16 de julio de 2008

El Imperio Invisible -Raymond Bernard

“EL IMPERIO INVISIBLE”
por RAYMOND BERNARD

Legado Supremo para Europa - Gran Maestro para todos los países de habla francesa.

Es una tonta presunción ir desdeñando y condenando por falso aquello que no nos parece verosímil; lo cual es un vicio ordinario de aquellos que piensan tener una suficiencia más allá de la común. Yo hacía lo mismo anteriormente y si oía hablar de espíritus que vuelven o de pronósticos de cosas futuras, de encantamientos, de brujerías me compadecía de la pobre plebe seducida por estas locuras ! y ahora, encuentro que estaba por lo menos, compadeciéndome otro tanto de mí mismo; no es que la experiencia me haya hecho ver después por encima de mis primeras creencias y esto no ha dependido de mi falta de curiosidad; sino que la razón me 1ha enseñado que el condenar tan resueltamente una cosa, por falsa e imposible, es darse el privilegio de tener en la cabeza los límites de la voluntad de Dios y del poder de nuestra madre Naturaleza; y que no hay más noble locura en el mundo que la de reducirlos en la medida de nuestra capacidad y de nuestra suficiencia . .
Montaigne, Ensayos, Capítulo 27

No te satisfará mucho tiempo, un mundo al que el misterio hubiera abandonado . . . El conocimiento exila al infinito todo lo que debe extinguir. Quizá sea el único misterio que hay. Sin el misterio, la vida sería irrespirable. Es evidente, y esto es fundamental en todo mi pensamiento, que el misterio no es interpretado tal como lo es entre los agnósticos, como una laguna del conocimiento, como una vida a colmar, sino al contrario, como una plenitud . . .

Gabriel Marcel, “El Iconoclasta”
Mi felicidad es la de aumentar la de los otros.

Tengo necesidad de la felicidad de todos para ser feliz”.
André Gide.


INTRODUCCIÓN

La Atlántida sin su leyenda”. Tal habría sido quizá, para este manuscrito, el título más apropiado.

Hubo sin embargo, situada únicamente en un lejano pasado una historia que jamás ha dejado de ser actual y a la que en un tiempo muy próximo, las circunstancias, porque la hora ha sonado, devolverán todo su vigor. Una historia que jamás ha dejado de ser actual !.

Esta constatación debe ser tomada en su sentido más absoluto, y para ser más preciso, conviene afirmar que si el continente llamado Atlántida ha desaparecido hace milenios, los atlantes, ellos no han cesado jamás de perpetuarse y que existen todavía en nuestros días. Por qué y cómo, eso es lo que me propongo explicaros en estas páginas. Veréis así un prestigioso imperio de antaño proseguir su misión en el curso de las edades, de una manera diferente, secreta, “ocultada” y por lo tanto real, vigilante y activa . . .

El Imperio Invisible de la eterna Atlántida, os aparecerá, en este relato, en su sublime realidad, esperando el día cercano en que surgirá revestido del poder de antes, a la faz de una humanidad estupefacta al borde del abismo.

Os está permitido dudar y mi propósito no es el de convencer.

Os acordareis de que las “Casas secretas de la Rosa-Cruz” se acababan sobre el toque fúnebre de un torturante “Nunca más”, completado sin embargo, por la promesa de que otros relatos podrían seguir donde el conocimiento YA recibido en excepcionales encuentros sería transmitido EN EL MOMENTO ORDENADO bajo una forma en la que sólo el adorno exterior, las circunstancias, serían QUIZAS imaginarias. Ese imperio invisible que vamos a recorrer juntos es, en todo caso, REALIDAD, y constataréis que forma parte de vuestra existencia cotidiana lo mismo que los elementos vitales a los cuales estáis habituados. De hecho, se podría decir que la humanidad vive o revive la historia de la Atlántida y que ha sido siempre así desde que el “continente” de los atlantes fue engullido por las olas del océano...

Es pues, a un verdadero descubrimiento que os invito. De ciertos hechos, a buen seguro, muchos de entre vosotros habréis oído hablar, como este fue mi caso . . . antes de saber y sin duda en lo informulado de su inconsciente habrán percibido, a veces, alguna chispa de verdad pudiendo parecer lo que está disperso en una luminosa unidad!.. Nuestra tentativa común será diferente ya que iremos de golpe al corazón del imperio y que a partir de este punto focal, la unificación realizada favorecerá una COMPRENSIÓN total y definitiva.

Algunas de las revelaciones que me corresponde transmitir parecerán fantásticas a un gran número. También lo fueron para mí, aunque jamás un solo instante las he juzgado fantasiosas. Yo no podía porque tenía Fe en aquel que me enseñaba. Además, nada en este mundo es común. El universo no deja de ser un milagro a cada instante, aunque el hombre en su orgullosa exigencia cometa sin cesar la impertinencia de olvidar las maravillas que le rodean y de las que él es una parte, para perderse en la ciénaga de su egoísmo y de los problemas que se crea a sí mismo.



En el espectáculo del mundo, los decorados han sido desde siempre preparados. El papel que debemos individualmente desempeñar, tomará una dimensión más clara, si prestamos atención al escenario en el que nos expresamos, y hoy, haremos más. Vamos en efecto, a examinar el escenario en su conjunto, como si la pieza se acabase, el telón presto a caer para siempre, y los accesorios nuevos que han necesitado los actos a medida del desarrollo del drama, nos aparecerán así únicamente en su relación con la permanencia del decorado de base . .

En este mundo que nos ha acogido para una etapa de nuestro “retorno”, la Atlántida es a la vez el comienzo y el fin. De eso, este relato quizá os convencerá. Si eso no sucede, os quedará por lo menos una visión diferente y digamos “posible” de la historia de la humanidad, tan discutible como la consideréis.

En uno u otro caso, ni vosotros ni yo, habremos perdido nuestro tiempo, aunque insistiré, con riesgo de repetirme, sobre mi entera creencia y mi inquebrantable fe en lo que me ha sido revelado. Mi propósito no es el de conquistar vuestra adhesión sobre una hipótesis vagamente fundamentada. Una tal intención sería pueril y sin medida común con el tema tratado. Una vez más yo no hago, sino transmitir aquello de lo que sólo he sido el depositario del momento, en espera de que me sea dada la señal autorizándome la comunicación a otros, ya que esta señal ha sido dada, he aquí la revelación, he aquí el mensaje atlante, he aquí el Imperio invisible . . . que una necesaria parte documental precederá sin embargo para permitir comprendernos y comunicarnos mejor.

EL TESTIMONIO DE PLATÓN

Es a Platón que la humanidad profana debe todo lo que es conocido de ella al respecto de la Atlántida. De hecho, mucho más le fue comunicado, pero fue autorizado a transmitir únicamente lo que refieren dos de sus diálogos: el Timeo y el Critias. Las citas que se han extraído por la mayoría de los autores para cualquier tesis sobre la Atlántida, descuidan importantes pasajes para sólo tener en cuenta las informaciones relativas al continente perdido, resultando error y confusión en los comentarios edificados sobre esta base incompleta. Todo el Timeo y todo el Critias deberían ser leídos, estudiados, profundizados por cualquiera que es atraído por la historia atlante. Yo diría sin embargo, que es esencial conocer y meditar todo Platón, para el que está comprometido en la búsqueda tradicional y mística. Platón es un transmisor en el sentido más sagrado del término. Se dirige a la muchedumbre, pero también al iniciado, al que sabe leer entre líneas, al que por encima de los siglos puede ponerse al unísono con su pensamiento y su sabiduría, para extraer, una expresión universal de la verdad eterna. En su obra ha sembrado ampliamente lo que le ha sido permitido transmitir, y a veces aún más. Revela con discreción, con circunspección, pero sus diálogos reflejan su profundo conocimiento y para el que sabe estar en guardia, hay siempre en Platón, a la vuelta de una frase o de una sonrisa, la palabra, la noción, la llave de un problema mayor apenas ligeramente tratado y algunas veces simplemente sugerido en otro lugar de su obra.

Es preciso leer y releer a Platón, como se debe leer y releer a los autores antiguos, Plotino, Plutarco, Pitágoras y tantos otros. Se comprende verdaderamente entonces que nada es nuevo bajo el sol y que nuestros tiempos modernos no tienen más que aprender, que redescubrir lo que el oscurantismo de los dogmas moribundos ha velado durante siglos, con celosa y temerosa fealdad. Más bien, antes que buscar en las obras nuevas que no son a menudo más que un plagio de ese lejano pasado, un poco más de luz, es mejor regresar a las fuentes para recoger el puro brebaje de auténtico conocimiento. No hay en verdad mejor guía que esta sabiduría del pasado; lo encierra todo, comprende el presente, comprende al hombre en su integridad y cada uno se vuelve a encontrar íntegro con sus proble mas, pequeños y grandes, a los cuales una respuesta válida, una solución lógica les es entonces dada.

Así, porque la costumbre lo exige, y sobretodo porque el respeto y la veneración lo recomiendan, en lo que me concierne, importa que los dos textos de Platón referentes a la Atlántida, sean referidos aquí. Las citas serán más largas de lo usual, pero acabo de exponer las razones de ello y es la atención más intensa de mi lector lo que solicito para una enseñanza donde cuenta cada palabra.


TIMEO

Hay en Egipto, dice Critias, en el Delta, en la punta del cual el Nilo se divide, una región llamada saítica, en la que la ciudad principal es Sais, patria del rey Amasis. Los habitantes honran como fundadora de su ciudad a una diosa, el nombre egipcio de la cual es Neith y el nombre griego, a lo que dicen, Athena.

