30 de noviembre de 2008

Nan Matol Subterráneo

Nan Matol Subterráneo
Débora Goldstern


El misterio del mundo subterráneo y de los continentes desaparecidos fue abordado por muchos autores, como el caso de Lovecraft, del cual este Blog hizo referencia a uno de sus mejores trabajos, Las Montañas de la Locura, donde el genial escritor imagina una civilización de gigantes bajo los hielos de la Antártica. Lovecraft llevaba además el esoterismo en la sangre, pero no es el único caso.

Un ejemplo lo constituye otro norteamericano Abraham Merrit, quién a principios del siglo veinte abordó los misterios de Lemuria en un libro ya clásico de la literatura fantástica, El estanque de la Luna (1919), donde bajo el escenario de las famosas ruinas del Pacífico Nan Matol, Merrit imagina a sobrevivientes subterráneos que moran bajo aquellas enigmáticas construcciones.

Cabe destacar que en las leyendas de aquellas islas remotas se habla de Lemuria como el origen de aquellas edificaciones ciclópeas, y se tienen datos sobre túneles, muchos de ellos inexplorados, que fueron detectados en las inmediaciones. Por lo visto los autores de aquellos días estaban más que informados sobre estos misterios.





CAPÍTULO II

¡Muertos! ¡Todos muertos!


Estaba sentado, con la cara entre las manos, en un lado de su litera cuando entré. Se había quitado el abrigo.
- Throck,- le grité. -¿Qué fue eso? ¿De qué está huyendo, hombre? ¿Dónde está su mujer? ¿Y Stanton?
- ¡Muertos!- Me replicó monótonamente. -¡Muertos! ¡Todos muertos!- Entonces retrocedí ante sus palabras. -Todos muertos. Edith, Stanton, Thora; muertos o algo peor.
Y Edith en el Estanque de la Luna, con ellos, ahogada por lo que ha visto en el sendero de la luna. Eso ha colocado su marca sobre mí. ¡Y me sigue!
Se desgarró su camisa para abrirla.
- Mire esto.- Me dijo. Alrededor de su pecho, por encima del corazón, la piel estaba blanca como una perla. La blancura estaba perfectamente definida contra el moreno saludable de su cuerpo. Le rodeaba como un cinturón de aproximadamente seis centímetros de ancho.
- ¡Quémelo!- Me dijo ofreciéndome su cigarrillo.
Lo rechacé. Hizo un gesto autoritario. Apreté el extremo incandescente del cigarrillo sobre línea de carne blanca. No se acobardó ni apareció olor a carne quemada ni apareció, mientras tiraba el pequeño cilindro, marca alguna sobre la blancura.
- ¡Tóquelo!- Me ordenó de nuevo.
Coloqué mis dedos sobre la banda. Estaba fría; como mármol congelado. Se cerró la camisa.
- Ha visto dos cosas,- me dijo. -Eso, y su marca. Habiéndolo visto deberá creer mi historia. Goodwin, le repito que mi esposa está muerta, o algo peor; no lo sé. La víctima de lo que ha visto; al igual que Stanton; al igual que Thora. Cómo...
Las lágrimas se deslizaron por su marchita cara.
- ¿Por qué permitió Dios que nos venciera? ¿Por qué permitió que se llevara a mi Edith?- Gritó con una amargura extrema. -¿Cree que existen cosas más poderosas que Dios, Walter?
Dudé.
- ¿Existen. Existen?- Sus ojos salvajes me buscaron.
- No sé exactamente cómo define usted a Dios,- me las compuse al fin a través de mi
asombro para poder responderle. -Si se refiere al poder de saber, trabajando por medio de la ciencia...
Me rechazó con impaciencia.
- Ciencia,- dijo. -Qué significa nuestra ciencia contra... eso? ¿O contra la ciencia de los diablos que han creado eso... o que han abierto el paso para que entrara en nuestro mundo?
Con esfuerzo recuperó su control. - Goodwin,- me dijo, -¿conoce bien las ruinas de las Carolinas


las ciudades ciclópeas, megalíticas y los puertos de Ponapé y Lele, de Kusaie, de Ruk y Hangolu, y la veintena de otros islotes que se encuentran allí? ¿Conoce en particular las de Nan-Matal y Metalanim?
- He oído hablar de las Metalanim y he visto fotografías.- Le respondí-. Las llaman la Venecia Perdida del Pacífico. ¿Verdad?
- Observe este mapa,- me dijo Throckmartin -Esto,- continuó diciendo, -es el mapa de Christian del puerto de Metalanim y de NanMatal. ¿Ve los rectángulos que enmarcan Nan-Tauach?
- Sí.- Le respondí.
- Aquí,- me dijo, -bajo estas murallas se encuentra el Estanque de la Luna y las siete luces brillantes que erigen el Morador del Estanque, y el altar y el santuario del Morador.


Y allí en el Estanque de la Luna junto a él yacen Edith, y Stanton, y Thora.
- ¿El Morador del Estanque de la Luna?- Le repetí casi incrédulo.
- La Cosa que vio,- me dijo Throckmartin solemnemente.


Una sólida cortina de lluvia barría los puertos, y la Southern Queen comenzó a rodar sobre la creciente marejada. Throckmartin soltó otra profunda expiración de alivio, y apartando una cortina ojeó la noche. Su oscuridad parecía darle seguridad. Cuando se volvió a sentar estaba completamente calmado en todos los aspectos.


El Relato de Throckmartin
- No existen ruinas más maravillosas en todo el mundo,-comenzó de manera casi casual-. Colonizaron casi cincuenta islotes y los cubrieron con sus canales cruzados y lagunas de casi quince kilómetros cuadrados. ¿Quién los construyó? Nadie lo sabe.
¿Cuándo los construyeron? Eras antes de la memoria del hombre actual, eso con seguridad. Hace diez mil, veinte mil, cien mil años... lo más seguro es que sean más antiguos.
- Todos estos islotes, Walter, están cuadriculados, y sus playas amenazan con gigantescos diques marinos construidos con bloques de basalto labrados y colocados en el lugar por las manos del hombre antiguo. Cada dársena interior está enfrentada a una terraza de esos bloques de basalto que sobresalen doce metros por encima de los canales poco profundos que hacen meandros por entre ellos. Sobre los islotes tras estas murallas existen fortalezas despedazadas por el tiempo, palacios, terrazas, pirámides; inmensos patios se esparcen por las minas... y todos tan antiguos que parecen marchitar los ojos del observador.
«Se ha producido un gran hundimiento. Puede salir del puerto de Metalanim y alejarse cinco kilómetros y al mirar hacia abajo verá la parte superior de estructuras monolíticas y murallas parecidas y hundidas en el agua a una profundidad de 20 metros.

