17 de septiembre de 2009

Ciencia Arcaica - Débora Goldstern

Ciencia Arcaica
Débora Goldstern

Que los antiguos dominaban ciencias aún no descubiertas en nuestros días, así como tecnología de avanzada, es uno de los temas que siempre inquietan a Crónica Subterránea, y que de tanto en tanto volvemos a poner al acento.

Hoy nuevamente retomamos el hilo conductor para ir en búsqueda de más datos, que apoyen la presunción que en el pasado se conoció una ciencia arcaica, por nosotros desconocida, que posibilitó a los “mal llamados antiguos”, disponer de verdaderos ooparts, que a pesar de nuestros adelantos ,actualmente, somos incapaces de recrear.

Para guiarnos en esta senda, elegimos la palabra autorizada de uno de los autores favoritos de esta casa, el escritor de origen ruso
Andrew Tomas, quién en uno de sus trabajos de culto, “No somos los primeros”, escruta viejos archivos, y documentos para evidenciar al lector la existencia de una “tecnología perdida”, que los antiguos una vez supieron cultivar.

Vaya dedicado este post al amigo Jean, quién desde su blog
Colección Realismo Fantástico, se encuentra realizando un excelente trabajo de divulgación.






PRIMEROS ROBOTS, COMPUTADORAS, RADIO, TELEVISIÓN Y MÁQUINAS PARA ESCRUTAR EL TIEMPO

Autómatas, robots, computadoras, radio y televisión existieron en épocas primitivas. La presencia de ingenios de esta naturaleza en la Antigüedad es tan histórica como pueda serlo cualquier historia. En el siglo II antes de nuestra era, los templos egipcios tenían máquinas tragaperras para el agua bendita. La cantidad de agua que fluía del caño estaba en relación directa con el peso de la moneda introducida en la ranura. El templo de Zeus, en Atenas, poseía un parecido dispensador de agua bendita controlado automáticamente. Según cuentan las leyendas griegas, Hefaistos, el «Forjador del Olimpo», construyó dos estatuas de oro que parecían mujeres jóvenes vivientes. Podían moverse por sí mismas y se apresuraban a correr al lado del tullido dios para ayudarle en su paseo. No puede negarse que el concepto de la automación estuvo presente en la antigua Grecia.

La cibernética es una ciencia antigua. En China se conocía como el arte de Khawai-shuh, por medio del cual una esta­tua era inducida a la vida para servir a su creador. La descripción de un hombre mecánico figura en la historia del emperador Tachouan. La emperatriz halló a este robot tan irresistible, que el celoso gobernante del Celeste Imperio dio órdenes al constructor para que lo demoliera, a pesar de la admiración que él mismo sentía por el robot que andaba.

Una de las primeras máquinas de calcular del mundo fue, por supuesto, el ábaco chino, de 2.600 años de antigüedad. En uno de mis viajes a China, pude observar las maravillas que hacían los contables con su arcaica calculadora.

Los ingenieros de Alejandría poseían más de cien tipos dis­tintos de autómatas hace 2.000 años. El legendario Dédalo, el padre de rearo, había construido figuras humanoides que se movían espontáneamente. ¡Platón dice que sus robots eran tan activos que tenía que impedirles que se escaparan! Pero, ¿qué energía los impulsaba?

Alberto Magno hombre muy docto escribió extensamente sobre Medicina, Química, Matemáticas y Astronomía. Le costó más de veinte años construir su famoso «androide». Su biógrafo dice que el autómata estaba compuesto de metales y sustancias desconocidas, elegidas de acuerdo con la disposición de las estrellas.

El hombre mecánico caminaba, hablaba y efectuaba tareas domésticas. Alberto y su discípulo Tomás de Aquino vivían juntos, y el «androide» cuidaba de ellos. La historia prosigue diciendo que, en cierta ocasión, el robot charlatán llegó a volver tan loco a Tomás de Aquino con su cháchara y sus murmuraciones, que el discípulo de Alberto cogió un martillo y destrozó el robot. Esta historia no debe ser considerada como mera ficción. Alberto Magno fue un verdadero científico: en el siglo XIII explicó que la Vía Láctea era un conglomerado de innumerables estrellas distantes. Alberto Magno y Tomás de Aquino fueron posteriormente canonizados por la Iglesia católica. La palabra «androide» ha sido adoptada por la Ciencia para designar un autómata o robot.