Aman mucho a los atenienses y pretenden tener con ellos un cierto parentesco. Habiéndole llevado su viaje a esta ciudad, Solón me ha contado que fue recibido con grandes honores, puesto que habiendo un día interrogado sobre las antigüedades a los sacerdotes más versados en esta materia, descubrió que ni él, ni ningún otro griego, no tenía por así decirlo, ningún conocimiento. Otro día, queriendo invitar a los sacerdotes a hablar de la antigüedad, se puso a contarles lo que se sabe entre nosotros de más antiguo. Les habló Phoroneus, que fue, se dice, el primer hombre, y de Niobé, luego les contó: como Deucalion y Pytrha sobrevivieron al diluvio, hizo la genealogía de sus descendientes e intentó, distinguiendo las generaciones, contar cuántos años habían transcurrido desde estos acontecimientos.

Entonces, uno de los sacerdotes, que era muy viejo, le dijo: “¡Ay!, Solón, Solón, vosotros los griegos ¿sois siempre niños y no hay viejos en Grecia?”. A estas palabras: “¿Qué quieres decir con eso?”, preguntó Solón - “Sois todos jóvenes de espíritu, respondió el sacerdote, porque no tenéis en el espíritu ninguna opinión antigua fundada sobre una vieja tradición y ninguna ciencia encanecida por el tiempo. Y he aquí la razón. Ha habido y habrá todavía a menudo destrucciones de hombres causadas de diversas maneras, las más grandes por el fuego y por el agua, y otras menos por mil otras cosas. Por ejemplo, eso que se cuenta también entre vosotros de Phaeton, hijo del Sol, que habiendo un día uncido el carro de su padre y no pudiendo mantenerlo en la vía paterna, abrasó todo lo que había sobre la tierra y pereció él mismo fulminado por el rayo, tiene, es verdad, la apariencia de una fábula; pero la verdad que se oculta, es que los cuerpos que circulan en el cielo alrededor de la tierra desvían su curso y que una gran conflagración que se produce a grandes intervalos destruye lo que está en la superficie de la tierra. Entonces todos los que viven en las montañas y en los sitios elevados y áridos perecen más pronto que los que viven sobre los ríos y del mar.

Nosotros tenemos el Nilo, nuestro Salvador, que, en semejante caso, también nos preserva de esa calamidad por sus desbordamientos. Cuando al contrario, los dioses sumergen la tierra bajo las aguas para purificarla, los habitantes de las montañas, boyeros y pastores, escapan de la muerte, pero los que residen en vuestras ciudades son llevados por los ríos al mar, mientras que aquí, ni en ese caso, ni en otros, el agua no baja jamás de las alturas a los campos; es al contrario, suben naturalmente siempre de abajo. He aquí, como y porqué razones se dice que es entre nosotros que se han conservado las tradiciones más antiguas.

Pero en realidad, en todas partes donde el frío o el calor excesivo no se opone, la raza humana subsiste siempre más o menos numerosa. También, todo lo que se ha hecho de bello, de grande o de notable, bajo este aspecto, está entre vosotros, está aquí, está en todo otro país del cual hayamos oído hablar, todo eso se encuentra aquí consignado por escrito en nuestros templos desde un tiempo inmemorial y ha sido así conservado. Entre vosotros y entre los otros pueblos, al contrario, apenas estáis provistos de la escritura y de todo lo que es necesario a las ciudades que de nuevo, después del intervalo de tiempo ordinario, torrentes de agua del cielo caen sobre vosotros como una enfermedad y no dejan sobrevivir de vosotros más que a los iletrados y a los ignorantes, de suerte que os encontráis en el punto de partida como los jóvenes, sin saber nada de lo que ha pasado en los tiempos antiguos, es aquí, es entre vosotros. Porque las genealogías de tus compatriotas que recitabas hace un momento, Solón, no difieren mucho de los cuentos de nodrizas. Ante todo, no os acordáis más que de un solo diluvio terrestre, cuando ha habido muchos antes; después, ignoráis que la más bella y mejor raza que se había visto entre los hombres ha tomado nacimiento en vuestro país, de la que vosotros descendéis, tú y toda vuestra ciudad actual, gracias a un pequeño germen escapado del desastre. Lo ignoráis porque los supervivientes, durante muchas generaciones murieron sin dejar nada escrito. Si Solón, fue un tiempo en que ante la más grande de las destrucciones operadas por las aguas. La ciudad que es hoy dia Atenas, fue la más valiente en la guerra y sin comparación la más civilizada en todos los aspectos; es ella quien, se dice, realizó las más bellas cosas e inventó las más hermosas instituciones políticas de que hayamos oído hablar bajo el cielo”. “Solón me ha referido que oyendo esto, quedó asombrado y rogó insistentemente a los sacerdotes que le contasen exactamente y enseguida lo que concernía a sus conciudadanos de antaño”.


Entonces el viejo sacerdote le respondió: “No tengo ninguna razón de rehusar, Solón, y voy a hacerte un relato en consideración a tí y a tu patria, y sobre todo para honrar a la diosa que protege vuestra ciudad y la nuestra y que las ha elevado e instruido, la vuestra, que ella ha formado primero, mil años antes que la nuestra, de un germen tomado a la tierra y a Hefaistos; y la nuestra seguidamente. Desde el establecimiento de la nuestra ha transcurrido ocho mil años, esa es la cifra que llevan nuestros libros sagrados. Es pues de tus conciudadanos de hace nueve mil años que voy a exponer brevemente ¡as instituciones y lo más glorioso de sus hazañas. Volveremos a tomar todo en detalle y enseguida, otra vez que tengamos la ocasión, con los textos en la mano. Compara primero sus leyes con las nuestras. Verás que un buen número de nuestras leyes actuales, han sido copiadas de aquellas que estaban entonces en vigor en vuestro país.

Así es que al principio la clase de los sacerdotes está separada de las otras; lo mismo la de los artesanos, donde cada profesión tiene su trabajo especial, sin mezclarse con otro y el de los pastores, de los cazadores, de los labradores. Para la clase de los guerreros, has observado sin duda que está entre nosotros igualmente separada de todas las otras, porque la ley les prohíbe ocuparse de ninguna otra cosa que no sea la guerra. Añade a esto la forma de las armas, escudos y lanzas de los que nos hemos servido, antes que cualquier otro pueblo de Asia, habiendo aprendido su uso de la diosa que os lo había enseñado primeramente. En cuanto a la ciencia, ves sin duda con qué cuidado la ley se ha ocupado aquí desde el comienzo, así como del orden del mundo. Partiendo de este estudio de las cosas divinas, ha descubierto todas las artes útiles a la vida humana, hasta la adivinación y la medicina, que vela por nuestra salud, y obtiene todos los conocimientos necesarios.

“Es esta constitución misma y este orden que la diosa había establecido en vuestro país al principio, cuando fundó vuestra ciudad, habiendo elegido el lugar donde habéis nacido, porque ella había previsto que su clima felizmente templado, produciría hombres de alta inteligencia. Como ella amaba a la vez la guerra y la ciencia ha llevado su elección sobre el país que debía producir los hombres más semejantes así misma, y ese es el que ha poblado primero. Y vosotros os gobernabais por esas leyes, y aún mejores, sobrepasando a todos los hombres en todos los géneros de mérito, como podía esperarse de retoños y alumnos de los dioses. Nosotros guardamos aquí, por escrito, muchas grandes acciones de vuestra ciudad que provocan la admiración, pero hay una que las excede en grandeza y en heroísmo. En efecto, los monumentos escritos dicen que vuestra ciudad destruyó antiguamente una inmensa potencia que marchaba insolentemente sobre Europa y Asia entera, viniendo de otro mundo situado en el Océano Atlántico. Se podía entonces atravesar este Océano, porque se hallaba una isla delante, ese estrecho que vosotros llamáis, decís las columnas de Hércules. Esta isla, era más grande que Libia y Asia reunidas. De esta isla, se podía entonces pasar a las otras islas y de aquellas pasar todo el continente que se extiende enfrente de ellas y costea ese verdadero mar Porque todo lo que está hacía acá del estrecho del que hablamos se parece a un puerto en el que la entrada es estrecha, mientras que el que está más allá forma un verdadero mar y que la tierra que lo rodea tiene verdaderamente todos los títulos para ser llamada continente. Ahora bien, en esta isla de Atlántida, los reyes habían formado una gran y admirable potencia, que extendía su dominación sobre la isla entera y sobre muchas otras islas y algunas partes del continente. Además, hacia acá del estrecho, a nuestro lado, eran dueños desde Libia hasta Egipto, y de Europa hasta la Tirrena. Ahora bien, un día esta potencia, reuniendo todas sus fuerzas intentó dominar de un solo golpe vuestro país, el nuestro, y todos los pueblos de este lado del estrecho.

Sucedió, entonces, Solón, que el poderío de vuestra ciudad hizo estallar ante los ojos del mundo su valor y su fuerza. Como se imponía sobre todas las otras por el valor y todas las artes de la guerra, tomó el mando de los helenos; aunque, reducida a sus únicas fuerzas por la falta de los otros y puesta así en la situación más crítica venció a los invasores, elevó un trofeo, preservó de la esclavitud a los pueblos que no habían sido dominados todavía y devolvió generosamente la libertad a todos los que como nosotros, viven en el interior de las columnas de Hércules. Pero en el tiempo que siguió hubo temblores de tierra e inundaciones extraordinarias y, en el espacio de un solo día y de una sola noche nefastos, todos los combatientes que teníamos, fueron engullidos de un solo golpe en la tierra y la isla de Atlántida, habiéndose hundido en el mar, desapareció del mismo modo. He aquí porque hoy día, aún ese mar es impracticable e inexplorable, la navegación está dificultada, por los bajos fondos cenagosos que la isla ha formado al hundirse.