«Por todas partes, ensartados en sus canales, se encuentran islotes que son baluartes con sus enigmáticas murallas observando a través de los densos manojos de mangles, muertas, abandonadas hace incalculables eras, esquivados por aquellos que viven cerca.
«Usted, como botánico, está familiarizado con la evidencia de que existió un gran continente oscuro en el Pacífico. Un continente que no fue desgarrado por las fuerzas volcánicas tal y como le sucedió a la legendaria Atlantis en el océano Atlántico. Mi trabajo en Java, Papua y en las Ladrones me hizo tomar la determinación de venir a estas tierras perdidas del Pacífico. Al igual que se cree que las Azores son las cimas de las montañas de Atlantis, yo llegué al convencimiento de que Ponapé y Lele y sus islotes de basalto fortificados son los últimos baluartes de la tierra occidental lentamente hundida y que aún se exponen tenazmente a la luz del sol, y que han sido el último refugio y lugar sagrado de los gobernantes de aquella raza que ha perdido su hogar inmemorial bajo las crecientes aguas del Pacífico.



«Creí que bajo estas ruinas podría encontrar la evidencia de lo que buscaba... «Mi ... mi esposa y yo hablamos antes de que nos casáramos acerca de hacer de éste nuestro gran trabajo. Tras la luna de miel nos preparamos para la expedición. Stanton estaba tan entusiasmado como nosotros. Como usted sabe, partimos en barco a finales de mayo para que se cumpliesen mis sueños.
«En Ponapé seleccionamos, no sin dificultad, trabajadores (cavadores) para que nos ayudaran. Tuve que ofrecer extraordinarios incentivos antes de poder reunir mi fuerza de trabajo. Las creencias de estos nativos de Ponape son tenebrosas. Pueblan sus bosques, sus montañas y playas con espíritus malignos (les llaman ani). Y están asustados.
Amargamente asustados a causa de las ruinas de las islas y de lo que piensan que ocultan.
Y yo no guardo dudas ¡Ahora!
«Cuando se les dijo a dónde irían, y cuánto tiempo pensábamos quedamos, murmuraron. Aquellos que finalmente fueron atraídos hicieron algo que pensé entonces que era sencillamente una condición supersticiosa y fue que se les permitiera alejarse durante las tres noches de luna llena. ¡Plujiera a Dios que les hubiéramos prestado atención y nos hubiéramos marchado también!
«Pasamos por el puerto de Metalanim y marchamos hacia la izquierda. Dos kilómetros más allá se elevaba una construcción cuadrangular impresionante. Sus paredes medían más de cincuenta metros de altura y se extendían hacia los lados cientos de metros. A medidas que nos adentrábamos, nuestra tripulación nativa se mantuvo en completo silencio; observaban la construcción furtivamente, llenos de temor. Lo supe por las ruinas llamadas Nan Tauach, el Palacio de los muros amenazadores. Y por el silencio de mis hombres me acordé de lo que Christian había escrito a cerca de este lugar; de cómo se había elevado sobre sus antiguos cimientos y sus recintos tetragonales de piedra labrada; la maravilla de sus tortuosos callejones y el laberinto de sus canales poco profundos; las macabras masas de sillería observando desde detrás de sus verdes pantallas; las barricadas ciclópeas, y cómo, cuando él se había dirigido hacia sus fantasmagóricas sombras, inmediatamente el regocijo de los guías se había desvanecido y la conversación se había apagado hasta convertirse en murmullos.
Permaneció en silencio durante un breve instante.
- Naturalmente, quise levantar mi campamento allí,-continuó en voz baja-, pero abandoné esa idea rápidamente. Los nativos estaban batidos por el pánico. Estaban tan asustados que querían regresar.
- No,-me dijeron-, ani muy grande aquí. Vamos a otro lado; pero no aquí.
«Finalmente levantamos nuestra base en un islote llamado Uschen-Tau. Estaba cerca de
la isla que quería investigar, pero lo suficientemente lejos como para satisfacer a nuestros hombres. Había un excelente lugar para acampar y una corriente de agua fresca. Levantamos nuestras tiendas y en un par de días el trabajo estuvo en marcha.»

CAPÍTULO III

La Roca de la Luna

No intentaré ahora explicarle-, continuó Throckmartin, -los re sultados de las dos semanas siguientes, ni lo que encontramos. Más tarde, si se me permite, le expondré todos estos detalles. Que sea suficiente el afirmar que al final de esas dos semanas había
encontrado la confirmación de muchas de mis teorías.
«El lugar, con toda su decadencia y su desolación, no nos había contaminado con toque
alguno de morbidad. Quiero decir que ni a Edith, ni a Stanton ni a mí mismo. Pero Thora se sentía muy triste. Era sueca, como ya sabe, y por su sangre corrían las creencias y supersticiones de los nórdicos. Algunas de ellas extrañamente semejantes a las de las tierras más meridionales; creencias sobre los espíritus de las montañas y los bosques, y de las aguas y hombres lobo y seres malignos. Al principio mostró una curiosa sensibilidad a lo que supongo podría denominarse las influencias del lugar. Me dijo que olía a fantasmas y hechiceros.
«Entonces me reía de ella...
«Pasaron dos semanas, y al finalizar este periodo el portavoz de nuestros nativos vino a vernos. La noche siguiente era noche de luna llena, nos dijo. Me recordó mi promesa.

