18 de junio de 2008

Hierofante del Roncador

Hierofante del Roncador -Mundo Subterráneo -Brasil


La puerta secreta del Roncador¿Alguien ha podido viajar al interior de la Tierra?
La ciencia descarta que existan ciudades y seres inteligentes viviendo bajo la corteza terrestre.

No obstante, antiguas tradiciones y leyendas en varias partes del planeta dan cuenta de la existencia de lugares subterráneos, donde los geólogos dicen que no puede haber más que rocas y metales en estado de fusión. Desde el mítico reino perdido de Agartha, hasta las cuevas habitadas por una civilización desarrollada –hace miles de años– en la selva de los Tayos (Ecuador), no han sido pocos los buscadores de esos inframundos, creyentes en su realidad física.
Pero menos conocido que Agartha o Tayos son las civilizaciones que presuntamente viven bajo el suelo de la enigmática sierra del Roncador, en el Estado de Mato Grosso, en pleno corazón del Brasil amazónico. Allí, en aquellas montañas inexploradas, un hombre dijo haber logrado –hace más de treinta años– entrar en contacto con pueblos espiritual y materialmente muy desarrollados.

Su nombre era Udo Óscar Luckner, un sueco de origen bávaro que llegó a Brasil en los años 60 atraído por la desaparición del coronel británico Percy Fawcett en 1925, en las proximidades del Roncador. Fue en algún punto –jamás revelado por él y sus seguidores– al norte de la ciudad de Barra do Garças, por donde Luckner accedió a lo más profundo de la Tierra.


En los años ochenta del pasado siglo cayó en mis manos un libro titulado Mistérios do Roncador, escrito por el místico sueco. Su historia me pareció en principio tan inverosímil que no volví a ojearlo hasta hace pocos meses.


Se me había presentado la oportunidad de viajar hasta Barra do Garças, invitado a un congreso ufológico por los investigadores Mónica Porto y Athaíde Ferreira. En aquel momento se me abrió la posibilidad de saber quiénes estuvieron cerca de Luckner, fallecido en 1986 a los 63 años de edad. La belleza paradisíaca del lugar, una tranquila ciudad cortada por uno de los mayores ríos del mundo, el Araguaia; las cascadas, aguas termales y vegetación exuberante habían, seguramente, ejercido fuerte atracción sobre Luckner, hasta el punto de que allí se estableciera como hacendado hasta su muerte.


Antes fundó el “Monasterio Teúrgico del Roncador”, donde impartía los conocimientos traspasados por los seres intraterrestres. Vestido con una larga túnica blanca y un tocado como si de un mago celta se tratase, Luckner y sus seguidores se desplazaban por ríos, montañas y lagos para llegar a las “embocaduras”, entradas al mundo subterráneo, donde permitían que sus maestros espirituales los guiaran hacia el interior de la Tierra.


He viajado por la sierra del Roncador y he visto impresionantes formaciones geológicas, montañas como la del Ermitaño, donde Luckner y los miembros de su orden realizaron meditaciones. El majestuoso río Araguaia se impone en la región como una gigantesca lengua de agua rodeada de espesa vegetación, desplazando su “cauce energético” para los iniciados. Lo cierto es que en la zona se respira un aire distinto a otros lugares que he visitado.


El físico y místico estadounidense J. J. Hurtak también considera que bajo el Roncador vive una civilización subterránea, conectada con la antigua Atlántida, Lemuria, y el continente perdido de Mu. Durante las jornadas del congreso me presentaron a una señora menuda, de ojos azules, pelo corto, de habla serena y gestos afables. Era Teresa de Jesús Ferreira Luckner, la viuda del místico sueco y continuadora de su obra, plasmada en varios libros.
En las próximas líneas voy a recoger algunas de nuestras conversaciones, y el increíble viaje al mundo subterráneo del Roncador…

La entrada secreta


“En aquellos años, a mediados de los sesenta, mi marido y yo iniciamos varios viajes hacia la cordillera de los Andes. Allí tuvimos la oportunidad de conocer muchos sitios sagrados mientras que los amautas o sacerdotes andinos iniciaron a Luckner en los conocimientos espirituales ancestrales.