CRITIAS

“Ante todo, recordemos que en suma han transcurrido nueve mil años desde la guerra que, según las revelaciones de los sacerdotes egipcios, estalló entre los pueblos que habitaban fuera hacia allá de las columnas de Hércules y todos los que habitaban hacia acá. Es esta la guerra que es preciso ahora contar con detalle. De este lado nuestra ciudad, se dice que tuvo el mando y sostuvo toda la guerra; del otro lado, fueron los reyes de la isla de Atlántida, isla que ya lo hemos dicho, era antiguamente más grande que Libia y Asia, pero que, hoy en día, engullida por unos temblores de tierra, no ha dejado más que un limo infranqueable que dificulta el paso a los que navegan desde aquí hacia el gran mar. En cuanto a los numerosos pueblos bárbaros y a todas las tribus griegas que existían entonces, la continuación de mi discurso, en su desarrollo, les dará a conocer a medida que los encontrará; pero es preciso empezar por los atenienses de aquel tiempo y por los adversarios que hubieron de combatir, y describir las fuerzas y el gobierno de unos y de otros. Y entre los dos, es al de nuestro país a quien hay que dar la prioridad. “En otro tiempo, los dioses se repartieron entre ellos la tierra entera, comarca por comarca y sin disputa; porque no sería razonable creer que los dioses ignoran lo que les conviene a cada uno de ellos, ni que, sabiendo lo que conviene mejor a unos, los otros intenten apoderarse de ello en favor de la discordia.



“Habiendo pues obtenido en este justo reparto el lote que les convenía, poblaron cada uno su comarca y cuando ella fue poblada, nos criaron a nosotros, sus ovejas, sus criaturas, como los pastores a sus rebaños, pero sin violentar nuestros cuerpos, como lo hacen los pastores que llevan a pacer su ganado a zurriagazos, pero, situándose en la popa donde el animal es más fácil de dirigir, ellos le gobernaban usando la persuasión como timón y dominando así su alma según su propio plan, y es así como ellos conducían y gobernaban toda la especie mortal.

Mientras que los otros dioses arreglaban la organización de los diferentes países que la suerte les había asignado, Efaistos y Athena, que tienen la misma naturaleza y porque son hijos del mismo padre y porque concuerdan en el mismo amor a la sabiduría y a las artes, habiendo recibido los dos en común nuestro país, como un lote que les era propio y naturalmente apropiado a la virtud y al pensamiento, hicieron nacer de la tierra gentes de bien y les enseñaron la organización política. Sus nombres han sido conservados, pero sus obras han perecido por la destrucción de sus sucesores y el alejamiento del tiempo. Porque la especie que cada vez sobrevivía, era como ya lo he dicho antes, la de los montañeros y la de los iletrados, que no conocían más que los nombres de los amos del país y sabían poca cosa de sus acciones. Estos nombres, ellos los daban gustosamente a sus hijos; pero de las virtudes y de las leyes de sus mayores, no conocían nada, a parte de algunas vaguedades que se dicen sobre cada uno de ellos. En la carencia de cosas necesarias, en que quedaron, ellos y sus hijos durante muchas generaciones, no se ocuparon más que de sus necesidades, no preocupándose más que de ellos, y no inquietándose más por lo que había pasado antes de ellos y en los tiempos antiguos Los relatos legendarios y la búsqueda de antigüedades aparecen en las ciudades al mismo tiempo que el ocio, cuando ven que ciertos hombres están provistos de las cosas necesarias para la vida, pero no antes. Y he aquí como los nombres de los hombres antiguos se han conservado sin el recuerdo de sus grandes hechos. Y la prueba de lo que anticipo, es que los nombres de Cecrops, de Erecteo, de Erichtonio, de Erisictón y la mayor parte de los héroes anteriores a Teseo de los que se ha guardado recuerdo, son precisamente aquellos de los que se servía según informe de Solón, los sacerdotes egipcios cuando le contaron la guerra de aquel tiempo. Y ocurre lo mismo con los nombres de las mujeres.

Además los ropajes y la imagen de la diosa, que los hombres de aquel tiempo representaban armada conforme a la costumbre de su tiempo, donde las ocupaciones guerreras eran comunes a las mujeres y a los niños, significa que, entre todos los seres vivientes, masculinos y femeninos, que viven en sociedad, la naturaleza ha querido que fuesen unos y otros capaces de ejercer en común la virtud propia de cada especie.


“Nuestro país estaba entonces habitado por diferentes clases de ciudadanos que ejercían los oficios y sacaban del suelo su sustento. Pero la de los guerreros, separada de las otras desde el comienzo por los hombres divinos, vivía a parte. Tenían todo lo necesario para la nutrición y la educación, pero ninguno de ellos poseía nada propio; pensaban que todo era común entre todos ellos pero no exigían de los otros ciudadanos nada más allá de lo que les bastaba para vivir y ejercían todas las funciones que describimos ayer, hablando de los guardianes que nos habíamos imaginado.

Se dice también, en lo que concierne al país, y esta tradición es verosímil y verídica, ante todo que estaba limitado por el istmo y que se extendía hasta las cúspides del Citeron y del Parnaso, de donde la frontera descendía encerrando la Oropia sobre la derecha y costeando el Asopos a la izquierda del lado del mar; que enseguida la calidad del suelo era sin igual en el mundo entero, de suerte que el país podía sostener un numeroso ejército exento de los trabajos de la tierra. Una gran prueba de la calidad de nuestra tierra que es la que queda actualmente, puede rivalizar con no importa cual otra por la diversidad y la belleza de sus frutos y su riqueza en pastos, justas a toda especie de ganado.

Pero en aquel tiempo, a la calidad de estos productos, se unía una prodigiosa abundancia. ¿Qué prueba tenemos y que es lo que queda del suelo de entonces que justifique nuestro decir?. El país entero, se adelanta lejos del continente en el mar y se extiende en él como un promontorio y se encuentra que la cuenca del mar que le rodea, es de una gran profundidad. También durante las numerosas y grandes inundaciones que han tenido lugar durante los nueve mil años, porque es este el número de los años transcurridos desde aquel tiempo hasta nuestro días, el suelo que se desprende de las alturas en estos tiempos de desastre, no deposita, como en los otros países, sedimento notable y desprendiéndose siempre sobre el contorno del país, desaparece en la profundidad de las aguas. También como ha sucedido en las pequeñas islas, lo que queda ahora, comparado a lo que existía entonces, parece un cuerpo descarnado por la enfermedad. Todo lo que había de tierra esponjosa y blanda se ha desprendido y no queda más que el esqueleto desnudo del país. Pero, en aquel tiempo, el país intacto tenía, en lugar de montañas, altas colinas; las llanuras que llevan hoy el nombre de Phellus estaban llenas de tierra esponjosa; había sobre las montañas grandes bosques de los que quedan todavía hoy testimonios visibles. Si en efecto, entre las montañas es donde no se crían más que las abejas, no hace mucho tiempo que se cortaban los árboles apropiados para cubrir las más vastas construcciones, de las que las vigas existen todavía. Había también muchos grandes árboles frutales y el suelo producía infinito forraje para el ganado. Recogía también las lluvias anuales de Zeus y no perdía como hoy día el agua que discurre de la tierra disgregada en el mar, como la tierra era entonces espesa y recibía el agua en su seno y la tenía en reserva en la arcilla impermeable, dejaba escapar en los huecos el agua de las alturas que había absorbido y alimentado en todas partes abundantes fuentes y grandes ríos. Los santuarios que subsisten aún hoy día cerca de las fuentes que existían antiguamente, dan testimonio de lo que anticipo en este momento. Tal era la conducción natural del país. Había sido cultivado, como podía esperarse, por verdaderos labradores únicamente ocupados en su trabajo, amigos de lo hermoso y dotados de una felicidad natural, disponiendo de una tierra excelente y agua muy abundante y favorecidos en su cultivo del suelo por las estaciones más felizmente templadas.

En cuanto a la ciudad, he aquí como estaba ordenada en aquel tiempo. Primeramente la acrópolis no estaba entonces en el estado en que se encuentra hoy en día. En una sola noche, unas lluvias extraordinarias diluyendo el suelo que la sustentaba, la dejaron desnuda. Unos temblores de tierra se habían producido al mismo tiempo que esta caída prodigiosa de agua, que fue la tercera antes de la destrucción que tuvo lugar en el tiempo de Deucahon. Pero primero, en otra época, tal era la grandeza de la acrópolis que se extendía hasta Eridán y llisos y comprendía Puyx, y tenía por límite el monte Licabeto del lado que da la cara a Puyx. Estaba enteramente revestida de tierra y, salvo sobre algunos puntos, formaba una llanura en su cúspide. Fuera de la Acrópolis al pie mismo de sus declives, estaban las viviendas de los artesanos y de los labradores que cultivaban los campos vecinos. Sobre la cúspide, la clase de los guerreros moraba sola alrededor del templo de Athenas y de Efaistos, después de haber rodeado la meseta de una sola valla, como se hace el jardín de una sola casa. Vivían en la parte norte de esta meseta donde habían dispuesto los alojamientos comunes y los refectorios de invierno y tenían todo lo que convenía a su género de vida en común, ya fueran viviendas, ya fueran templos, a excepción del oro y de la plata, porque no hacían uso de estos metales en ningún caso.