Podría regresar a su pueblo por la mañana, y podría regresar tras la tercera noche, cuando la luna comenzara a disminuir. Nos dejaron diversos amuletos para nuestra protección y nos advirtieron solemnemente para que nos mantuviéramos lo más lejos posible de Nan- Tauach durante su ausencia. Medio exasperado y medio divertido vi cómo se alejaban.
«Naturalmente, no podía llevarse a cabo trabajo alguno sin ellos, así que decidimos pasar aquellos días de ausencia de excursión por los islotes del sur del grupo. Marcamos varios puntos para una exploración posterior y durante la mañana del tercer día nos dedicamos a revisar la cara oriental del rompeolas para nuestro campamento de Uschen- Tau, planeando tener todo listo para el regreso de nuestros hombres al día siguiente.
«Llegamos a Cierra justo antes del crepúsculo, cansados y listos para acostamos. Edith me despertó un poco después de la diez.
¡Escucha!- me dijo, -¡Acerca una oreja al suelo y escucha!
«Así lo hice y me pareció oír muy, muy lejos, como si llegara desde enormes distancias, un tenue parloteo. Cogió fuerza, se desvaneció y desapareció; comenzó, aumentó de volumen, y se apagó hasta desaparecer en silencio.
- Son las olas rodando sobre las rocas en algún lugar.- Le dije. -Probablemente nos encontraremos sobre algún lecho rocoso que transporta el sonido.
- Es la primera vez que lo oigo.- Me replico mi esposa dubitativamente.
«Escuchamos de nuevo. Entonces, a través del confuso ritmo, muy por debajo de nosotros, nos llegó otro sonido. Vagó a través de la laguna que se extendía entre nosotros y Nan-Tuach sobre las intermitentes olas. Era música de algún tipo; no puedo describir el extraño efecto que tuvo sobre mí. Usted ya lo ha experimentado...
- ¿Se refiere a lo que sucedió en cubierta?- Le pregunté. Throckmartin asintió.
- Me dirigí a la entrada de la tienda,-continuó-, y eché un vistazo afuera. Mientras hacía tal cosa, Stanton levantó la entrada de su tienda y salió a la luz de la luna, mirando hacia el otro islote y escuchando. Lo llamé.
- ¡Es un sonido muy singular!- Me dijo. Escuchó otra vez. -¡Es cristalino! Como pequeñas notas emitidas por un cristal translúcido. Como las campanas de cristal en los sistros de Isis en el Templo de Dendarah-, añadió con tono casi soñador.
Miramos intensamente hacia la isla. De repente, sobre el rompeolas, moviéndose lenta,
rítmicamente, vimos un pequeño grupo de luces. Stanton se rió.
- ¡Los muy miserables!-Exclamó- Es por eso por lo que querían irse, ¿verdad? ¿No lo ve, Dave? es algún tipo de festival; ¡ritos de algún tipo que llevan a cabo durante la luna
llena! ¡Por eso estaban tan ansiosos por mantenernos apartados!
«La explicación me pareció válida. Sentí una especie de curioso alivio, aunque no era
sensible a ningún tipo de opresión.
- Encajemos la derrota.- Nos sugirió Stanton.
Pero yo no lo acepté.
- Son gente difícil de tratar.-Le dije-. Si aparecemos en medio de una de sus ceremonias religiosas, probablemente no nos perdonarán jamás. Mantengámonos apartados de cualquier tipo de fiesta familiar de la que no hayamos sido invitados.
- Así es-. Acordó Stanton.
«El extraño parpadeo aumentó y desapareció. Aumentó y desapareció...
- Es algo... algo muy inquietante.- Nos dijo Edith muy seriamente. - Me pregunto con qué han producido esos sonidos. Me han asustado casi hasta morirme y, al mismo tiempo, han hecho que me sintiera casi al borde de un inmenso éxtasis.
- ¡Resulta extraordinariamente misterioso!- Exclamó Stanton.
«Y mientras así hablaba se levantó la entrada de la tienda de Thora y la anciana sueca se recortó contra la luz de la luna. Era del tipo de mujer nórdica fuerte; alta, de grandes pechos, moldeada con las antiguas facciones vikingas. Sus sesenta años se había desvanecido. Parecía una sacerdotisa de Odin adolescente.
«Se mantuvo parada, con los ojos completamente abiertos, brillantes, estrellados. Adelantó la cabeza hacia Nan-Tauach, mirando hacia las luces; escuchó. De repente elevó los brazos y realizó un curioso gesto hacia la luna. Fue un movimiento arcaico; pareció que lo sacaba de una remota antigüedad. Incluso se apreció una extraña sugerencia de poder. Dos veces repitió el gesto y... ¡Las luces se desvanecieron! La anciana se volvió hacia nosotros.
- ¡Marchad!- nos dijo, y su voz pareció llegar desde remotas distancias- ¡Marchad de aquí... y rápidamente! Idos mientras podáis. Ha llamado...-Apuntó con un dedo al islote-
Sabe que estáis aquí. ¡Está esperando!-Gimió-. Atrae al... al...
«Cayó a los pies de Edith, y sobre la laguna aparecieron una vez más los parpadeos, ahora con una nota mucho más rápida de júbilo... casi de triunfo.
«Velamos durante toda la noche junto a ella. Los sonidos provenientes de Nan-Tauach continuaron hasta casi la hora anterior a la puesta de la luna. Por la mañana Thora se despertó, en apariencia no empeorada. Nos dijo que había tenido pesadillas. No podía recordar en qué consistían... excepto que la habían advertido de un peligro. Estaba extrañamente taciturna, y a lo largo de toda la mañana sus miradas se volvieron una y otra vez, casi fascinadas y casi temerosas, hacia la isla vecina. «Esa tarde regresaron los nativos. Y esa noche el silencio no se rompió sobre Nan- Tauach ni hubieron luces ni signos de vida.
«Comprenderá, Goodwin, cómo los acontecimientos que le he contado podría excitar la curiosidad científica. Naturalmente, rechazamos cualquier explicación que admitiera lo
sobrenatural.

«Nuestros... permítame que los denomine síntomas... pueden explicarse muy fácilmente. Resulta incuestionable que las vibraciones creadas por ciertos instrumentos musicales tienen efectos definitivos y algunas veces extraordinarios sobre el sistema nervioso. Aceptamos esto como la explicación a las reacciones que experimentamos al escuchar sonidos no familiares. El nerviosismo de Thora, sus temores supersticiosos, la había agitado hasta llevarla a un estado de semi sonambulismo histérico. En realidad, la ciencia podría explicar perfectamente su participación en la escena que se desarrolló aquella noche.
«Llegamos a la conclusión de que debe existir un paso entre Ponape y Nan-Tauach conocido por los nativos. Y utilizado por los mismos durante sus rituales. Decidimos que durante la siguiente partida de nuestros trabajadores les seguiríamos inmediatamente hasta Nan-Tauach. Podríamos investigar durante el día, y al llegar la tarde mi esposa y Thora volverían al campamento, dejándonos a Stanton y a mí pasar la noche en la isla, observando desde algún escondite seguro lo que pudiera suceder.