De vuelta a Brasil, partimos desde Rio de Janeiro hasta Barra do Garças y otras regiones del centro del país”, comentaba Teresa de Jesús frente a un globo terráqueo que permitía ver en su interior las distintas capas geológicas y el “cálido” núcleo. Con la sabiduría transmitida por los amautas, guiado por su intuición, Luckner se lanzó en solitario a explorar la región del Roncador situada entre Barra do Garças y Araés. El día 12 de marzo de 1968 se topó con un enorme paredón pétreo, a cuyos pies se extiende la laguna sagrada de los indios xavantes.

Éste presentaba una apertura que se hundía en el suelo… “Udo, que era muy decidido, bajó y descubrió que la enorme brecha se alargaba cada vez más por una suerte de escalones aparentemente labrados en la roca. Muy a lo lejos divisaba una luz difusa y oía una melodía indescriptible. La luminosidad parecía irradiar de las mismas paredes subterráneas”, recordaba Teresa.

Cuando el explorador sueco procuró saciar su sed en un arroyo con su vaso de aluminio, una mano le arrebató el recipiente. Era el sacerdote Jeth, que le había iniciado en los Andes peruanos algunos años atrás. Le devolvió el vaso lleno de un líquido de color verdoso que aplacó, completamente, la sed del viajero. Asombrado, Udo Óscar Luckner siguió a Jeth por la cueva hasta que arribaron a un salón cuadrado, cuyas paredes parecían hechas de plata sin brillo.


En una de las mismas se abrió una puerta de bronce que condujo a un enorme recinto, todo decorado con dibujos de extraños seres que, según Jeth, eran los guardianes del mundo subterráneo, gracias a una energía poderosísima llamada Vril. Luckner calculó sus dimensiones: aproximadamente cien metros de largo por unos cuarenta de ancho. Sobre su bóveda se veían siete discos; cada uno despedía siete rayos coloridos. Al fondo del salón, sobre la pared y entre dos ramas de olivo, se dibujaba un gran ojo sin párpados: el “Ojo Vigilante”. A lo largo de la estancia, a cada lado, había una fila de columnas recubiertas por un material luminoso.


Jeth, el sacerdote, con un toque de mano sobre una piedra puntiaguda, abrió la puerta hacia un túnel descendente horadado en la roca. A unos 200 metros de distancia entraron en una sala redonda de la cual salían catorce túneles. Bajaron por uno de los pasadizos montados en un vehículo y viajaron durante dos horas hasta llegar a una verdadera ciudad subterránea. “Observé que estaba construída en círculos y de su centro, a modo de rayos, partían las calles comerciales. Había avenidas circulares externas, ornamentadas con plantas.


También gente caminando por las calles y avenidas. Estas criaturas tenían 1,80 m de altura. Sus cabellos eran rubios y su tez rosada”, describía Luckner en su obra Misterios do Roncador. El sacerdote y el iniciado encontraron a un hombre de cabellos blancos, vestido con una especie de mono pegado al cuerpo y una capa azul celeste sobre los hombros. Dijo a Luckner –en perfecto portugués– que su pueblo solía visitar a los terrícolas “llevándoles fórmulas esenciales para facilitar su vida en la superficie… la depravación de los terrícolas nos disuadieron de visitarlos”


Cataclismo universal




Mientras conversaba con Teresa, insistí en preguntarle si aquella experiencia del marido –y después, más tarde, de otras personas– era en el plano material o espiritual. “Material –dijo tajantemente–. Además, los habitantes del mundo subterráneo son muy parecidos a nosotros, de carne y hueso, pero más avanzados desde el punto de vista espiritual”, me aclaraba la viuda y ahora “sacerdotisa” del “Monasterio Teúrgico del Roncador” fundado por su marido.
Luckner fue invitado a conocer un gran templo cuyo sacerdote, vestido con túnica blanca de lino, ofició el ritual entonando mantras y proyectando, en el aire, una luz púrpura que se convirtió en una suerte de pantalla en la que se exhibían imágenes del futuro de la Tierra. “Vi el nuevo mapa terrestre. ¡Qué reducida quedará nuestra Tierra…! Me mostraron las fórmulas de la luz líquida, luz violeta, que mantiene una irradiación suave. La llaman nafta, la luz del siglo venidero.