Atentos en guardar el justo medio entre el fasto y la pobreza servil, se hacían construir casas donde envejecían, ellos y los hijos de sus hijos, quienes transmitían siempre las mismas a otros semejantes de ellos. En cuanto a la parte sur, cuando la abandonaban en verano, como es natural, sus jardines, sus gimnasios, sus refectorios. Sobre el emplazamiento de la acrópolis actual, había una fuente que fue obstruida por los temblores de tierra y de la que quedan delgados hilitos de agua que chorrean en los contornos; pero ella suministraba entonces a toda la ciudad una agua abundante, igualmente sana en invierno y en verano. Tal era el género de vida de los hombres que eran a la vez los guardianes de sus conciudadanos y los jefes reconocidos de los otros griegos. Velaban cuidadosamente de que su número, tanto de hombres como de mujeres, que podían llevar armas, fuese, si era posible, constantemente el mismo, es decir alrededor de veinte mil.


He aquí pues, cuales eran los hombres y he aquí como administraban invariablemente, según las reglas de la justicia, su país y la Grecia.

Tenían renombre en toda Europa y en toda Asia por la belleza de su cuerpo y las virtudes de todas clases que adornaban sus almas y eran los más ilustres de los hombres de entonces. En cuanto a la condición y a la primitiva historia de sus adversarios si mal no recuerdo lo que he oído contar siendo todavía niño, es lo que voy ahora a exponeros, para hacer participar su conocimiento a los amigos que vosotros sois.

Pero antes de entrar en materia, tengo todavía un detalle que explicaros, para que no seais sorprendidos al oir los nombres griegos aplicados a los bárbaros. Vais a saber la causa de eso. Como Solón pensaba en utilizar este relato para sus poemas, se informó del sentido de los nombres y encontró que los egipcios que los habían escrito primero, los habían traducido a su propia lengua. El mismo, recobrando a su vez el sentido de cada nombre lo transpuso y transcribió a nuestra lengua. Estos manuscritos de Solón estaban en casa de mi abuelo y están todavía en mi casa en este momento, y los he aprendido de memoria siendo niño. Así pues, si os nombres parecidos a los nuestros, que esto no os cause ningún asombro, ya sabéis el motivo.

Y ahora, he aquí aproximadamente de qué manera comienza este largo relato. Hemos dicho ya a propósito del sorteo que hicieron los dioses, que se repartieron toda la tierra en lotes más o menos grandes según los países y que establecieron en su honor templos y sacrificios.

Es así como Poseidón, habiendo recibido en el reparto la Isla de Atlántida, instaló los hijos que había tenido de una mujer mortal en un lugar de esta isla que voy a describir. Del lado del mar, se extendía por en medio de la isla entera, una llanura que pasa por haber sido la más bella de todas las llanuras y fértil por excelencia.

Hacia el centro de esta llanura, a una distancia de alrededor de cincuenta estadios, se veía una montaña que era por todas partes de mediana altura. Sobre esta montaña vivía uno de los hombres que en el origen, habían nacido en este país de la tierra. Se llamaba Evenor, y vivía con una mujer llamada Leucippe. Engendraron una hija única, Clito, que acababa de alcanzar la edad núbil cuando su padre y su madre murieron. Poseidón, prendándose de ésta, se unió a ella y fortificó la colina donde vivía recortando sus contornos por los cercos hechos alternativamente de mar y de tierra, los más grandes envolviendo los más pequeños. Construyó dos de tierra y tres de mar y los redondeó partiendo del medio de la isla, donde estaban en todas partes a igual distancia, de manera que hacían el paso infranqueable a los hombres; ya que no se conocía en aquel tiempo ni barcos ni navegación. El mismo embelleció la isla central, cosa fácil para un dios. Hizo brotar del suelo dos fuentes de agua, una caliente y otra fría, e hizo producir a la tierra los alimentos más variados y abundantes. Engendró cinco parejas de gemelos varones, los crió y, habiendo repartido la isla entera de la Atlantida, en diez porciones, otorgó al primer nacido del par más viejo, la morada de su madre y el lote de tierra circundante, que era el más vasto y el mejor; le estableció rey sobre todos sus hermanos y, de éstos hizo unos soberanos, dándoles a cada uno de ellos un gran número de hombres para gobernar y un vasto territorio. Les dio nombres a todos. El más viejo, el rey, recibió el nombre que sirvió para designar la isla entera y el mar que se llama Atlántico, porque el primer rey del país en esa época llevaba el nombre de Atlas. El gemelo nacido después de él a quien había tocado en suerte la extremidad de la isla del lado de las columnas de Hércules, hasta la región que se llama hoy día Gad (rica en ese país, se llamaba en griego Eumelos y en dialecto indígena Gadiro, nombre del cual la región ha sacado sin duda el suyo. Los niños del segundo par fueron llamados, uno Amferes, el otro Evaimon. Del tercer par, el mayor recibió el nombre de Mneseus, el menor el de Autochthon. Del cuarto, el primer nacido fue llamado Elasippos, el segundo Mestor, al mayor del quinto grupo se le dio el nombre de Azaés, al menor el de Diaprepés. Todos los hijos de Poseidón y sus descendientes vivieron en ese país durante largas generaciones. Reinaban sobre muchas otras islas del Océano y, como he dicho ya, extendían además su imperio, de este lado, al interior del estrecho, hasta Egipto y Tirrenia. “La raza de Atlas fue numerosa y conservó los honores del poder. El más anciano era rey, y como transmitía siempre el cetro al mayor de sus hijos, conservaron el reinado durante numerosas generaciones. Habían adquirido riquezas inmensas, tales como no se vieron jamás en ninguna dinastía real y como no se verán fácilmente en el futuro. Disponían de todos los recursos de su ciudad, y de todas aquellas que era preciso tener de tierra extranjera. Mucho les venía de fuera, gracias a su imperio, pero es la misma isla quien les suministraba la mayor parte de las cosas para el uso cotidiano, en primer lugar, todos los metales sólidos o fusibles que se extraían de las minas, y en particular una especie de la que no poseemos más que el nombre, pero que era entonces más que un nombre y que se extraía de la tierra en muchos sitios de la isla, el oricalco, el más precioso después del oro, de los metales entonces conocidos. Después, todo lo que el bosque suministraba de materiales para los trabajos de los carpinteros, la isla lo producía en abundancia. Suministraba también abundantemente, animales domésticos y salvajes. Se encontraba también una raza de elefantes muy numerosa; pues ella ofrecía un abundante pasto, no solamente a todos los animales que pacían a la orilla de los pantanos, de los lagos y de los ríos, o en los bosques, o en las llanuras, sino aún igualmente para este animal, que por naturaleza es el más grande y el más voraz. Además, todos los perfumes que la tierra suministra actualmente, en cualquier sitio que sea, vengan de raices o de hierbas, o de madera o jugos destilados por las flores o las frutas, los producía y los criaba perfectamente, y también los frutos cultivados y los secos que usamos para nuestra alimentación, y todos aquellos de los que nos servimos para completar nuestras comidas, y que designamos por el término general de legumbres, y esos frutos leñosos que nos suministran las bebidas, los alimentos y los perfumes, y ese fruto de escamas y de conservación difícil, hecho para nuestro regocijo y nuestro placer, y todos aquellos que nos servimos después de las comidas para el solaz y la satisfacción de aquellos que sufren de una pesadez de estómago, todos estos frutos, esta isla sagrada que veía entonces el sol, los producía magníficos, admirables, en cantidades infinitas. Con todas esas riquezas que sacaban de la tierra, los habitantes construyeron los templos, los palacios de los reyes, los puertos, los astilleros marítimos, y embellecieron todo el resto del país en el orden que voy a decir.