«La luna menguó; apareció media por el oeste y creció lentamente hasta aparecer llena. Antes de que los hombres nos dejaran nos rogaron literalmente que los acompañáramos.
Su pesadez nos motivó más a ver lo que sucedía; ya estábamos completamente convencidos de que nos querían ocultar algo. Al final resultó claro para Stanton y para mí; no tanto para Edith que estaba pensativa, abstraída... reacia.
«Cuando los hombres estuvieron fuera de la vista a causa de la curva de la rada, cogimos nuestro bote y nos dirigimos a Nan-Tauach. Pronto su enorme rompeolas se elevó sobre nosotros. Pasamos a través de la bocana con sus gigantescos prismas de basalto tallado y llegamos a tierra junto al dique casi sumergido. Frente a nosotros se extendía una serie de escalones gigantes que conducía a un vasto patio sembrado con fragmentos de pilares caídos. En el centro del patio, más allá de los destrozados pilares,
se elevaba otra terraza de bloques de basalto, ocultando, supe en ese momento, aún otro recinto.
«Y ahora, Walter, para una mejor comprensión de lo que sigue... y... y - dudó-. Deberá decidir más tarde si regresa conmigo o, si soy atrapado, a... a... seguirnos... Escuche cuidadosamente mi descripción de este lugar; NanTauach está compuesto literalmente de tres rectángulos. El primer rectángulo es el rompeolas, construido con monolitos tallados y cuadriculados, de una altura de veinticinco metros. Para llegar a la bocana del puerto a través del rompeolas se pasa por un canal marcado en el mapa entre Nan-Tauach y el islote llamado Tau. La entrada al canal se encuentra oculta por densos matorrales de manglares; una vez que se han pasado, el camino se toma claro. Los escalones llevan desde el amaraje de la bocana hasta la entrada del patio.
«El patio está rodeado por otra muralla de basalto, rectangular, que sigue con exactitud matemática las dimensiones de las barricadas exteriores. El dique mide entre cuarenta y cincuenta metros de alto. Originalmente debió ser mucho más alto, pero debieron de producirse hundimientos en algunas de sus partes. La muralla del primer recinto tiene una anchura en su parte superior de veinte metros, y su altura oscila entre veinticinco y treinta metros. Aquí también ha provocado el gradual hundimiento del terreno que algunas partes de la misma cayeran a tierra.
«En el interior de este patio se encuentra el segundo recinto. Su terraza, fabricada del mismo basalto que las murallas exteriores, tiene una altura de treinta metros. La entrada se gana a través de una gran cantidad de brechas que ha practicado el tiempo en sus piedras talladas. Este es el patio interior ¡El corazón de Nan-Tauach! Aquí se encuentra la gran cripta central que se asocia con el nombre de un ser vivo que ha llegado a nosotros a través de las nieblas del pasado. Los nativos dicen que fue el edificio del tesoro de Chau-teleur, un poderoso rey que reinó mucho antes que sus padres. Como Chau es la palabra del antiguo idioma de Ponape para designar tanto al rey como al sol. La palabra significa, sin duda alguna, Lugar del rey sol. Es la remembranza de un nombre dinástico de la raza que reinó en el continente Pacífico y que ahora ha desaparecido. Es el mismo caso que el de los gobernantes de la anciana Creta, que tomaron el nombre de Minos; o el de los reyes de Egipto, que se llamaron a sí mismos Faraones.
«Y frente a este lugar del rey sol se encuentra la roca de la luna, que oculta el estanque
de la Luna.
«Fue Stanton el que descubrió la roca lunar. Habíamos estado inspeccionando el patio
interior; Edith y Thora estaban preparando la comida. Yo salí de la cripta de Chau-te-leur para encontrar a Stanton ante una parte de la terraza que estudiaba con perplejidad.
- ¿Qué piensa de esto?- me preguntó mientras me acercaba.
Señaló a la pared. Seguí la línea de su dedo y observé un bloque de piedra de aproximadamente veinte metros de alto y unos quince de ancho. Al principio todo lo que observé fue la exquisita precisión con que se unía a los bloques adyacentes. Entonces me percaté de que su color era sutilmente diferente. Estaba matizada de gris y de una sutil y peculiar... falta de vida.
- Tiene más apariencia de carbonato de calcio que de basalto-. Le dije.
La toqué y retiré precipitadamente la mano, ya que al contacto cada nervio del brazo se estremeció como si un chorro de electricidad congelante lo hubiera atravesado. No fue un frío como el que conocemos. Fue una fuerza heladora (es la frase que suelo utilizar). Una electricidad congelante es la mejor descripción que puedo hacer de ella. Stanton me miró asombrado.
- Así que también lo ha sentido,-me dijo-. Dudaba si estaba experimentando una alucinación como la de Thora. Por cierto, observe que los bloques adyacentes se encuentran excesivamente calientes por efecto del sol.


«Examinamos con ansia el bloque. Sus bordes habían sido cortados como por la mano de un grabador de joyas. Se ajustaban a los bordes de los bloques vecinos de tal manera que casi no cabía un cabello entre ellos. Su base estaba suavemente curvada y se ajustaba con tanta precisión como los bordes laterales y el superior al enorme bloque sobre el que reposaba. Y entonces nos dimos cuenta de que las piedras habían sido ahuecadas para seguir la línea del pie de la piedra gris. Había una depresión semicircular que recorría la piedra de un lado al otro. Parecía que esta roca gris estuviera situada en el centro de una copa poco profunda; revelando la mitad y ocultando el resto. Había algo de esta depresión que me atraía, así que me incliné y la palpé. Goodwin, aunque el contrapeso de las piedras que la formaban, como el de todas las piedras del patio era escabroso y envejecido, éste estaba pulido como si su superficie hubiera sido trabajada por las manos de un pulidor.
- ¡Es una puerta!- exclamó Stanton. -Gira alrededor de la copa. Eso es lo que hace que
la depresión esté tan pulida.


- Puede que tenga razón,- le respondí. -¿Pero cómo demonios podemos abrirla? «Nos centramos una vez más en el bloque, presionando en sus bordes, empujando sus lados. Durante uno de esos intentos se me ocurrió mirar hacia arriba y grité. Un par de metros por encima y a cada lado de las esquinas del dintel de la roca gris se había formado una pequeña convexidad, sólo visible desde el ángulo en que había mirado a la roca.
«Llevábamos con nosotros una pequeña escala de cuerda y me subí en ella. Las protuberancias no eran aparentemente más que curvaturas cinceladas en la piedra. Posé mi mano en la que estaba examinando y la retiré rápidamente. En la palma de la mano, justo en la base del pulgar, había sentido la misma sacudida que había experimentado al tocar el bloque inferior. Volví a poner la mano en el mismo sitio. La sacudida había venido de un punto de no más de cinco centímetros de diámetro. Recorrí cuidadosamente la convexidad y el calambrazo me recorrió el brazo seis veces más. En la zona curva había siete círculos de unos cinco centímetros de diámetro, cada uno de los cuales transmitían la sensación que ya he descrito. La convexidad del lado opuesto del bloque ofreció exactamente los mismos resultados. Pero ningún tipo de toque o de presión en tales puntos individualmente o combinándolos nos ofreció la más mínima promesa de movimiento del bloque.
- Y aún así... ellos eran los que lo abrían.- Afirmo con seguridad Stanton
- ¿Por qué dice eso?- Le pregunté.
- No... no lo sé.- Me respondió dubitativamente. -Pero algo me lo dice así. Throck,- continuó hablando medio en serio medio en broma-. Mi mitad científica está luchando con mi mitad puramente humana. La mitad científica me urge a buscar la manera de derribar o abrir el bloque. ¡La humana me empuja con fuerza a no hacer nada por el estilo y a huir mientras pueda!
Se rió otra vez. Avergonzado.
- ¿Cuál vencerá?- Se pregunto.
Y pensé que por el tono de su voz el lado humano estaba ascendiendo rápidamente.
- Probablemente permanecerá cerrada... a menos que lo volemos en pedazos.- Le dije.
- Ya he pensado en ello me respondió-. Y no me atrevería, añadió de manera sobria.
Y al mismo tiempo que yo había hablado pensé lo mismo que él. Fue como si algo atravesara la roca gris y me golpeara en el corazón como si alguien golpeara unos labios pecadores. Nos apartamos con dificultad y nos giramos hacia Thora, que en ese momento llegaba atravesando una brecha en la roca.
- Miss Edith les necesita a la mayor brevedad...-comenzó a hablar... y se detuvo
bruscamente.
Sus ojos pasaron de los míos a la roca gris. Su cuerpo se puso rígido; dio unos pasos rígidos hacia delante y entonces se precipitó corriendo hacia el bloque. Pegó el pecho, las manos y la clara contra la misma, la oímos gritar como si su misma alma la abandonara... y observamos cómo se derrumbaba a sus pies. Mientras la levantábamos observé en su cara la misma expresión que cuando oímos por primera vez la música cristalina de Nan- Tauach... ¡Esa mezcla inhumana de sentimientos opuestos!