Vi cómo los Grandes Teúrgicos, usando sus facultades maravillosas, abren en la roca valles con cascadas burbujeantes. Vi seres formidables, con poderes extrasensoriales, que con un simple movimiento, empujaban las paredes”. Luckner fue invitado a un comedor.

Aquellos seres no comen carne, pero sí frutas del tamaño de un tomate, muy tiernas, con sabores variados, con mucho jugo. “Los intraterrestres –según Luckner– tienen vehículos voladores de varios formatos, algunos discoidales o esféricos, como los que habitualmente son vistos sobrevolando la región del Roncador.

En una de tales naves viajó con Jeth debajo de la montaña de Araés donde se ofició el Año Nuevo de los ‘seres teúrgicos’ en pleno mes de marzo. Dentro de otro templo, sobre un altar, una piedra cúbica era objeto de veneración. Todos los presentes estaban vestidos con túnicas de lino. Sobre el lado izquierdo del pecho, ostentaban, bordado, un símbolo sagrado: era un círculo con un triángulo equilátero en medio, y en el centro una cruz griega con cuatro aspas iguales, rodeadas de una estrella de cinco puntas”. Tras el ritual, los seres condujeron a Luckner a un recinto con un catre para dormir.

Antes bebió un líquido amarillo que permitía al cuerpo humano descansar completamente en tan sólo cuatro horas de sueño. “Curiosamente –recordaba Teresa– Udo sólo dormía una o dos horas. Era un misterio para todos los demás”. Volvieron a la nave y sobrevolaron –siempre bajo tierra– un gran río en mitad de la selva: “Ésta es la ciudad de Létha, donde está uno de los mayores templos del orbe, cuya construcción obedeció a numerosas órdenes específicas. El interior está revestido de mármol y jade, el suelo es de puro ónix; sus colores son de una belleza armoniosa.

El altar es de oro, con filigranas, y de allí irradia el poder y la fuerza para los seres que se arriesgan en misiones por la superficie terrestre”, le dijo Jeth. En una de las paredes estaban colgados lienzos con los retratos de los “Señores Notables” que fundaron el “Quinto Sistema” o mundo subterráneo. Están hechos de un material indestructible. “Estos son los dibujos realizados por mi marido que representan los Notables que vio en aquel templo”, me dijo Teresa. En las paredes de su casa situada en un barrio de Barra do Garças –que alberga el “Monasterio Teúrgico del Roncador”– vi los dibujos realizados en tonos muy suaves, de entidades como Fracokchek, Lashaúah o Anqui Pachúac.


En el templo el viajero iniciado pudo ver otra “pantalla cósmica”, capaz de proyectar “todas las imágenes del Universo”, entre las cuales se hallan las que muestran al ser humano en lucha consigo mismo, los cataclismos terrestres y la perversidad de las guerras. Allí contempló, atónito, el futuro de la Tierra: “un cataclismo tragará la mayor parte de los continentes. La región central de Brasil –incluida la sierra del Roncador– será una de las mayores extensiones que escapará a la destrucción y eje de una futura humanidad”.

Archivos Akásicos

Otro viaje condujo a Luckner bajo el Morro do Vento, en Roraima, en el norte amazónico del país. En un salón triangular existían catorce libros, cada cual en su pedestal de oro, metal que los intraterrestres consideran importante, no por su aspecto comercial, sino por inducir al “equilibrio de energía mental”. Los libros sagrados contenían enseñanzas relativas al dominio de la mente.

En otro lugar, Udo visitó otra biblioteca subterránea referente a la vida del “Pueblo del Sol”.
Junto a Jeth y otros intraterrestres, el terrícola visitó el palacio del “Rey Sol”, vástago de una “vieja dinastía del Perú, ahora en recogimiento, para el bien de los conocimientos de la Verdad”. Según la descripción de Luckner, el rey debía ser como El Dorado: sus ropas tejidas con hilos de oro y con un pectoral de perlas representando el disco solar. Volviendo a la montaña de Araés, en Mato Grosso, caminó por una calzada de piedras multicolores y llegó a un lugar donde “el cielo no existía”. La luz parecía manar de todas la partes y era suave; no cansaba la vista.