“Comenzaron por edificar puentes sobre los fosos de agua de mar que rodeaban la antigua metrópolis, para acondicionar un paso hacia fuera y hacia el palacio real. Este palacio, lo habían elevado desde el origen en el sitio habitado por el dios y por sus ancestros. Cada rey, al recibirlo de su predecesor, añadía sus embellecimientos y ponía todos sus cuidados en sobrepasarlos, tanto es así que hicieron de su morada un objeto de admiración por la grandeza y la belleza de sus trabajos. Cruzaron después el mar hasta el recinto exterior por un canal de tres metros de ancho, de cien pies de profundidad y de cincuenta estadios de longitud; y abrieron a los barcos procedentes del mar una entrada en ese canal como en un puerto, acondicionando una embocadura suficiente para que los más grandes barcos pudieran ser penetrar en él. Además a través de los cercos de tierra que separaban a los de agua de mar enfrente de los puentes, abrieron zanjas suficientemente largas para permitir pasar de un recinto al otro, y por encima de esas zanjas, pusieron techos para que se pudiera navegar por debajo; pues los parapetos de los cercos de tierra estaban bastante elevados por encima del mar. El más grande de los fosos circulares, el que comunicaba con el mar, tenía tres estadios de longitud y el cerco de tierra que le seguía tenía otro tanto. De los dos cercos siguientes, el de agua tenía una longitud de dos estadios y el de tierra era aún igual al de agua que le precedía; el que rodeaba la isla central no tenía más que un estadio. En cuanto a la isla donde se encontraba el palacio de los reyes, tenía un diámetro de cinco estadios. Revistieron de un muro de piedra el contorno de esta isla, los cercos y los dos lados del puente, que tenía la anchura de un metro. Pusieron torres y puertas sobre los puentes y en todos los sitios por donde pasaba el mar. Extrajeron sus piedras del contorno de la isla central y por debajo de los fosos, en el exterior y en el interior de éstas las había blancas, negras y rojas. Y al mismo tiempo que extraían las piedras, construyeron dársenas dobles cruzadas en el interior del suelo, y cubiertas del techo por la roca misma. Entre estas construcciones, una eran de un solo color, en las otras entremezclaron las piedras de manera que hacían un tejido variado de colores para el placer de los ojos y les dieron así un encanto natural. Revistieron de bronce a guisa de pintura todo el contorno del muro que rodeaba el cerco más exterior; de estaño fundido el del cerco más interior, y la que rodeaba la acrópolis misma de oricalco con reflejos de fuego. El palacio real, en el interior de la acrópolis había sido arreglado como voy a decir. En el centro mismo de la acrópolis había un templo consagrado a Clito y a Poseidón. El acceso a él estaba prohibido y estaba rodeado de un cercado de oro. Es allí donde el origen había engendrado y vieron el día la raza de los diez príncipes. Es allí también donde se iban cada año de las diez provincias que se habían repartido, a ofrecer a cada uno de ellos los sacrificios de la estación. El templo de Poseidón mismo era un estadio de largo, de tres pletros de largo y de una altura proporcionada a estas dimensiones; sin embargo, tenía en su aspecto algo bárbaro. El templo entero, en el exterior, estaba revestido de plata, excepto las acroteras que eran de oro; en el interior, la bóveda era toda entera de marfil esmaltado de oro, de plata y de oricalco; todo el resto, muros, columnas y pavimento, estaba guarnecido de oricalco. En él, se habían levantado estatuas de oro, en particular la del dios, de pie sobre un carro, conduciendo seis caballos alados, y tan grande, que su cabeza tocaba la bóveda, después, en círculo alrededor de él, cien Nereidas sobre los delfines, porque se creía entonces que ellas eran de número de cien; pero había también muchas otras estatuas consagradas por los particulares. Alrededor del templo, en el exterior, se erigían las estatuas de oro de todas las princesas y de todos los príncipes que descendían de los diez reyes y muchas otras grandes estatuas dedicadas por los reyes y los particulares, fueran de la misma ciudad o fueran de los países de fuera sometidos a su autoridad. Había también un altar en que la grandeza y el trabajo estaban de acuerdo con todo este aparato, y todo el palacio estaba igualmente proporcionado a la grandeza del imperio, como también a los ornamentos del templo.

Las dos fuentes, una de agua fría y la otra de agua caliente, tenían un caudal considerable y estaban, cada una de ellas, maravillosamente adaptadas a las necesidades de los habitantes por el placer y virtud de sus aguas. Las habían rodeado de edificios y de plantaciones de árboles apropiados a las aguas.

Habían construido alrededor de los estanques unos a cielo abierto, otros cubiertos, destinados a los baños calientes en invierno. Los reyes tenían las suyas a parte, y los particulares también; había otras para las mujeres y otras para los caballos y otros animales de arrastre, siendo dispuesto cada uno de ellos según su destino. Conducían el agua que se derramaba en el bosque sagrado de Poseidón, donde habían árboles de todas las esencias, de una grandeza y de una belleza divinas, gracias a la calidad de su suelo; luego, la hacían discurrir en los cercos exteriores por los acueductos que pasaban sobre los puentes. Allí, se habían dispuesto numerosos templos dedicados a numerosas divinidades, muchos jardines y muchos gimnasios, unos para los hombres, otros para los caballos, estos últimos estaban construidos a parte en cada una de las dos islas formadas por los recintos circulares. Entre otros, en medio de la isla mayor, se había reservado el sitio para un hipódromo de un estadio ancho, que se extendía en longitud sobre todo el recinto, para consagrarlo a las carreras de caballos. Alrededor del hipódromo había en cada lado, los cuarteles para la parte más grande de la guardia. Aquellos de los guardas que inspiraban mayor confianza hacían guarnic ión en el más pequeño de los dos recintos, que era también el más cercano de la acrópolis, y a los que se distinguían entre todos por su gran fidelidad, se había asignado los cuarteles en el interior de la acrópolis alrededor de los mismos reyes.

Los arsenales estaban llenos de trirremes y de todos los aparejos necesarios a las trirremes, todo perfectamente dispuesto. Y he aquí como todo estaba dispuesto alrededor del palacio de los reyes.

Cuando se habían atravesado los tres puertos exteriores, se encontraba un muro circular comenzando en el mar y por todas partes, distante de cincuenta estadios del cerco más grande y de su puerto. Este muro venía a cercar en el mismo punto la entrada del canal del lado del mar. Estaba todo él repleto de casas numerosas y apretadas las unas contra las otras, y el canal y el puerto más grande estaban llenos de barcos y de mercaderes venidos de todos los países del mundo, y de su multitud se elevaban día y noche los gritos, el tumulto y ruidos de toda especie.

Acabo de daros un informe bastante fiel de lo que se me dijo antaño de la ciudad y del viejo palacio. Ahora me es preciso intentar recordar cuál era el carácter del país y la forma de su organización.

Ante todo, se me dijo que todo el país era elevado y escarpado sobre el mar, pero que alrededor de la ciudad se extendía una llanura que la rodeaba y que era así mismo rodeada de montañas descendiendo hasta el mar; que su superficie era lisa y regular, que era oblonga en su conjunto, que medía por un lado tres mil estadios, y en su centro subiendo del mar, dos mil. Esta región estaba en toda la longitud de la isla, expuesta al mediodía y al abrigo de los vientos del norte. Se alababan entonces las montañas que la rodeaban, de superar en número, en grandeza y en belleza a todas las que existen hoy día. Encerraban un gran número de ricos pueblos poblados de periecos, los ríos, los lagos y las praderas que suministraban un pasto abundante a todos los animales domésticos y salvajes y los bosques abundantes y las esencias variadas ampliamente suficientes para toda clase de obras de la industria.

“Ahora bien, esta llanura había sido, gracias a la naturaleza y a los trabajos de un gran número de reyes en el curso de largas generaciones, arreglada como voy a decir. Tenía la forma de un cuadrilátero generalmente rectilíneo y oblongo; lo que le faltaba en regularidad, había sido corregido por un foso cavado en su contorno. El que mira la profundidad, la anchura y la longitud de este foso, le es difícil creer que haya tenido las proporciones que se le atribuyen, si se le considera que era una obra hecha por la mano del hombre, añadida a los otros trabajos. Es preciso sin embargo, repetir lo que hemos oído decir: había sido cavada de la profundidad de un pletro, su anchura era alrededor de un estadio y como su longitud abarcaba toda la llanura, subía a diez mil estadios. Recibía los cursos de agua que bajaban de las montañas, daba la vuelta a la llanura, lindaba a la ciudad por sus dos extremidades, por donde se la dejaba desembocar en el mar. De la parte alta de la ciudad, salían unas zanjas de alrededor de cien pies de anchura, que cortaban la llanura en línea recta y se descargaban en la fosa cerca del mar; de una a otra, había un intervalo de cien estadios. Servían para el flotaje de troncos descendidos de las montañas hacia la ciudad y para el transporte por barcos de las otras producciones de cada estación, gracias a canales que salían de las zanjas y las hacían comunicar oblicuamente las unas con las otras y con la ciudad.

Notad, que había todos los años dos recolectas, porque el invierno se utilizaban las lluvias de Zeus, y en verano, las aguas que brotaban de la tierra que llevaban las acequias. En lo que respecta al número de soldados que debía proporcionar la llanura, en caso de guerra, se había decidido que cada distrito era diez veces diez estadios y había entre todo seis miríadas. En cuanto a los hombres que se podían sacar de las montañas y del resto del país, su número, por lo que se me ha dicho, era infinito; habían sido todos repartidos por localidades y por pueblos entre esos distritos, bajo la autoridad de los jefes. Ahora bien, el jefe tenía orden de proporcionar para la guerra la sexta parte de un carro de combate, con vistas de llevar este efectivo a diez mil; dos caballos y sus caballeros, además un tiro de dos caballos, sin carro, con un combatiente armado de un pequeño escudo y un conductor de los dos caballos transportado detrás del combatiente, más dos infantes, los arqueros y los lanceros en número de dos por cada clase, los infantes ligeros lanzadores de piedras y de venablos en número de tres por cada clase y cuatro marineros para llenar mil doscientos navíos. Es así como estaba reglamentada la organización militar de la ciudad real. Para las otras nueve provincias, cada una tenía su organización particular, la explicación de las cuales requeriría mucho tiempo.