CAPÍTULO IV

Los Primeros Desaparecidos

Transportamos a Thora de vuelta a donde Edith nos aguardaba. Le contamos lo que había sucedido y lo que habíamos hallado. Nos escuchó con seriedad, y mientras terminábamos Thora suspiró y abrió los ojos.
- Me gustaría ver la piedra-dijo-. Charles, quédate con Thora aquí.
Atravesamos el patio exterior en silencio y nos paramos frente a la roca. Mi mujer la tocó y retiró la mano al igual que yo había hecho; la adelantó una vez más resueltamente y la mantuvo en su sitio. Pareció estar escuchando. Entonces se giró hacia mí.
- David,-dijo mi esposa, y la melancolía que había en su voz me hirió-. David, ¿Te sentirías muy, muy desilusionado si nos fuéramos de este lugar... sin intentar encontrar
nada más... te desilusionaría?
«Walter, jamás en mi vida he ansiado nada con tanta pasión como ansiaba por descubrir
qué ocultaba la roca. Aún así, traté de contener mis deseos y le respondí:
- Edith, no me desilusionaría lo más mínimo si así lo desearas.
«Ella fue capaz de leer mi lucha interna en los ojos. Se volvió hacia la roca gris.
Observé cómo la recorría un escalofrío y ¡Experimenté una punzada de remordimientos y vergüenza!
- ¡Edith!- Exclamé-¡Nos iremos de aquí!
«Me miró de nuevo.
- La ciencia es una amante celosa-afirmó-. No, después de todo puede que sea divertido. En cualquier caso, no puedes huir. ¡No! Pero, Dave, ¡Yo también voy a quedarme!
«Y su decisión fue inmutable. Mientras nos aproximábamos a los demás, posó una
mano en mi hombro.
- Dave-me dijo-,si sucediera algo... bueno, algo inexplicable esta noche. Algo que pareciera... muy peligroso. ¿Me prometes que regresaremos a nuestro islote mañana, si podemos... y que esperaremos hasta que los nativos regresen?
«Se lo prometí impacientemente. El deseo de quedamos y observar lo que sucedería cuando llegara la noche ardía como un fuego en mi interior.
«Levantamos un campamento a una distancia aproximada de setecientos metros de los escalones que conducen al patio exterior.
«El claro que elegimos para acampar estaba bien protegido. No podíamos ser vistos, y nosotros disfrutábamos de una vista clara de las escaleras y de la entrada. Nos retiramos justo después de anochecer y esperamos a lo que pudiera acontecer. Yo me encontraba más cerca de los escalones gigantes; a mi lado se encontraba Edith, luego Thora y por último Stanton.
«La noche cayó. Tras un instante, el cielo oriental comenzó a iluminarse y supimos que la luna se estaba levantando; se hizo más luminoso y el satélite asomó sobre el mar y lo bañó con su reflejo. Eché un vistazo hacia Edith y hacia Thora. Mi esposa escuchaba intensamente. Thora estaba sentada en la misma postura que cuando habíamos regresado a su lado, con los codos sobre las rodillas y las manos cubriendo la cara.
«Y entonces, con la luz de la luna inundándonos, me golpeó una poderosa sensación de somnolencia. El sueño parecía fluir de los rayos y caer sobre mis ojos, cerrándomelos... cerrándomelos inexorablemente. La mano que Edith había colocado entre las mías quedó laxa. La cabeza de Stanton cayó sobre su pecho y su cuerpo osciló como si estuviera borracho. Traté de levantarme... de luchar contra el profundo deseo de dormir que me apresaba.
«Y mientras me debatía, Thora levantó su cabeza como si escuchara; y se volvió hacia la entrada del edificio. En su rostro se reflejaba una desesperación infinita, así como expectación. Intenté levantarme una vez más... y una oleada de sueño me atrapó. Mientras me hundía en la inconsciencia, escuché débilmente un campanilleo cristalino; separé los párpados una vez más con un esfuerzo supremo.
«Thora, bañada en luz, permanecía de pie en la parte superior de las escaleras.
«El sueño me hizo suyo... ¡Me introdujo en el corazón del olvido!
«El alba se abría paso cuando me desperté. El recuerdo me golpeó con fuerza y el pánico me estremeció a causa de Edith; la toqué y mi corazón dio un salto de agradecimiento. Se agitó y se sentó, frotándose los deslumbrados ojos. Stanton yacía a su lado, de espaldas y con la cabeza sobre los brazos.
«Edith me miró presa de un ataque de risa.
- ¡Por el Cielo! ¡Vaya sueño!-Exclamó.
La memoria le volvió en ese momento.
- ¿Qué ha sucedido?- Susurró. -¿Qué nos ha movido a dormir así? «Stanton se despertó.
- ¿Qué sucede? Exclamó-. Parecéis como su hubierais visto fantasmas.
Edith me asió de las manos.
- ¡¿Dónde está Thora!?- Gritó. Antes de que pudiera responder, se había precipitado hacia el exterior de la tienda., llamándola.
- Algo se ha llevado a Thora.- Fue todo lo que fui capaz de decirle a Stanton.
Juntos fuimos a reunimos con mi esposa, que ahora permanecía parada junto a los grandes escalones de piedra, mirando temerosa hacia la entrada de las terrazas. Allí les dije lo que había visto antes de que me hubiera invadido el sueño. Y juntos nos precipitamos escaleras arriba, a través del patio y hasta la piedra gris.
«El bloque estaba cerrado como lo había estado el día anterior, no existían trazas de que hubiera sido abierto. ¿Sin trazas? En el mismo momento en que pensaba esto Edith cayó sobre sus rodillas ante la piedra y recogió algo que se encontraba a sus pies. Era un pequeño trozo de brillante seda. Lo reconocí como parte del pañuelo que llevaba Thora sobre la cabeza. Edith levantó el trozo. Parecía que el pañuelo había sido cortado con una navaja; unas pocas hebras sobresalían del fragmento... se dirigían hacia la base del bloque, ¡Y pasaban bajo la roca gris!
«¡La roca gris era una puerta! ¡Y había sido abierta y Thora había pasado a su través!
«Creo que durante los minutos siguientes nos volvimos un poco locos. Golpeamos la puerta con nuestras manos, con piedras y palos. Al final la razón regresó a nosotros.
«Goodwin, durante las dos horas siguientes tratamos por todos los medios a nuestro alcance de forzar la entrada a través del bloque de piedra. La piedra aguantó todas nuestras perforaciones. Probamos con explosiones en la base con cargas cubiertas por rocas. No dejaron la menor huella sobre su superficie, malgastando su fuerza, naturalmente, sobre la menor resistencia de las piedras que las cubrían.
«La tarde nos encontró desesperados. Llegó la noche y debimos decidir nuestro curso de acción. Yo quería volver a Ponape en busca de ayuda, pero Edith objetó que esto nos llevaría horas y después de que llegáramos sería imposible el persuadir a nuestros hombres para que regresaran con nosotros por la noche, si es que lo hacían en cualquier otro momento. ¿Entonces, qué podíamos hacer? Estaba claro que sólo nos quedaban una o dos opciones: regresar a nuestro campamento, esperar a nuestros hombres, y a su regreso tratar de persuadirlos para que fueran con nosotros a Nan-Tauach. Pero esto implicaría el abandono de Thora durante un par de días al menos; no podíamos hacer eso, habría resultado demasiado cobarde. La otra opción consistía en esperar donde estábamos a que llagara la noche; esperar a que la roca se abriera tal y como había sucedido la noche anterior, y efectuar una salida a través de ella y encontrar a Thora antes de que se cerrara de nuevo.
«Nuestro camino se dibujaba claramente ante nosotros. ¡Teníamos que pasar la noche
en NanTauach!
«Naturalmente, había discutido el fenómeno hipnótico en profundidad. Si nuestra teoría de que las luces, los sonidos y la desaparición de Thora estaban conectados con los rituales religiosos de los nativos, la deducción lógica era que el sueño lo habían provocado ellos, quizá por medio de vapores. Usted sabe tan bien como yo qué extraordinario conocimiento tienen estas gentes del Pacífico sobre tales cosas. O puede que éste fuera una mera coincidencia y se provocara por la emanación tanto de los gases como de las plantas, causas naturales que han llegado a coincidir en sus efectos junto con las demás manifestaciones, por lo que fabricamos algunos respiradores toscos pero efectivos.
«Mientras caía el ocaso preparamos nuestras armas. Edith era una excelente tiradora tanto con el rifle como con la pistola. Habíamos decidido que mi esposa permaneciera en un lugar oculto. Stanton tomaría posiciones en el lugar más alejado de las escaleras y yo me situaría frente a él y cerca de Edith. El lugar en el que me encontraba estaba a menos de cien metros de ella, y por tanto podía encontrarme tranquilo con respecto a su
seguridad ya que tenía a la vista el hueco en el que se encontraba agachada. Desde nuestros respectivos puestos Stanton y yo podíamos controlar la entrada principal. Su posición también le facilitaba la vista al patio exterior.
«Un arrebol fantasmal coronó la luna. Stanton y yo tomamos posiciones. La luna creció con celeridad; el disco se deslizó hasta su cénit y en un momento iluminó con todo su brillo las ruinas y el mar.
«En el momento en que llegaba a su punto más alto nos llegó un curioso y susurrante sonido desde la terraza interior. Stanton quedó rígido y miró con intensidad a través de la entrada con el rifle listo.
- ¿Stanton, qué ve?- Le pregunté con cautela.