En el mundo civilizado estamos convencidos de que, con toda la ciencia y la tecnología que hemos creado, y con la literatura que hemos producido, nuestros lenguajes son superiores a aquellos de las llamadas razas primitivas. Pero en muchos dialectos indios americanos, un objeto tiene una serie de nombres para indicar sus cambios. Un árbol o una planta reciben un nombre diferente en cada una de las cuatro estaciones del año. El árbol con capullos en primavera tiene un aspecto completamente distinto en otoño, momento en que está cubierto con fruta o con hojas rojas o anaranjadas. Tiene otra apariencia durante el verano. Mientras nosotros utilizamos adjetivos para definir estos cambios en el color y la forma del árbol, los indios americanos tienen una palabra distinta para cada apariencia del mismo objeto. Esta precisión en los lenguajes de los pieles rojas no puede conciliarse con la ausencia de escritura en Sudamérica.

Según la Antropología, cuando el hombre primitivo se civilizó, creó un alfabeto y una literatura. Los sumerios y egipcios inventaron la escritura unos 4.000 años antes de Jesucristo, y llegaron a ser culturalmente maduros. A partir de aquel momento, avanzaron a grandes saltos. Pero la Historia tiene noticia de una civilización avanzada en el pasado, que no poseía ningún tipo de escritura: los incas del Perú. Esta raza producía la mitad de los vegetales que nosotros comemos en la actualidad. Construyó las carreteras más largas del mundo, tejió las más finas telas, erigió estructuras megalíticas y poseyó un conocimiento completo de la Astronomía.

Cuando Pizarro conquistó el Perú, hizo el sorprendente descubrimiento de que Atahualpa y él poseían algo en común: ¡ni el conquistador ni el vencido sabían leer! El conquistador era analfabeto, mientras que el monarca inca era incapaz de leer, porque no había ninguna escritura para leer en su Imperio. En lugar de letras y palabras, los incas utilizaban el quipu, es decir, cuerdas con nudos. Por medio de colores y nudos crearon un instrumento mnemotécnico, acompañado por un comentario verbal, que era suficientemente eficaz para registrar un sistema muy complicado de estadísticas. Sin cifras, tenían un método de contabilidad sumamente eficaz. Sin alfabeto, poseían literatura. Existía un supersticioso temor a la escritura, que ninguna otra raza de la Historia antigua compartió nunca.

Su versión oficial sobre el origen de esta costumbre era oscura. En la época de una gran epidemia, el oráculo estatal dictaminó que los hombres tenían que eliminar la escritura, so pena de muerte, y así apareció el quipu. Un misterio envolvía la relación entre la plaga y el alfabeto. ¿Por qué los incas y sus predecesores no poseían un alfabeto jeroglíficos como otras civilizaciones progresivas? Podríamos formular una teoría, en apariencia increíble. Si el quipu era un residuo de calculadoras arcaicas, entonces la explicación es simple. Cuando la tecnología madre hubo desaparecido, todo lo que quedó a los indios sudamericanos era el equivalente de un montón de «tarjetas perforadas» -el quipu sin máquinas-. Si existió una civilización avanzada con una desarrollada tecnología, que pereció en un violento cataclismo, entonces la presencia de este sistema de cálculo y computadora simplificado, conocido como el quipu, podría ser explicado como un eco procedente del pasado.