El gobierno y los cargos públicos habían sido reglamentados en el origen de la manera siguiente: Cada uno de los diez reyes en su distrito y en su ciudad tenía todo poder sobre los hombres y sobre la mayor parte de las leyes; castigaba y hacía ejecutar a quien quería. Pero su autoridad, una sobre la otra y sus relaciones mutuas estaban reglamentadas por las instrucciones de Poseidón, tal como les habían sido transmitidas por la ley, y por las inscripciones gravadas por los primeros reyes, sobre una columna de oricalco, situada en el centro de la isla, en el templo de Poseidón. Es en este templo donde se reunían cada cinco años o cada seis alternativamente, otorgando el mismo honor al par y al impar. En esta asamblea, deliberaban sobre los asuntos comunes, se enteraban si uno de ellos infringía la ley y le juzgaban. En el momento de iniciar su juicio, se daban primero los unos a los otros las muestras de su fe de la manera siguiente: Había en el recinto del templo de Poseidón toros en libertad. Los diez reyes, dejados solos, rogaban al dios que les hiciera capturar la víctima que le fuese más agradable, después de lo cual, se ponían a cazarlos con bastones y nudos corredizos sin hierro. Llevaban entonces a la columna el toro que habían cogido, lo degollaban en su cúspide y hacían manar la sangre sobre la inscripción. Sobre la columna, además de las leyes estaba grabado un juramento que profería la s terribles imprecaciones contra aquellos que desobedecieran. Después que habían sacrificado siguiendo sus leyes, consagraban todo el cuerpo del toro, luego llenaban de vino una cratera, echaban en éste, en nombre de cada uno de ellos un coágulo de sangre y llevaban el resto al fuego, después de haber purificado el contorno de la columna. Sacando de la cratera con copas,
hacían una libación sobre el fuego, jurando que juzgarían conforme a las leyes inscritas sobre la columna y castigarían a quienquiera que la hubiese violado anteriormente, que en el futuro no inflingirían voluntariamente ninguna de las prescripciones escritas y no mandarían ni obedecerían un mandato, sino conforme a las leyes de su padre.

Cuando cada uno de ellos había adquirido este compromiso para si mismo y su descendencia, bebía y consagraba su copa en el templo del dios después se ocupaba de la comida y de las ceremonias necesarias. Cuando la obscuridad llegaba y el fuego de los sacrificios estaba apagado, cada uno de ellos revestía una ropa azul oscuro de gran belleza, después se sentaban en tierra en las cenizas del fuego del sacrificio donde habían prestado el juramento y durante la noche después de haber apagado todo el fuego en el templo, eran juzgados o juzgaban si alguno acusaba a otro de haber infringido alguna prescripción. Una vez sus juicios acabados, los inscribían, al retorno de la luz, sobre una tabla de oro y los consagraban con sus ropas, como un memorial. Había además muchas otras leyes particulares relativas a la s prerrogativas de cada uno de los reyes, de las cuales las más importantes eran no usar jamás las armas unos contra otros, reunirse para prestarse ayuda, en el caso en que uno de ellos intentara destruir una de las razas reales de un estado, deliberar en común, como sus predecesores, sobre las decisiones a tomar referentes a la guerra y los otros asuntos, pero dejando la hegemonía a la raza de Atlas. El rey no era dueño de condenar a muerte a ninguno de los de su raza sin el asentimiento de más de la mitad de los diez reyes. “ Tal era el formidable poderío que existía entonces en ese lugar y que el dios reunió y volvió contra nuestro país, por la razón que sigue. Durante numerosas generaciones, mientras que la naturaleza del dios se hizo sentir suficientemente en ellos, obedecieron sus leyes y quedaron ligados al principio divino al cual estaban emparentados. No tenían más que pensamientos verdaderos y grandes en todo punto, y se comportaban con dulzura y sabiduría delante de todos los azares de la vida y con respeto los unos a los otros. Además no prestando atención más que a la virtud, hacían poco caso de sus bienes y soportaban alegremente la carga que era para ellos el caudal de su oro y de sus otras posesiones. No estaban embriagados por los placeres de la riqueza y siempre dueños de sí mismos, no eludían su deber.

Prudentes como eran veían netamente que todos esos bienes también crecían por el afecto mutuo unido a la virtud y que si se les honra, éstos perecen y la virtud con ellos. Mientras que razonaron asi y preservaron su naturaleza divina, vieron crecer todos los bienes de los cuales he hablado. Pero cuando la porción divina que había en ellos se alteró por su frecuente mezcla con un elemento mortal considerable y que el carácter humano predominó, incapaces desde entonces, de soportar la prosperidad, se condujeron indecentemente y para aquellos que saben ver aparecían feos, porque perdían el más bello de sus bienes preciosos, mientras que los que no saben discernir que es la verdadera vida feliz, los encontraban justamente perfectamente bellos y felices, infectados como estaban de injustas codicias y del orgullo de dominar. Entonces el dios de los dioses, Zeus, que reina siguiendo las leyes y que puede discernir esta suerte de cosas, apercibiéndose del desgraciado estado de una raza que había sido virtuosa, resolvió castigarlos para volverlos más moderados y más sabios. A este efecto, reunió a todos los dioses en su morada, la más preciosa, la que, situada en el centro de todo el universo, ve todo lo que participa a la generación, y habiéndolos reunido les dijo: (el manuscrito de Platón termina con estas palabras).

EL TESTIMONIO DE IGNATIUS DONNELLY



Al lado de hipótesis sorprendentes situando la Atlántida en Suecia, en África Negra o en África del Norte, el estudio de Ignatius Donnelly aparece como reflejando una gran parte de la verdad. Ciertamente, está lejos, muy lejos de ser completo y las hipótesis diferentes no son en sí mismas enteramente erróneas como lo veremos enseguida; no han hecho sino extender lo particular a lo general, atribuyendo al continente lo que no era más que una colonia. Pero Ignatius Donnelly, en sus búsquedas y conclusiones, no ha cometido más que los errores de detalle y lo que él refiere debe ser conocido aunque lo esencial no esté contenido. Este esencial, por otra parte, este manuscrito se os propondrá pronto por una voz prestigiosa como el coronamiento del testimonio de Platón y el de Ignatíus Donnelly que he aquí ahora reproducido:


Este libro ha sido escrito con el propósito de manifestar algunas concepciones bien determinadas y del todo nuevas. Se encontrará probado en el:

1 Que antiguamente, en medio del Océano Atlántico, enfrente de la entrada del Mediterráneo, existía una gran isla que era el resto de un continente atlántico y que fue conocido del mundo antiguo bajo el nombre de Atlántida.

2, Que la descripción dejada por Platón de esta isla no es del todo como se la ha admitido largo tiempo, una fábula fantástica, sino que es de verídica historia prehistórica.

3. Que la Atlántida fue la tierra donde el hombre por primera vez se elevó por encima de la barbarie y creció con la civilización.
4. Que la población de la Atlántida, en el curso de innumerables siglos, se desarrolló en una nación numerosa y potente de la que el excedente de población pobló razas civilizadas, las riberas del golfo de México, las del Mississipi, del río de las Amazonas, del Océano Pacífico, en América del Sur y por la otra parte, el mar Mediterráneo, las costas de la Europa Occidental y del África Occidental, del mar Báltico, del mar Negro y del mar Caspio.
5. Que la Atlántida no era otra cosa que el mundo antes del Diluvio con el jardín del Edén o Paraíso, con los jardines de las Hespérides, Los Campos de Eleusis, los jardines de Alcinous, del Mesonífalo, con el Olimpo, el Asgard de las tradiciones de los pueblos antiguos que, todos, constituyen el recuerdo de un país donde los hombres desde los siglos de los siglos vivían en la dicha y en la paz.
6. Que los dioses, las diosas y los héroes de los antiguos griegos, fenicios, hindúes y de la mitología nórdica, no eran otra cosa que los reyes, las reinas y los héroes de la Atlántida y que los actos o hazañas que les atribuye la mitología no son otra cosa que el recuerdo confuso de acontecimientos prehistóricos reales.
7. Que la mitología de los egipcios y del Perú constituía la religión primitiva de los atlantes, que consistía en una veneración al sol.

8. Que los útiles y otros utensilios de la edad del Bronce en Europa provenían de la Atlántida, y que los atlantes fueron los primeros en trabajar el hierro.

9. Que la Atlántida era el lugar donde residieron primitivamente tanto los troncos étnicos arios o familias indo-europeas, como las razas semíticas y quizás también la raza turíndia.
10. Que la Atlántida fue aniquilada por un espantoso cataclismo natural que engulló en el mar la totalidad de la isla hasta el nivel de las más altas cúspides (estas cúspides constituyen actualmente las Azores), con casi todos sus habitantes.

11. Que solamente algunos individuos se escaparon en barcos o balsas. Llevaron a los pueblos establecidos sobre las costas orientales y occidentales del Océano la noticia de la espantosa catástrofe, de la que el recuerdo persiste hasta nuestra época, entre muchos de los pueblos de los dos continentes, bajo la forma del recuerdo de un diluvio universal.

Apoyándonos sobre una infinidad de hechos sacados de las fuentes más diversas, ensayemos ahora, después de los resultados de nuestras búsquedas, de reconstituir el cuadro general tan fiel como sea posible, de lo que era la humanidad antidiluviana y hacer renacer a nuestros ojos la Atlántida.

El reino de Atlántida, en el sentido estricto de la palabra, estaba constituido, como sabemos, por una gran isla alrededor de la cual había sembradas probablemente, tanto al este como al oeste, semejantes a piedras miliarias, entre Europa y América, un gran número de pequeñas islas. Sobre la isla principal se elevaban montañas volcánicas, que subían hasta el alisio superior y de las que la cumbre estaba cubierta de nieves eternas. Al pie de estas montañas, se extendían las altas mesetas sobre las que los reyes vivían con sus cortes. Debajo de esta región de altas mesetas se encontraba la gran llanura de la Atlántida.
De las montañas centrales descendían cuatro ríos cada uno de los cuales tenía su dirección siguiendo a cada uno de los puntos cardinales, hacia el norte, el sur, el este y el oeste. El clima era el actual de las Azores, dulce y agradable.
El suelo, volcánico y fecundo, era en sus diversos niveles, adecuado a la producción, tanto de los frutos de los trópicos, como los de las zonas templadas.