Agitó una mano silenciándome y giré la cabeza en dirección a Edith. Me recorrió un escalofrío. Yacía tumbada sobre un costado; su cara, de facciones grotescas a causa del respirador colocado sobre su boca y su nariz, estaba girada hacia la luna. ¡Se encontraba
de nuevo sumida en un profundo sueño!
«Mientras me giraba de nuevo para llamar a Stanton, mi vista pasó sobre los escalones y se detuvo, fascinada. La luz de la luna se había hecho más densa, parecía que se había... rizado; y a través de su luz corrían diminutas chispas y venas de vibrante fuego blanco. Me invadió la languidez. No era la inefable somnolencia que precede a la noche. Drenaba cualquier deseo de moverse. Intenté gritarle a Stanton, pero ni tan siquiera mis labios desearon moverse. Goodwin... ¡Ni tan siquiera podía mover los ojos!
«Stanton se encontraba dentro de mi campo de visión, por lo que observé cómo subía de repente los escalones y se dirigía hacia la entrada. La luz rizada parecía esperarle.
Penetró en su interior... y lo perdí de vista.
«El silenció se alargó durante una docena de latidos. De repente, una lluvia de campanilleos hizo que las pulsaciones aceleraran con alegría y las transformaron en diminutos dedos de hielo, y a través de ellos llegó la voz de Stanton... ¡En forma de grito, de un enorme aullido, lleno de un éxtasis insoportable y de un horror inimaginable! Y una vez más se extendió el silencio. Me debatí por liberarme de las ataduras que me atenazaban. No pude. Incluso tenía paralizados los párpados. Tras ellos, mis ojos, secos y doloridos, ardían.

Entonces, Goodwin ¡Vi por primera vez lo inexplicable! La música cristalina entró en un crescendo. Desde donde estaba sentado podía ver la entrada y sus portales de basalto, quebrados y rotos, elevándose hasta lo más alto de la muralla, sesenta metros más arriba, portales destrozados, arruinados... inalcanzables. Por esta entrada comenzó a brillar una luz más intensa. Creció, borbotó, y de ella salió caminando Stanton.
«¡Stanton! Pero... ¡Dios mío! ¡Qué visión!
Un profundo temblor le estremeció. Esperé... esperé.

