que le llevaría a ser el único hombre blanco conocido que los visitó. Así pues, como es justo suponer que muy pocos o ninguno de los lectores conoce el artículo de Lolladoff, creo que lo mejor es comenzar resumiendo y repitiendo su descripción en un estilo bas­tante menos técnico.

Lo primero acerca del disco, aunque no lo menos curioso, es que Lolladoff nunca conoció o vio, que él supiera, a su vendedor. Como veremos más adelante, el derecho legal de éste a poseer el objeto era en extremo dudoso. El profesor trató con él a través de un interme­diario, un chino que tenía un importante negocio de antigüedades, curiosidades y objetos de arte. Al principio le dio una descripción verbal, y luego le mostró fotografías que le dejaron perplejo, pues no pudo hacerse una idea de qué era aquel objeto, quién lo había hecho y para qué servía. Además, el precio que se le pedía rebasaba sus posibilidades, pero se encontraba en Oriente, donde esto no representa un problema excesivo; hay que arrogarse una paciencia lo menos occidental posible, discutir, esperar, y luego volver a discutir y a esperar un poco más, hasta que comprador y vendedor lleguen a un acuerdo. En resumen, Lolladoff entró en posesión del disco por unas sesenta libras esterlinas. No era en absoluto un hombre rico, pues la guerra que había comenzado bajo el supuesto de librar a su país de la tiranía de Hitler, ahora se disponía a encerrarlo entregándolo en triunfo a la tiranía de Stalin y, naturalmente, Lolladoff no podía sacar su dinero. Aquel gasto representaba, por tanto, una buena parte de su salario de oficial, aunque en la India de aquellos días debió de parecerle una pequeña fortuna al vendedor, quien quiera que fuese, pues parece improbable que esto llegue a saberse alguna vez.

Una vez tuvo el disco en su poder, Lolladoff lo examinó tan bien como pudo, sin instrumentos de laboratorio, y lo etiquetó así: «objeto de culto». Entre los antropólogos es común la creencia de que la gente en todos los tiempos y lugares, excepto los propios, fue o es apasionadamente religiosa, y que cuando la finalidad de cualquier objeto es desconocida debe de haber sido diseñado por los sacerdotes para su utilización en alguna ceremonia. (De hecho, los dzopa no se. distinguían por su fe o sus creencias, aun cuando vivían en un país cuya cultura en su totalidad estaba saturada por su propia versión extraña del budismo.]

Tras abandonar el servicio, el profesor regresó a Oxford, como hizo Robin-Evans por la misma época. Éste trabajaba cuando le venía en gana (pues disponía de una gran fuente de ingresos privada) como ayudante no oficial de Lolladoff. Entonces examinaron el disco mucho más atentamente. Observaron que su grosor era de casi 6 centímetros en el centro, y su diámetro se acercaba a 23 centímetros. Una de las caras era lisa. En la otra, una franja partía desde el borde hacia el centro, y estaba decorada con ligeros relieves que carecían de mérito artístico. A partir del centro en el sentido de las agujas del reloj, donde había un dibujo que representaba el Sol (o un sol) con doce rayos, se podía ver: 1) una criatura parecida a una ardilla; 2) una zona con cuatro formas, una de ellas repetida y las otras dos parecidas a éstas en tamaño, lo que hizo suponer a los investigadores que probablemente era una especie de escritura; 3) una forma como una lente o disco visto de lado, con una línea que no llegaba a los extremos, posiblemente un yoni o sexo femenino, o bien una representación del mismo disco; 4) más «escritura», esta vez en dos hileras de seis caracteres; 5) una figura con cabeza grande que, al contrario que la «ardilla», señalaba hacia el centro, las piernas abiertas hacia el exterior: era muy posible, en vista de lo que seguía luego, que se tratara de un viajero espacial con un casco protector; 6) dos formas aracnoides (¿tal vez pequeños soles o planetas?); y 7) lo que posiblemente se quiso que representara un lagarto.

El disco era notablemente pesado para su tamaño, tanto que a un solo hombre le resultaba difícil manejarlo. Era ligeramente resbala¬dizo al tacto. De color gris, tirando a negro, algo moteado; era difícil "decir si estaba hecho de piedra o de metal, y -aunque esto no sea lo más notable del objeto- era tan duro que ni siquiera un taladro con punta de diamante podía hacer impresión en él. Eso implicaba que estaba hecho de una sustancia, o combinación de sustancias, hasta entonces desconocida. Lolladoff comprobó que pesaba 31 libras. Sin embargo, cuando unas semanas más tarde Robin-Evans se lo llevó para pesarlo, vio que su peso era de 13,5 kilos. Debido a las diferentes medidas de peso utilizadas, no se observó de inmediato que estos dos pesos diferían ligeramente, y que el de Robin-Evans era el más liviano. Sin embargo, cuando un colega, el doctor Roaper, les indicó este hecho, el resultado fue una considerable frialdad, casi una pelea entre aquellos dos hombres que normalmente tenían una magnífica relación. Cada uno creía que el otro le acusaba de cometer un error apenas excusable en un colegial, de la más elemental falta de cui¬dado. El asunto sólo quedó zanjado a medias por Roaper, que era cuáquero e inclinado, tanto por temperamento como por religión, a tratar de hacer las paces. Roaper sugirió que él mismo pesaría el disco en presencia de ambos. Cada uno aceptó rígidamente que si se demostraba que el error era suyo pediría disculpas; de otro modo, ambos estaban tan influidos por lo pasado que incluso -es divertido pensarlo- podrían haber considerado la posibilidad de batirse en afirmación (que ningún razonamiento podría persuadirles a abandonar) de que son descendientes de seres semejantes a dioses que bajaron del cielo).

Al principio Robin-Evans respondió a esta teoría o sugerencia con cierto desdén. Pensó que aquel hombre era un chiflado. Y no obstante, a pesar del comunismo, la Universidad de Moscú era un respetable remitente, y el hombre, en cierto sentido, era un colega, por lo que la etiqueta practicada entre científicos le obligaba a responderle, y en el mismo lenguaje de su corresponsal (era un excelente lingüista). El ruso le respondió con bastante extensión, proporcionándole nombres, datos y fotografias, y finalmente Robin-Evans llegó a creer no exactamente todo lo que le decía, pero sí al menos que había allí un asunto digno de investigación. Al contrario que la mayoría de los universitarios, Robin-Evans era libre, al ser rico, de hacer cuanto le viniera en gana. Así pues, decidió visitar el Tibet personalmente (algo que pocos occidentales habían hecho) y examinar sobre el terreno las afirmaciones de aquel pueblo extraño, maravilloso y hasta entonces desconocido.


La confusión sobre los orígenes del disco, se extiende hasta los documentales que tratan el tema Dropa.

Aquí un ejemplo:

The Secret Of Alien Contact




3 comentarios:

  1. Debora, ¿y ahí quedó todo o lo vas a seguir? Tampoco queda muy qué pasó con la cuestión del peso del disco. Muy interesante. Nos quedamos con ganas de más. Saludos

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  2. Hola Marce:

    El relato que presenta el libro es falso, por lo cual no tiene validez investigarlo, como bien lo digo en el post.

    Habría que si indagar, en la información que en su momento trasmitió el estudioso alemán Peter Krassa, aunque los datos no terminan de convencer.

    Véase: http://www.mercuryrapids.co.uk/articles2.htm

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  3. Gracias Débora, como vos decís habrá que seguir averiguando. Saludos

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