La población primitiva estaba constituida al menos, por dos razas humanas diferentes, una raza morena oscura o rojiza, parecida a las poblaciones de la América Central, a los beréberes o a los egipcios y una raza blanca parecida a los griegos, a los godos, a los celtas y a los escandinavos. Entre los diversos pueblos tuvieron lugar conflictos de razas, para la conquista de la supremacía. La raza de color oscuro parece haber sido la más pequeña en lo que concierne a la estatura, como lo indica la pequeñez de sus manos; la raza de color claro era de talla mucho más alta. De donde las leyendas griegas relativas a los Titanes y a los Gigantes. Los guanches de las islas Canarias eran hombres de alta estatura. Como los objetos fabricados en la Edad de Bronce revelan una raza humana de mano pequeña y como por otra parte, la raza que poseía los barcos y la pólvora de cañón, tomó parte en la guerra contra los gigantes, se puede concluir que la raza de piel oscura era la más civilizada, que era la de los trabajadores de los metales y de los navegantes.

El hecho que costumbres análogas y una concepción análoga de la vida dominaran sobre las dos orillas del océano, supone la comunidad de su origen. El hecho que la explicación de muchos usos constatados en los dos continentes no puede ser encontrado más que en América, indica que había en América una población primitiva que, en sus migraciones, transportó bien sus usos consigo, pero olvidó su origen, la ocasión de su constitución.

15 El hecho de que los animales domésticos y las producciones agrícolas más necesarios son indígenas de Europa y no de América, podría indicar que una población americana primitiva que emigró de alguna manera de América hacia la Atlántida, estaba desprovista de civilización y que enseguida solamente se produjo en la Atlántida una floración de la civilización.

En una época todavía más reciente, las relaciones de los atlantes con Europa fueron más frecuentes y más regulares que con América. En lo que concierne a los animales domésticos de bastante gran talla, eran ciertamente bastante más difícil de transportarlos sobre los barcos desprovistos de puentes de aquel tiempo, de la Atlántida hacia América, sobre una larga extensión de mar, de la Atlántida a Europa, lo cual podía hacerse por etapas hasta la costa de España, pasando por este grupo de islas, ahora sumergidas que se hallaban delante de la entrada del mar Mediterráneo.

Se puede decir también que el clima de España y de Italia haya sido más favorable al desarrollo del centeno, del trigo candeal, de la avena, que al del maíz, cuando la atmósfera más seca de América convenía mejor a este último. Todavía ahora, se cultiva relativamente poco trigo candeal o cebada en América Central, el Perú y México y por así decirlo, nada en las zonas bajas de estos países, mientras que, al contrario, se cultiva relativamente menos maíz en Italia, en España y en Europa Occidental en la que el clima lluvioso no es favorable a esta planta. Como hemos visto anteriormente, se tiene toda la razón al creer que en tiempos muy lejanos el maíz era ya cultivado en las regiones secas de Egipto y de la China.

“Del mismo modo que la ciencia lingüística basándose sobre la presencia o sobre la ausencia de ciertas familias de palabras en las diversas lenguas derivadas de la lengua aria primitiva ha hecho posible una reconstrucción de la historia de las migraciones de los arios, igualmente un tiempo vendrá en que la comparación metódica y cuidadosa de las palabras, de las costumbres, de las artes, de la concepción de la vida existente, sobre las dos orillas opuestas del Océano Atlántico permitirá la constitución de un bosquejo aproximadamente exacto de la historia atlante. El pueblo de la Atlántida había llegado muy lejos en la vía del progreso de la agricultura. La existencia del arado en Egipto y en el Perú demuestra que este aparato era conocido también en la Atlántida. Y como los cuernos de Baal establecen la alta estima en que se tenía al ganado, debemos también admitir que los atlantes habían superado desde mucho tiempo el período en que el arado es tirado por el hombre (como en Egipto y en el Perú en los tiempos antiguos, y aún en Suecia en la época histórica), para llegar al período en que el arado es arrastrado por un caballo o al menos por bueyes. Fueron los primeros que criaron al caballo como animal doméstico y esto es también porque el dios del mar Poseidón o Neptuno, tiene su carro tirado por caballos, de donde también los campos de carreras para los caballos, como Platón los describió. Tenían corderos y fabricaban lana, criaban también cabras, perros y cerdos. Cultivaban el algodonero y fabricaban también tejidos de algodón; cultivaban el maíz, el trigo candeal, la cebada, el centeno, el tabaco, el cáñamo y el lino, quizá también la patata. Construían grandes acueductos; conocían la irrigación artificial de las tierras. Tenían un alfabeto, trabajaban el zinc, el bronce, la plata, el oro y el hierro.

Cuando la población de este país, después de un muy largo período de paz y de progreso, empezó finalmente a convertirse en superabundante, enviaron al este y al oeste, hasta los confines del mundo grandes expediciones colonizadoras. Esto no fue la obra de algunos años, sino la de siglos enteros y la situación que se creó entre estas diversas colonias debió ser poco más o menos la misma que la que existió más tarde entre las colonias de los fenicios, de los griegos o de los romanos. Los colonos se mezclaron de igual modo con las poblaciones primitivas o autóctonas de los diversos países colonizados y los cruzamientos de pueblos que se reprodujeron durante los tiempos históricos deben ya de haber tenido lugar durante millares de años, antes, dando nacimiento a nuevas razas y a nuevas lenguas. El resultado fue que las pequeñas razas primitivas fueran modificadas en el sentido de un crecimiento de su talla y que el color de la piel pasó insensiblemente del blanco más claro al negro más oscuro, por una serie de tonalidades intermedias.

En muchos aspectos, el conjunto del Imperio atlante se parecía a lo que es la Inglaterra de hoy con el Imperio Británico actual, la “british commonwealth”. La Atlántida pudo presentar la misma variedad de razas, como también una mayor variedad que el Imperio Británico actual. Tuvo colonias, como actualmente Inglaterra, en Asia, en Europa, en África y en América y expandió con ellas su civilización hasta los confines de la tierra. En el III siglo y el IV siglo de nuestra era, hemos visto ya las poblaciones inglesas aposentarse sobre las orillas de Francia y de Armórica constituir colonias donde se ha continuado la nacionalidad, así como la lengua de la madre patria, pueblo de origen atlántico. Podemos suponer que igualmente hubo expediciones colonizadoras hamíticas de la Atlántida hacia Siria, Egipto y los países beréberes. Si imaginamos hoy una emigración masiva de higlanders escoceses, de galos, de irlandeses y de habitantes de Cornualles abandonando todos juntos el suelo de las Islas Británicas y trasplantando hacia nuevas patrias la civilización inglesa, tendremos una imagen exacta de lo que se derivó del hecho de las expediciones colonizadoras de los atlantes. Inglaterra, con su civilización de origen atlántico, poblada de razas provenientes del mismo tronco, renueva en los tiempos modernos el imperio de Zeus y de Cronos y, del mismo modo que hemos visto Troya, Egipto y Grecia tomar las armas contra el tronco primitivo, hemos visto también en los tiempos modernos la Bretaña francesa y las colonias americanas separarse de Inglaterra, lo que no ha privado a las particularidades raciales de permanecer comunes, pero que ha roto los lazos de la unidad política.

En lo que concierne a la religión, la Atlántida había ya llegado a todas las concepciones elevadas y fundamentales que, cualquiera que fuese en la práctica su influencia real, constituían con todo las bases teóricas de casi todas las religiones modernas. La concepción de lo divino estaba ya bastante afinada para que los atlantes hubieran reconocido la existencia de una “grande y primitiva causa primera” general y todopoderosa. Nos volveremos a encontrar el círculo de ese dios único en el Perú y en el Egipto primitivo. Consideraban al sol como el símbolo poderoso y el instrumento de un dios único que manifestaba por él su voluntad. Una concepción tan elevada no podía ser más que el fruto de una alta civilización. La ciencia moderna ha establecido cuán absolutamente la vida entera de la tierra depende de los rayos del sol.
Entretanto, el pueblo de la Atlántida había ido muy lejos. Los atlantes creían que el alma humana es inmortal y que debía revivir en su envoltura corporal. En otros términos creían en la resurrección de los cuerpos y en una vida eterna. Es por eso que embalsamaban a sus muertos.

Los atlantes tenían una casta sacerdotal organizada. Su religión era pura y simple. Vivían bajo un régimen monárquico. Tenían reyes con una corte. Tenían jueces, crónicas, monumentos conmemorativos cubiertos de inscripciones, minas, fundiciones, fábricas, telares, molinos para granos, barcos y veleros, conductos de agua, canales y canteras. Tenían procesiones banderas, arcos de triunfo para sus reyes y sus héroes.