CAPÍTULO V

En el Estanque de la Luna

Goodwin,- continuó finalmente Throckmartin, -sólo puedo describirlo como algo hecho de luz viviente. Irradiaba luz; estaba lleno de luz; rebosando luz. Una brillante nube giraba a su alrededor y a través de él en espirales radiantes, tentáculos relucientes, luminiscentes espirales y chispeantes.
«Su cara brillaba con un éxtasis demasiado poderoso para que lo soportara cualquier ser
humano, aun cuando se encontraba ensombrecido por una miseria insuperable. Era como si hubiera sido remodelada por la manos de Dios y de Satán, trabajando juntas y en armonía. Ya ha visto su sello sobre mí mismo. Pero nunca lo verá en tal grado como el que se mostraba sobre Stanton. Sus ojos se encontraban completamente abiertos y fijos.
¡Como si estuvieran contemplado una visión interior del infierno y el cielo!
«La luz que lo penetraba y lo rodeaba tenía un núcleo, un corazón... algo con una forma levemente humana que se disolvió y cambió, recogiéndose sobre sí misma, giró alrededor de Stanton, se alejó y volvió una vez más. Y mientras su brillante núcleo pasaba a través del hombre su cuerpo pulsaba brillantemente. Mientras la luminiscencia se movía también se movían al mismo tiempo, delicadamente y con serenidad, siete diminutos globos de siete colores diferentes, como siete pequeñas lunas.
«Entonces, Stanton fue repentinamente izado... levitado, sobre las inaccesibles murallas y más allá. La incandescencia desapareció de la luna y la música campanilleante se hizo más débil. Una vez más traté de moverme. Las lágrimas me corrían ahora abundantemente desde los rígidos párpados y trajeron descanso a mis torturados ojos.
«He dicho que tenía la mirada fija. Así era. Pero mi visión periférica abarcaba parte de la pared más lejana del patio exterior. Parecieron que transcurrían eones enteros y, de repente, una radiación se deslizó a través de ella. Pronto la figura que había sido Stanton se desplazó de mi campo de visión. Se encontraba muy lejos, sobre las gigantescas murallas. Pero aun así pude percibir las brillantes espirales que giraban con júbilo alrededor y a su través; creo que preferiría no haber visto su cara en trance más allá de las siete lunas. Un remolino de notas cristalinas y desapareció. Y durante todo ese tiempo, como si recibiera luz desde un pozo de luz abierto, el patio brillaba y emitía fuegos plateados que debilitaban los rayos de luz, aun cuando parecía que formaban extrañamente parte de ellos.
«Finalmente, la luna se aproximó al horizonte. En ese momento se produjo una explosión de sonora; y segundo, y último, grito de Stanton ¡como si fuera un eco del primero! Una vez más me llegó un suave susurro desde la terraza interior. Luego... ¡se produjo un silencio absoluto!
«La luz se desvaneció; la luna se estaba poniendo y con su desaparición recuperé la movilidad. Di un salto hacia los escalones y me precipité hacia arriba, a través de la entrada y en dirección a la piedra gris. Estaba cerrada, tal y como supuse. ¿Pero lo había soñado o había oído, haciéndose eco a su través como si lo oyera a través de vastísimas distancias, un grito triunfante?
«Regresé a la carrera hacia donde se encontraba Edith. Al tocarla despertó, me miró dubitativamente y se levantó sobre una mano. - ¡Dave!-Me dijo-. Al final me dormí.
Vio la desesperación reflejada en mi rostro y se puso en pie bruscamente. - ¡Dave!- Gritó-¿Qué sucede? ¿Dónde está Charles? «Encendí una fogata antes de empezar a hablar. Luego se lo conté todo.
Y durante el resto de la noche permanecimos sentados frente a las llamas, rodeándonos con los brazos. Como si fuéramos dos niños asustados.»
Abruptamente, Throckmartin extendió sus manos suplicantemente.
- ¡Walter, viejo amigo!- Gritó. -No me mire como si estuviera loco. Es cierto, absolutamente cierto.
Esperé... Lo conforté lo mejor que pude. Al poco tiempo retomó su historia.
- Nunca-me dijo,-un hombre había dado la bienvenida al sol como yo lo hice aquella mañana. Tan pronto como se elevó, regresamos al patio. La murallas sobre las que había visto a Stanton estaban silenciosas y oscuras. La terrazas estaban donde había estado. El bloque gris estaba en su lugar. En el hueco de su base había... nada. Nada... nada había en el islote que se refiriera a Stanton... ni una traza.
«¿Qué debíamos hacer? Precisamente los mismos argumentos que nos habían mantenido allí la noche anterior parecían los adecuados para ese momento... quizá más adecuados. No podíamos abandonarlos a los dos; no podíamos marcharnos mientras existiera la más mínima oportunidad de encontrarlos... e incluso por el amor que sentíamos el uno por el otro ¿cómo podríamos continuar? Yo amaba a mi mujer. Cuánto, no lo supe hasta ese día. Y ella me amaba aún más profundamente.
- Sólo hace falta una noche para cada uno de nosotros-me suplicó-. Querido, deja que me lleve.
«Lloré, Walter. Los dos lloramos.
- Nos enfrentaremos a eso juntos,-me dijo.
Y así fue en definitiva como los acordamos...»
- Para eso hace falta un enorme valor, Throckmartin,- le interrumpí.
El me miró con ansiedad.
- ¿Entonces me cree?- Exclamó.
- Le creo,-le respondí.
Me tomó de la mano apretándomela hasta casi partírmela.
- Ahora- me dijo-, no tengo miedo. Si yo... si fracaso, ¿vendrá a ayudarme?
Así se lo prometí.
- Lo planeamos cuidadosamente-continuó hablando-, desplegando todo nuestro poder de análisis y nuestros hábitos para el pensamiento científico más reposado. Consideramos minuciosamente los elementos temporales que se dieron en los fenómenos. Aunque los profundos cánticos comenzaban cuando la luna comenzaba a elevarse, habían pasado casi cinco minutos entre su nacimiento y los extraños sonidos susurrantes que provenían de la terraza central. Repasé mentalmente todos los sucesos que se habían producido la noche anterior. Habían transcurrido casi diez minutos entre el primer susurro anunciante y el aumento de la luz lunar en el patio. Y su brillo aumentó durante al menos diez minutos más antes de que se produjera el sonido de las notas cristalinas. De hecho, calculé que se había producido un lapso de casi media hora entre el momento en que la luna se mostró sobre el horizonte y el primer campanilleo.
- ¡Edith!-Grité-¡Creo que ya lo tengo! la piedra gris se abre cinco minutos después de la salida de la luna. Pero sea lo que sea que atraviesa su umbral debe esperar hasta que la
luna se ha elevado más, o quizá debe venir desde una gran distancia. El asunto se basa en no esperar a que llegue a este lado, si no sorprenderlo antes de que atraviese la puerta.
Debemos ir temprano al patio interior. Tú llevarás tu rifle y tu pistola y te ocultarás desde donde puedas controlar la apertura... si es que el bloque se abre. En el instante en que se abra, yo entraré. Es nuestra mejor oportunidad, Edith. Es nuestra única oportunidad.
«Mi mujer puso todo tipo de reparos. Quería acompañarme, pero la convencí de que sería mejor que esperara fuera manteniendo la guardia, preparada para ayudarme en caso de que me viera forzado a salir por aquello que se encontraba al otro lado.
«Media hora antes de que saliera la luna nos dirigimos al patio interior. Yo me quedé al lado de la roca gris. Edith se ocultó tras un pilar roto a unos veinte metros de mí y colocó el cañón de su rifle sobre la piedra para cubrir la entrada.
«Los minutos se arrastraban lentamente. La oscuridad se arrastraba lentamente y a través de las aberturas de la terraza pude ver que el lejano cielo se iluminaba levemente.
Con el primer pálido resplandor el silencio del lugar se intensificó, se hizo más espeso, insoportable... expectante. La luna salió, mostró un cuarto de su cara, la mitad, y entonces se mostró en su totalidad, como una burbuja gigante.
«Sus rayos cayeron sobre la pared que se encontraba ante mí y, de repente, sobre las convexidades que le he descrito se iluminaron siete pequeños círculos. Palpitaron, parpadearon y se hicieron más brillantes... brillaron con total intensidad. El gigantesco bloque que se encontraba frente a mí brilló con ellos, plateadas olas de fosforescencia pulsaron sobre su superficie y entonces... la piedra se abrió como si se moviera sobre unas bisagras ¡susurrando levemente mientras se movía!