Existen otras pruebas que apuntan a la existencia de una ciencia avanzada en la antigua Sudamérica. En la Bahía de Paracas, Pero, se sitúa el histórico «Candelabro del signo milagroso de las tres cruces». Este grabado en la roca, de 185 metros de altura, sobre un risco inclinado, se parece al tridente de Neptuno con sus brazos. El sabio español Beltrán García formuló una teoría según la cual el diseño, equipado con poleas y cuerdas, era un sismógrafo preincaico. Por medio de un péndulo, podían registrarse los terremotos que acontecían no solamente en Sudamérica, sino también en cualquier lugar del mundo. El inmenso artefacto estaba situado exactamente en una dirección Norte-Sur, de cara al Pacífico. La erosión demuestra que tenía una antigüedad de al menos, 2.000 años. Los antiguos poseían otros aparatos de este tipo, redescubiertos siglos más tarde. El científico chino Chang Heng (78­139 de nuestra era) construyó un sismógrafo que tenía la forma de un jarrón decorado con dragones, los cuales sostenían unas bolas en la boca. Alrededor del jarrón había dispuestas unas ranas de porcelana. Durante un temblor de tierra, las bolas caían en las bocas de las ranas, dependiendo de la violencia del terremoto. Fue en 1703 cuando Jean de Hautefeuille construyó el primer sismógrafo de los tiempos modernos. Chang Heng inventó también un globo con anillos metálicos que representaban las órbitas del Sol y otros cuerpos celestes. Movido por un reloj de agua, fue uno de los primeros planetarios del mundo.

Se atribuye a Tao Hung Ching (452-536 de la Era cristiana), el Leonardo da Vinci de China, el invento de un modelo astromecánico parecido. Era tan fantásticamente moderno que su descripción debe ser citada con palabras de la fuente original: «Construyó también un globo celeste que tenía aproximadamente un metro de altura. La Tierra estaba en el medio, y permanecía inmóvil, mientras los cielos giraban alrededor de ella. Las veintiocho mansiones estelares cumplían sus períodos, y los Siete Brillantes (Sol, Luna y cinco planetas) proseguían su curso. Las estrellas eran luminosas en la oscuridad, y palidecían con la luz. El globo estaba girando constantemente gracias a un dispositivo mecánico, y todo el conjunto coincidía con el movimiento real de los cielos»

La presencia de este mecanismo y los efectos luminosos de este planetario del siglo VI, causaron gran impresión si se considera el trasfondo de los Siglos Oscuros que envolvía a Europa por aquel tiempo. Pero también los antiguos griegos poseían esferas celestes igualmente exactas. Según Cicerón (siglo I a. de J. C.), Marco Marcelo disponía de un globo de este tipo en Siracusa, Sicilia, globo que reproducía el movimiento del Sol, la Luna y los planetas. Cicerón nos asegura que la máquina era un invento muy antiguo, y que un parecido modelo astronómico se exhibía en el Templo de la Virtud, en Roma. Tales de Mileto (siglo VI a. de J. C.) Y Arquímedes (siglo JII a. de J. C.) eran considerados como los constructores de estos ingenios mecánicos. El recuerdo de los planetarios persistió durante muchos siglos. El historiador Cedrano cita a Heraclio, emperador de Bizancio, el cual, sobre el pórtico de la ciudad de Bazalum, había ordenado colocar una inmensa máquina. Esta representaba el firmamento nocturno, con los planetas y sus órbitas. El planetario fue construido por el rey Cosroes 11 de Persia (si­glo VII de la Era Cristiana).

El Museo Arqueológico Nacional de Grecia, en Atenas, posee fragmentos oxidados de un objeto metálico hallado por pescadores de esponjas cerca de la isla de Anticitera, en el año 1900. Los complejos diales y engranajes del mecanismo eran distintos de cualquier artefacto procedente de la antigua Grecia. Basándose en la inscripción que figura en el instru­mento y en las ánforas halladas junto a él, se atribuyó al objeto la fecha aproximada del año 65 a. de J. C. El hallazgo fue registrado en el Museo como un astrolabio, hasta 1959, año en que el doctor Derek J. de Solla Price, cientí­fico inglés que trabajaba para el Instituto de Estudios Avanza­dos, en Princeton, Nueva Jersey, lo identificó como un antepasado de nuestra computadora. «Parece que era esto realmente: una máquina computadora que podía ejecutar y mostrar los movimientos del Sol y la Luna, y probablemente también los de los planetas», escribió en Natural History.