Los árboles poseían cortezas aterciopeladas y las flores poseían forma de conchas llenas de largos pistilos. Además, sus hojas eran de un tono blanco-grisáceo. Allí se encontró a un anciano que decía formar parte de un grupo conocido como “Vigilantes del Mundo”. Mientras caminaban hacia un alto edificio blanco, surcaban el cielo diversos platillos voladores proyectando luces de varios colores. Allí dentro –el “Templo del Sol”– Luckner vio, una vez más, imágenes de una humanidad terrestre involucradas en disputas, guerras y genocidios.

Tras cuatro días en la ciudad, el viajero partió rumbo al “Valle Perdido” donde se encuentra la “Biblioteca de las Leyes del Ser”. “Este era el lugar donde en la antigüedad el gran poder de Dios había llegado y concentrado su fuerza sobre los terrestres, cuando advino el Diluvio a la superficie de la Tierra”, relataba Luckner. Allí, visitantes procedentes de todas las partes del mundo bajaron por grandes simas rocosas que conducían al gigantesco salón granítico de la biblioteca. El edificio tenía 96 metros de largo por 66 metros de ancho, y albergaba más de trescientos mil libros, “casi todos raros y de valor inestimable”.

Sin embargo, la mayoría de los visitantes, sólo buscaban un libro, al que nadie podía tocar, solamente admirar las dos únicas páginas que eran pasadas una vez al día. Luckner afirmó haber visto tal obra, escrito por un tal señor Maliak; un trabajo de dieciocho mil años de antigüedad.

El libro de Maliak

El libro contiene las “Leyes de los Seis Reyes Hermanos”, y está ilustrado –en alto relieve– y decorado con metales preciosos en sus 1.214 páginas. En todas está impreso el “Símbolo Eterno de la Divinidad” que reina el centro de la Tierra que ya hemos descrito. “En épocas de tumulto en la costra terrestre, los Monjes Guardianes acostumbran buscar en sus páginas el lenitivo para calmar a la Humanidad”, decía el visionario sueco.

“Sus enseñanzas ayudaron a mantener vivos a los pocos que lograron escapar de las últimas catástrofes que ocurrieron en la faz de la Tierra, y que derrumbaron gran parte de la superficie planetaria hoy cubierta por las aguas”. Tal época es conocida por los intraterrestres como la “Edad de las Tinieblas”. “Cuando el cataclismo se acercaba, Maliak y sus 777 discípulos trasladaron la vasta biblioteca del antiguo territorio, que no tardaría en hundirse hacia el corazón del Roncador”.

Un tal rey Salo y Maliak decidieron escribir un libro sagrado cuya finalidad era, según Luckner, “hacer una versión bella de la vida y de los compromisos de la divinidad hacia los hombres de la Tierra”. Además, debería ser una “obra de lujo y gran belleza a fuer de ser empleada para la adoración por parte del público que visitara el Templo-Biblioteca”.

Fueron empleados materiales desconocidos por los terrícolas, y una verdadera legión de artistas se volcó sobre la obra que costó varias generaciones hasta ser terminada, al cabo de cien años. El oro y la plata se emplearon en abundancia y con refinamiento. En la obra, además de leyes religiosas se ensalza a la familia real de Salo, la dinastía de Algool, que reinó durante un largo período de paz.
Los que conocieron a Udo Óscar Luckner afirman que era una persona dotada de poderes extratasensoriales, capaz de transmitir pensamientos telepáticos, con dones clarividentes y con la capacidad de materializar objetos. Yo, por mi parte, dejo aquí reflejado, como simple cronista del siglo XXI, las experiencias de un hombre que visualizó –o visitó, quién sabe– otros mundos y que buscó, de alguna manera, cambiar para mejor una parte de la humanidad, transmitiéndole un mensaje de cordura, tolerancia y paz.


PabloVillarrubia Mauso

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