«Advirtiendo a Edith me introduje rápidamente a través de su umbral. Un túnel se desplegaba ante mí. Brillaba con la misma radiación fantasmagórica de color plateado. Corrí por su interior. El pasaje giraba abruptamente y se desplazaba paralelamente a las murallas del patio exterior y una vez más se inclinaba hacia abajo.
«El pasadizo se interrumpió. Ante mí se alzaba un alto arco abovedado. Parecía abrirse al espacio; un espacio lleno de una niebla lanosa, multicolor y chispeante cuyo brillo crecía a ojos vista. Atravesé el arco ¡y me detuve con un pavor sobrecogedor!
«Frente a mí se encontraba un estanque. Era circular, de unos cuarenta metros de diámetro. A su alrededor se desplegaba un estrecho anillo de brillantes piedras plateadas.
Sus aguas eran de un pálido color azul. El estanque con su reborde plateado parecía un gran ojo azul que mirara hacia arriba.
«Sobre su superficie se precipitaban siete radios luminosos. Caía sobre el ojo azul como torrentes cilíndricos; eran como brillantes pilares de luz que se elevaran desde un suelo de zafiro.
«Uno era de un suave color rosa perlado; otro era como el verde de la aurora, un tercero poseía la blancura de la muerte; el cuarto era de un azul madreperla; una reluciente columna de pálido ámbar, un haz de amatista, un eje de plata fundida. Tales eran los colores de las siete luces que brotaban del estanque de la luna. Me acerqué más, anonadado por el pavor. Los haces no iluminaban las profundidades; se movían por su superficie y parecían difuminarse allí, fundirse con ella. ¿Las devoraba el estanque? «Sobre las aguas comenzaron a precipitarse diminutos destellos de fosforescencia, chispas y destellos de pálida incandescencia. Y muy, muy abajo sentí un movimiento, un color vivo como si un cuerpo luminoso se elevara lentamente. «Miré hacia arriba, siguiendo la dirección de los pilares brillantes hasta su comienzo.
Muy en lo alto se encontraban siete globos brillantes, y era de sus interiores de donde salían los siete rayos. Mientras los observaba su luminosidad aumentó. Eran como siete lunas colgadas de un cielo abovedado. Lentamente aumentó su esplendor y con él aumentó el brillo de los siete haces que se desprendían de ellos.
«Aparté la vista y la dirigí hacia el estanque. Se había vuelto lechosa, opalescente. Los rayos que se precipitaban sobre su superficie parecían llenarlo; estaba vivo con las chispas, los brillos y los centelleos. ¡Y la luminiscencia que había visto elevarse de sus profundidades había aumentado de tamaño y se encontraba más cerca!
«Un remolino de niebla flotaba sobre su superficie. Evolucionó hacia el rayo de color rosa y se detuvo en su interior durante unos momentos. El haz de luz pareció abrazarlo, enviándole diminutos corpúsculos luminosos y pequeños espirales rosáceas. La niebla absorbió los rayos y aumentó de tamaño ganando sustancia. Otro remolino se dirigió hacia el haz ambarino, se introdujo en su interior y se alimentó de él, luego se desplazó hacia el primero y se fundió con él. Posteriormente, se crearon otros remolinos aquí y allí, con demasiada velocidad como para contarlos; se introdujeron en el abrazo de los chorros de luz, parpadeando y pulsando unos en el interior de otros.
«Más y más grandes crecieron hasta que sobre la superficie del estanque se formó un opalescente y pulsante pilar de niebla creciendo cada vez más; drenando la vida de los siete haces de luz que caían sobre él; drenándola de los veloces e incandescentes átomos del estanque. Desde su centro se acercaba la luminiscencia elevándose de sus profundidades. Y el pilar pulsó, palpitó, comenzó a desplegar tentáculos y zarcillos que palpaban a su alrededor.
«Formándose frente a mí se encontraba Aquello que había andado con la forma de Stanton, que se había llevado a Thora... ¡la cosa que había venido a buscar!
«Mi cerebro entró en acción. Mi mano levantó la pistola y disparó una bala tras otra sobre su brillante superficie.
«Mientras disparaba, la cosa se balanceó y tembló, volviendo a tomar forma. Introduje un segundo cargador en la pistola automática y se me ocurrió otra idea que me hizo apuntar cuidadosamente hacia uno de los globos del techo. Supe que de allí provenía la fuerza que daba forma al Morador del estanque... de los rayos provenía su fuerza. Si podía destruirlos, podría colapsar su formación. Disparé una y otra vez. Si acerté en alguna esfera no le hice daño alguno. Las pequeñas motas que llenaban sus rayos danzaban revueltas con las motas de la niebla. Eso era todo.
«Pero surgiendo del estanque, como pequeñas campanillas, como diminutas burbujas de cristal que explotaran, comenzaron los sonidos tintineantes... su tono aumentó con odio, su dulzura ya perdida.
«Y saliendo del inexplicable remolino surgió una brillante espiral.
«Me rodeó por completo, enroscándose a mi alrededor. En ese momento, me atravesó una mezcla de terror y éxtasis. Cada átomo de mi ser se conmovió de gozo y se estremeció por la desesperación. No había nada impuro en ello, pero era como si el helado corazón del mal y la vehemente alma de Dios se hubieran encontrado en mí. La
pistola cayó de mi mano.
«Así que me quedé paralizado mientras el Estanque destellaba y crepitaba; las corrientes luminosas se hacían más intensas y la Cosa radiante que me tenía atrapado brillaba y se fortalecía. Su brillante núcleo tomó forma, pero una forma que ni mis ojos ni mi cerebro pudieron definir. Fue como si un ser perteneciente a otra esfera de existencia hubieran asumido una forma vagamente humana, pero que no fuera capaz de encubrir su parte no humana. No era hombre ni mujer; no era terrenal y andrógino. Incluso cuando fui capaz de adivinar su semblante humano, cambió. Y aún me mantenía atrapado la mezcla de terror y éxtasis. Sólo en un pequeño rincón de mi cerebro residía una zona inmaculada; que se mantenía aparte y observaba. ¿Era el alma? Nunca he creído en algo semejante... pero aun así...
«Sobre la cabeza del cuerpo neblinoso aparecieron repentinamente siete pequeñas luces. Cada una de ellas era del color del rayo bajo el que se encontraba. ¡Supe que el Morador estaba... completo!
«Escuché un grito. Era la voz de Edith. Llegó hasta mí como si ella hubiera escuchado los disparos y me hubiera seguido. Sentí que cada una de mis facultades físicas se unían en un poderoso esfuerzo. Me aparté violentamente del aprisionador tentáculo y éste retrocedió. Me volví para abrazar a Edith y mientras así lo hacía me resbalé... y caí.
«La forma radiante que se mantenía sobre el Estanque saltó repentinamente... ¡y Edith se precipitó en su carrera hacia su interior, con lo brazos desplegados escudándome! ¡Dios!
«Se arrojó hondamente en el interior del resplandor... la Cosa se envolvió a su alrededor. El sonido cristalino aumentó transportado por el júbilo. La luz llenó la forma de mi mujer, la traspasó y la rodeó tal y como le sucedió a Stanton; y se derramó sobre su cara... ¡qué visión!
Pero lo precipitado de su carrera la había llevado hasta el mismo borde del Estanque de la Luna. Se tambaleó; cayó... con el resplandor aún asiéndola, aún remolineando a su alrededor y envolviéndola y atravesándola... ¡en el interior del Estanque de la Luna! Ella se hundió, y con ella se fue el Morador.
Me introduje en el borde. Muy abajo, en las profundidades, aprecié una nebulosa nube brillante y multicolor que descendía; resaltando de su superficie pude ver el rostro de
Edith desapareciendo; sus ojos me miraron fijamente ¡Y se desvaneció en la nada!
- ¡Edith!-Grite de nuevo-¡Edith, vuelve a mi lado¡
«Y entonces la oscuridad me envolvió. Me recuerdo corriendo a través de los trémulos corredores hasta que salí al patio. La razón me había abandonado. Cuando la recobré me encontraba en alta mar dentro de nuestro bote completamente separado de la civilización.
Un día más tarde fui recogido por la goleta en la que he arribado a Port Moresby.»

Pohnpei, Micronesia

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