El propósito de este ingenio era evitar los tediosos cálculos astronómicos. Este descubrimiento era revolucionario porque, a pesar de las hazañas griegas en el campo de la especulación científica, nadie sospechaba que estuvieran tan adelantados en tecnología. No es sorprendente que el doctor Price escribiera en el Scientific American que «asusta saber que, poco antes de la caída de su gran civilización, los antiguos griegos se hubieran aproximado tanto a nuestro siglo, no sólo en lo que respecta a su pensamiento, sino también en su tecnología científica». El científico llegó a la conclusión de que la computadora de Anticitera había modificado todas nuestras teorías acerca de la historia de la Ciencia, ya que en verdad no podía haber sido la primera o la última de este tipo. «Hallar una cosa como ésta es como encontrar un avión de propulsión a chorro en la tumba del rey Tutankamón», dijo el doctor Price en el curso de una reunión en Washington, en 1959. Pocos años más tarde se efectuó otro descubrimiento importante. Tras un escrupuloso estudio de Stonehenge, el astrónomo británico Gerald Hawkins, profesor de la Universidad de Boston, llegó a la conclusión de que podría haber tenido una significación astronómica. El Stonehenge de Inglaterra, construido entre los años 1900 y 1600 a. de J. C., consistía originalmente en un anillo de 29,5 metros de losas verticales y horizontales, de un peso de 25 toneladas, llamado el Círculo Sarsen, dentro del cual había cinco trilitos o pasos abovedados. Los megalitos estaban rodeados por un anillo de 56 agujeros en el suelo, llamado el Círculo Aubrey. Realizadas sus observaciones desde el centro de Stonehen­ge, el profesor Hawkins llegó a la conclusión de que uno de los propósitos de esta enigmática construcción neolítica era alinear trilitos, piedras y agujeros con el Sol o la Luna, cuando éstos estaban en el horizonte. Regresó a América con planos muy precisos de Stonehenge, e introdujo los datos en una computadora, ¡la cual proporcionó resultados que demostraban que el propio Stonehenge había sido una computadora! Los hallazgos del profesor indicaban que los astrónomos de Stonehenge estaban tan adelantados, que había captado un fenómeno no percibido incluso por nuestros modernos astrónomos: que los eclipses de la Luna tienen lugar en ciclos de 56 años. Situando tres piedras blancas y otras tres negras en seis agujeros determinados, y moviéndolas anualmente alrededor del Círculo Aubrey, los antiguos astrónomos de Inglaterra sabían cuándo podían esperar eclipses lunares o solares. Conviene aquí indicar que los sacerdotes astrónomos de Babilonia Egipto fueron incapaces de predecir eclipses hasta 1.100 años después de la construcción de Stonehenge. El profesor G. S. Hawkins calculó que la construcción de esta computadora megalítica representaba un esfuerzo comparable al programa espacial de los Estados Unidos. En este programa espacial americano se consume las energías de una persona de cada mil. Considerando la población de Inglaterra de hace 4.000 años, la proporción de gente que había intervenido en la construcción de Stonehenge era la misma. El problema es: ¿cuál era el origen del conocimiento científico de la gente que construyó Stonehenge?
De las computadoras prehistóricas, pasemos ahora a hablar de los inventos de la Antigüedad. Hace cien años, la Academia de Ciencias de Francia acusaba a Edison y a Du Moncel de ser un par de charlatanes al hacer una demostración del gramófono ante la docta asamblea. La misma institución académica sonreiría probablemente con ironía si se mencionase el tema de antiguas «estatuas que cantaban, y jarrones o piedras que hablaban». Después de tantos siglos, es imposible averiguar cómo funcionaban, pero no hay duda de que eran completamente reales. En los tiempos clásicos, los romanos que estaban en Egipto describieron la estatua cantante de Memnón, erigida alrededor del año 1500 a. de J. C. Se percibían sonidos musicales cuando los rayos del sol naciente iluminaban su cabeza. En el año 130 de nuestra era, el emperador romano Adriano escuchó a este monumento cierta mañana, y oyó los sonidos por tres veces. Igualmente, el emperador Septimio Severo (193-211 de nuestra era) pudo oír a la estatua «cantar» en el momento de la aurora. Después de que la estatua fuera sometida a ciertas reparaciones, los sonidos musicales cesaron. Este punto demuestra que la «música» se debía a algún complicado mecanismo activado por los rayos del sol, que fue inadvertidamente dañado durante el trabajo de restauración. Los turistas pueden ver la estatua de Memn6n en Egipto. El fenicio Sanchuniathon (aprox. 1193 a. de J. C.) Y Filo Bi­blos (año 150 de nuestra era) hablan de «piedras animadas». El historiador cristiano Eusebio (aprox. 260-340 d. de J. C.) llevaba en el pecho una de estas misteriosas piedras, la cual contestaba a sus preguntas con una vocecita que parecía un «tenue suspiro». Arnobio (muerto aprox. en el 327 de nuestra era), otro patriarca cristiano, confesaba que siempre que conseguía apoderarse de una «piedra que hablaba» sentía la tentación de plantearle una pregunta. La contestación venía con una «vocecita clara y aguda». ¿Estamos acaso utilizando hoy estas piedras llamándolas transistores?