Construían pirámides, templos, torres redondas y obeliscos, conocían la brújula y la pólvora de cañón. En una palabra, disfrutaban de una civilización que se elevaba casi tan alto como la nuestra. No les faltaba más que la imprenta y las invenciones fundadas sobre el vapor, la electricidad y el magnetismo. Se nos cuenta que Deva Nahusha había visitado las colonias más lejanas de la India. Un imperio que se extendía desde Cordilliéres hasta el Indostán y aún hasta la misma China, debió ser en todo caso un imperio de un fabuloso poderío. En sus grandes ferias y en sus grandes mercados, debía de encontrarse el maíz del Mississipi; el cobre del Lago Superior; el oro y la plata de México y del Perú, las especies de la India, el zinc del país de Gales y de Cornnualles, el bronce de España, el ámbar del Báltico, el trigo y el centeno de Grecia, Italia y Suiza.
No es extraordinario que la caída de ese poderoso pueblo primitivo, el súbito hundimiento de sus tierras bajo la superficie del Océano, en medio de espantosos temblores de tierra y de cataclismos atmosféricos, hayan dejado en la imaginación de la especie humana impresiones indelebles.

Supongamos que en la jornada de hoy mismo, las Islas Británicas todas enteras con todos sus habitantes y todos los tesoros de su civilización sufriesen la misma suerte y que fueran engullidas en el mar hasta cerca de la cumbre de las más altas montañas de Escocia, ¡qué espanto se apoderaría de las colonias inglesas e igualmente de la humanidad entera!. Admitamos aún, que después de este suceso, el mundo fuese conducido a recaer en la barbarie universal, entonces los hombres como Guillermo el Conquistador, Ricardo Corazón de León, Alfredo el Grande, Cronwell y la Reina Victoria no sobrevivirían en la memoria de las nuevas generaciones, más que transformados en dioses o en demonios, pero el recuerdo de la enorme catástrofe, en la cual habría desaparecido la madre patria, el centro del mundo, no podría jamás desaparecer de la memoria de los hombres. Subsistiría más o menos fragmentariamente en todos los países de la tierra, primero bajo la forma de un relato de carácter histórico verídico, luego, en el curso ulterior de los tiempos, como leyenda, como tradición, como fábula, como cuento. El recuerdo de un tal suceso sobreviviría al de millares de transformaciones del mundo menos profundas y menos terribles, sobreviviría a las dinastías, a las naciones, a las religiones y a las lenguas. El recuerdo de semejante suceso duraría hasta el fin de los tiempos, tanto tiempo, como hubiera hombres sobre la faz de la tierra.

Es apenas que la ciencia moderna debuta en su misión de reconstruir el pasado y de edificar la historia de las civilizaciones olvidadas de los pueblos antiguos.
En el plan de este trabajo ningún estudio sabría ser más interesante ni más atrayente y ninguno ofrecería a la imaginación, más horizontes que la historia de este pueblo desaparecido, la historia de la humanidad antes del diluvio.

Esos hombres fueron los inventores de todas nuestras entes, de todas nuestras ciencias. Fueron los creadores de todas nuestras concepciones fundamentales sobre la ciencia del mundo y sobre la vida. Fueron los primeros civilizadores, los primeros navegantes, los primeros colonizadores de la tierra.

Su civilización era ya una vieja civilización cuando la de los egipcios estaba en sus principios. Su imperio databa ya de millares de años, mucho antes que pudiera ser cuestión de Babilonia, Roma o de Londres. Ese pueblo desaparecido fue el de nuestros precursores. La sangre de esos hombres circula por nuestras venas. Las palabras de que nos servimos, eran, en su forma primitiva, las que se oían en las ciudades, los palacios y templos de la Atlántida. Todas las particularidades de las razas, de los troncos étnicos, de las creencias, todos los matices de nuestro pensamiento, dan la ocasión de remontar en último análisis a la Atlántida.

Podríamos aquí expresar el deseo de que las naciones civilizadas modernas, encuentran por fin una meta interesante para los cruceros generalmente inútiles que efectúan sus barcos de guerra. Debería examinarse si sería posible extraer del fondo de los mares, al menos, algunos restos de esa civilización desaparecida. Ciertas partes de lo que fue la isla de Atlántida, por ejemplo lo que los mapas ingleses llaman “Dolphinbank”no se encuentran más que algunos cientos de brazas bajo la superficie en las inmediaciones del archipiélago de las Azores, la exploración metódica del fondo del mar, conduciría ciertamente a algunos resultados interesantes. Se ha organizado en diversas épocas, con muy grandes gastos, expediciones para sacar algunos millares de piezas de oro hundidas en un paquebote. ¿Por qué no se haría otro tanto para llegar a las maravillas desaparecidas de la Atlántida?. Una sola tablilla por tanto inscripciones sacadas de las profundidades donde yace la Atlántida de Platón, tendría para la ciencia infinitamente más valor para la humanidad civilizada, un interés mucho más emocionante que todo el oro que los españoles de antaño quitaron a los peruanos y que todos los documentos, tan preciosos como pueden ser, que se encuentran en el suelo de Egipto o Caldea. ¿No se puede preguntar también si las pretendidas “monedas fenicias” que se encuentran en Carvo, una de las islas Azores, no fueran originarias de la Atlántida? ¿Es posible que el gran pueblo fenicio, la importancia del cual ha sido tan capital, en tanto que fundador de colonias, haya visitado esas islas desde el comienzo del período histórico y las haya dejado enseguida desiertas, como los portugueses las encontraron en su descubrimiento?.

Apenas si hemos comenzado a comprender el pasado. Hace un centenar de años, el mundo no sabia todavía nada de Pompeyo ni de Herculano, nada del vínculo lingüístico que une a las naciones indo-europeas, nada de lo que significa la enorme cantidad de inscripciones dadas por las tumbas de Egipto y de Babilonia, nada de las civilizaciones admirables que revelan hoy día los monumentos en ruinas del Yucatán, de México y del Perú. Pero hemos llegado ahora al umbral de la ciencia y los progresos de nuestros conocimientos se desarrollan rápidamente.

Si comparamos la ciencia adquirida en los últimos centenares de años, al desolador desierto del pensamiento teológico de la Edad Media, ¿quién podría dudar que dentro de cien años, nuestros grandes museos estarán adornados con estatuas, armas, utensilios y joyas de la Atlántida engullida, que nuestras bibliotecas poseerán las traducciones de las inscripciones atlantes, iluminando las luces de conocimientos nuevos todo el pasado del mundo y del género humano y aportando la solución de todos los misterios que buscan aún en vano penetrar los pensadores y los buscadores de nuestro tiempo?”.

EL GRAN TESTIMONIO SECRETO

En diversas circunstancias, como cada uno sabe, he tenido el privilegio de excepcionales encuentros. Algunos los he contado y otros no. Quizá estos últimos los diré un día, puesto que, alguna prohibición me ha sido significada, pero el momento no me parece llegado. Seguramente, cuando leo lo que esta escrito actualmente o lo que lo ha sido en una época reciente sobre el maestro llamado H. o sobre el maestro llamado K. y de otros aún, me entran deseos de cojer mi pluma para transmitir lo que sé, para rectificar los errores cometidos y para recoger el reto del inconcebible sacrilegio que consiste en rodear del misterio de un H. o de un K., la noble figura de Maestros Sublimes, de los cuales todo lo más aquellos que hablan tan públicamente y con una pretendida experiencia, no hacen más que bordar un imaginario encaje, no teniendo ningún parecido - ni de lejos - con la realidad.

Luego inmediatamente, mi pluma la dejé, censurándome de mi ambiciosa pretensión. ¡Como, en efecto, sobre los asuntos más sagrados, osaré bajar a la arena de la contestación! ¿ ¡Por qué y en virtud de qué autoridad, juzgando yo la obra de otros, cuando esta obra ha podido aportar algunas nuevas fuerzas y consuelo!? . Sin duda, he recibido de los que saben más luz sobre los seres de una importancia primordial en la conducción del destino humano y estaría así en medida de restablecer la verdad pura en lo que les concierne, pero haciendo eso, entregaré al mismo tiempo esa verdad a una crítica estéril y destructiva y no puedo decidirme a ello todavía. Si hubiera recibido mandato de emprender esa nueva revelación sobre asuntos inverificables al nivel del hombre en general, no habría vacilado un solo instante en hacerlo. Ese mandato no me ha sido dado. Si lo es un día, sabría lo que entonces escribiría, sostenido por una fuerza suprema y por consecuente “admisible” y comprensible para todos en el fondo de su alma. Es preciso esperar. La verdad para ser iluminadora debe ser transmitida en el momento preciso en que ella pueda llevar su cometido y alcanzar su propósito y aquellos que saben conocer ese momento. Así, yo espero, ¡pero estoy dispuesto!.

Por lo tanto, quien me ha instruido de la Atlántida y de su importancia ACTUAL, pertenece a ese dominio que no me parece apropiado abrir a otros antes de una señal que no ha llegado todavía. He tergiversado pues conmigo mismo durante semanas, he compuesto la redacción de este manuscrito para el cual, además, dos elementos adquiridos después, me hacían falta y he llegado, en último análisis a mi compromiso, que juzgo satisfactorio para mi conciencia. Hablaré pues de Aquel con quien he estado en contacto, explicaré de qué manera lo he encontrado, pero no precisaré nada, sino por alusión sobre su posición en el conjunto jerárquico que ocupa sobre el plan esotérico, un conjunto que no es de este mundo, y que, a pesar de todo, está íntimamente mezclado con él Tres ciudades han cobijado estas conversaciones….conversaciones!!, que impropio el término, pero, ¿cuál emplear para designar lo que fue una enseñanza en la que el instructor disertaba tímidamente interrumpido por inútiles preguntas? ¿Un discípulo a los pies del maestro?. Sí, eso será más exacto pues en estas tres ciudades, no he sido otra cosa.
CONTINUARÁ ...

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