La Biblia hace mención de los terafim, o imágenes, figuras y cabezas que contestaban preguntas. (Ezequiel XXI, 21, y Gé­nesis XXXI, 34). Maimónides (1135-1204), en el Libro de los preceptos, dice que «los adoradores del terafim pretendían que, cuando la luz de las estrellas bañaba la imagen esculpida, se establecía un rapport con las inteligencias de aquellas distantes estrellas y planetas, que utilizaban la estatua como un instrumento. Era así como el terafim enseñaba a la gente muchas artes y ciencias útiles». ¿Pudo esto haber sido programas educativos de radio procedentes de civilizaciones galácticas? Eso es lo que el sabio Maimónides insinúa si tomamos sus palabras literalmente. Seldeno, en De Diis Syriis, alude a terafims de oro consagrados a una estrella o planeta en especial, y dice que fueron conocidos de los egipcios. Otros terafims eran cabezas momificadas, cada una de ellas con una placa de oro bajo su lengua, en la que hay grabadas palabras mágicas. Estos cráneos jíbaros estaban colgados en paredes, y hablaban en determinados momentos. A través de los siglos, el folklore y los escritores antiguos mencionan otra maravilla de la Antigüedad: los «espejos mágicos». El Libro de Enoch dice que Azaziel enseñó a los hombres a fabricar espejos mágicos, y, según esta creencia, podían verse en ellos claramente escenas Y personas distantes. ¿Fueron acaso los antecesores de la televisión?

Aunque la obra Vera Historia de Luciano se considera como una ficción (a pesar de su nombre), es interesante la descripción que en ella se hace de un espejo mágico, porque no había nada en su tiempo que pudiera haber estimulado su imaginación en este sentido: «Se trataba de un espejo de enormes dimensiones, que yacía en un pozo no muy profundo. Cualquiera que bajara al fondo del pozo, podía oír todo lo que se hablaba sobre la Tierra. Y quienquiera que mirara en el espejo, podía ver todas las ciudades y naciones del mundo> ¿Era esto ciencia­ficción escrita por ociosos patricios romanos, o se trataba de una crónica de algún tiempo pasado en que los espejos mágicos eran tan corrientes como lo son en la actualidad? La televisión ha sustituido ventajosamente a los espejos mágicos; no obstante, algunos de estos artilugios prehistóricos pueden haber sido conservados por aquellos que están todavía en posesión de los secretos de la Ciencia arcana. Máximo Gorki, famoso escritor ruso, relataba una experiencia asombrosa, que es tanto más convincente cuanto que Gorki era materialista. A principios de este siglo, el escritor encontró a un yogui hindú en el Cáucaso, el cual preguntó al autor ruso si le gustaría ver alguna cosa en su álbum. Máximo Gorki dijo que le agradaría ver algunas imágenes de la India. El hindú puso el álbum sobre las rodillas del escritor y le rogó que volviera las páginas. Aquellas brillantes láminas de cobre reproducían hermosas ciudades, templos y paisajes de la India, que Gorki disfrutó plenamente. Cuando terminó de mirar las pinturas, Gorki devolvió el álbum al hindú. El yogui sopló sobre él, y le dijo a continuación, sonriente: «¿Quiere usted ver alguna otra imagen?» Esto es lo que el propio Gorki relata como final de la historia: «Abrí el álbum, ¡y no hallé nada más que deslucidas planchas de cobre, sin el menor rastro de dibujos! ¡Notable pueblo, estos hindúes!», exclamó.

Algo quizás aún más asombroso fueron las «máquinas para escrutar el tiempo» de la Antigüedad. Francisco Picus, en el Libro de las seis ciencias, describía la construcción del «espejo Al Muchefi», según las leyes de la perspectiva y adecuados aspectos astronómicos. Se dice que en aquel espejo se podía ver un panorama del Tiempo. Si esto es cierto, entonces los antiguos nos adelantaron un paso: poseían televisión del Tiempo. Los oráculos de Egipto y de Grecia fueron famosos porque predecían acontecimientos futuros o reproducían escenas del pasado. ¿Cómo lo hacían?

En su Relatividad amena, el científico británico Clement V. Durell escribe: «Pero todos los acontecimientos pasados, actuales y futuros, tal como los llamamos, están presentes en nuestro continuo espacio-tiempo tetradimensional, un universo sin pasado o presente, tan estático como un montón de películas que pueden ser dispuestas en un rollo para el cínematógrafo.» La teoría de la relatividad pudo haber sido conocida de la gente de los tiempos antiguos. La visión de Isiah (siglo TI-I1I de nuestra era) cuenta una historia en este sentido. El profeta Isiah fue llevado a los cielos, donde vio a Dios en la Eternidad. Luego, el ángel que lo había conducido al Paraíso le dijo que ya era tiempo de regresar a la Tierra. Isiah se sorprendió y preguntó: «¿Por qué tan pronto? He estado sólo dos horas.» Pero el ángel contestó: «No dos horas, sino treinta y dos años. El profeta quedó muy afectado por estas palabras, porque se percató de que su regreso a la Tierra significaría la vejez o la muerte. Mas el ángel lo confortó diciéndole que no habría envejecido al regresar a la Tierra. En un fotón, o partícula espacial de antimateria, viajando a una velocidad que se aproximaría a la de la luz, nuestros cosmonautas experimentarían una idéntica reducción del tiem­po: realmente «saltarían al futuro». Si, por ejemplo, todos los acontecimientos que ocurren en todo el Universo dejan huellas a un nivel subatómico, quizás el pasado puede ser visto. Y si, por otra parte, los efectos de las acciones de hoy son proyectados al futuro, esto significaría que los contornos del mañana existen ya hoy. De otro modo, es difícil comprender cómo los antiguos podrían haber roto la Barrera del Tiempo y predicho con tanta exactitud acontecimientos futuros

El Chandogya Upanishad de la India afirma: «Dime lo que sabes, y te diré lo que sígue.» ¿Podría referirse esto a la programación y elaboración de datos de la computadora más perfecta que existe: la mente humana? El oráculo de Amón Ra poseía una Máquina del Tiempo automática en forma de un dios que podía no sólo caminar, hablar y mover la cabeza, sino incluso aceptar pergaminos que contuvieran preguntas, a las cuales daba contestaciones inteligentes. Cuando Alejandro Magno se puso ante él, la imagen avanzó hasta tocarlo, haciéndole la promesa: «Te concederé que subyugues a todos los pueblos bajo tus píes.»

El Libro de las profecías de Nostradamus, publicado en 1558, estaba dedicado al rey Enrique II. En la introducción, el profeta provenzal previene contra la futura persecución de la Iglesia y predice el establecimiento de un nuevo orden. «Esto ocurrirá en el año 1792, en cuyo momento todo el mundo lo considerará como una renovación de la época.» La Revolución surgió del anticlericalismo, y la República de Francia fue fundada en 1792. Parece como si Nostradamus hubiera roto la Barrera del Tiempo al profetizar un acontecimiento histórico con tanta precisión. Como Einstein, Michel Nostradamus escribe que «la Eternidad se confunde en una sola cosa: pasado, presente y futuro». Admitía que había estudiado muchos libros que versaban sobre magia. Estos antiguos libros sobre una ciencia perdida, enmascarada en claves y símbolos, ayudarían a Nostradamus a aprender el secreto de la proyección en el Tiempo. Un emperador nacerá cerca de Italia que costará muy caro al Imperio. (1: 60). El emperador Napoleón 1 nació cerca de Italia -en Córcega-, y costó a Francia muy caro: medio millón de hombres sólo en la marcha sobre Moscú. Michel Nostradamus anticipó la venida de Hitler, a quien llamaba Hister por dos motivos: en razón de los histéricos discursos del Führer, y por su lugar de nacimiento sobre el Danubio (su nombre en latín es Hister). Describía las esvásticas como «cruces confusas» que rodarían hacia el Este e invadirían Rusia (6: 49). El doctor Nostradamus vio la bomba atómica de Hiroshima en su espejo mágico, definiéndola como un «gran fuego» en la tierra del «Sol Naciente» o Japón (2:91). En los primeros versos de las Centurias, Nostradamus revelaba su método de proyectarse a sí mismo en el tiempo. Utilizaba un trípode de latón, fuego, agua y una varilla. Aunque semejantes atavíos parezcan algo sin significado, un inventor imaginativo podría algún día experimentar en este sentido y quizá triunfar en la construcción de una Máquina del Tiempo.

Es posible que en los vastos archivos de la Biblioteca Vaticana existan inapreciables documentos que demuestren la realidad de la Ciencia arcana. Los manuscritos confiscados por la Inquisición o sustraídos a los científicos católicos fallecidos pueden haber creado una vasta laguna de conocimiento registrado. Las instrucciones sobre el modo de fabricar un androide», los secretos de la Alquimia, los misterios de la ingravidez y el Viaje por el Tiempo, podrían estar encerrados en las bóvedas del Vaticano. Estos relatos históricos acerca de autómatas, espejos mágicos, piedras que hablan y computadoras arcaicas, apuntan a la existencia real de una ciencia extraordinaria en la Antigüedad. No importa cuán extraño parezca; deberían ser cuidadosamente estudiados para intentar hallar las claves que conciernen a nuevas formas de energía o nuevas técnicas. Pero nuestro siglo es también un período de desarrollos revolucionarios en sociología. En este sentido, sería interesante escudriñar en el pasado histórico y descubrir el prototipo correspondiente a la «nueva» economía, ciencia ésta que fue introducida tan sólo en los pasados sesenta años.


Tecnología Antigua China



4 comentarios:

  1. Muchas gracias por dedicarme el post Débora, vaya agradable sorpresa que me has dado, se valoran los comentarios que haces sobre mi imberbe blog y la buena voluntad de ofrecernos parte de la obra "No Somos los Primeros" de Andrew Tomas.
    Un abrazo Debie, gracias y... Esto no quedara así, ya me tocara sorprenderte a ti, jejeje.
    Chaus!

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  2. Dedicación más que merecida!, un abrazo, Débora.

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  3. Hoy estaba relajado /terminando un trimestre/
    y me puse a leer varias cosas. Esta muy bueno este articulo eh.. quede "enganchado" con el tema,
    Tengo un libro de A. Tomas (título: No somos los primeros) aún no lo he leído, ahora estaba leyendo uno de Graham Hancock ahora , llamado "Las Huellas de los Dioses", en cuanto lo finalice tomaré el de Tomas.

    Pensar que "Jean" es de aca y de bastante cerca incluso , ... aun no lo conozco en persona jeje

    bueno, eso excelente articulo ..
    un abrazo Débora
    saludos!!

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  4. Hola Rodri:

    Estás leyendo Las Huellas de los Dioses, buen material, lo tengo en mi estantería.

    Lástima que Hancock se manda una, como decimos en la jerga local, que le baja puntos a su hipótesis, ya que está todo el tiempo hablando de una cultura madre -esquivando mencionar en lo posible a la Atlántida- aunque no puede substraerse. Y tengo más críticas pero prefiero no enturbiar tu lectura jjaja

    Thomas es más directo, se juega más y habla de los atlantes sin sonrojarse, es uno de mis autores más preciados. No dejes de leerlo!

    Y me extraña que no hayas tomado contacto con tu paisano, es tiempo que se conozcan. Harían buena dupla ja!

    Un abrazo, y se agradecen los temitas
    Debbie

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