El reino perdido del Preste Juan
Shambhala: Oasis de Luz - Andrew Tomas
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“Los mapas medievales indican, en Asia, un misterioso país llamado el “Reino del Preste Juan”. Se extiende, geográficamente, desde el Turquestán hasta el Tíbet, y desde el Himalaya hasta el desierto de Gobi. El emplazamiento del lugar presenta curiosas analogías con el señor de Hiarchas (el Santo Maestro), descrito por Filostrato en su biografía de Apolonio de Tiana.
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En 1145, el historiador Otto Freising oyó hablar del Preste Juan, un rey-sacerdote que vivía más allá de Armenia y de Persia, en Extremo Oriente. Se supone que pertenecía a la antigua descendencia de los reyes Magos citados en el Evangelio. La crónica de Alberico de las Tres Fuentes, menciona que, en 1165, una carta de este potentado asiático le llegó a Manuel I Comneno, basileo de Bizancio.
Federico I Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico y otros tres reyes recibieron mensajes semejantes del Preste Juan. Numerosos documentos pertenecientes a esta correspondencia diplomática del Preste Juan se conservan en los archivos el Vaticano, y la mayor parte no se han publicado jamás.
El 27 de setiembre de 1177, el Papa Alejandro VIII dirigió desde Venecia una carta “al ilustre y magnífico rey de la India”. Como observa justamente la Enciclopedia Católica, “a juzgar por los detalles de la carta, es cierto que el destinatario no era un personaje mítico”. Al enviar al “famoso y gran rey de la India” su bendición apostólica, el Papa decía que había oído hablar de él a numerosas personas y, muy especialmente, al Maestro Filippo, nuestro amigo y médico, el cual habló con los grandes y honorables hombres de nuestro reino”.
El doctor Filippo tomó la carta y partió para Asia. Por desgracia, jamás se ha revelado el resultado de su misión. El legado pontificio ¿murió en el curso de su viaje, o permaneció en el reino del Preste Juan?.
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Dragones volantes transportaban rápidamente a los hombres por los aires a grandes distancias. Un “elixir de verdad” purificaba a todos los que lo absorbían, obligándolos a revelar su verdadera identidad.
Esta era la razón por la cual los “espíritus impuros” no se atrevían, en el reino, a apropiarse del bien ajeno.
Gracias a este procedimiento no era necesaria ninguna psicoterapia.
La mayor atracción del país la constituía, probablemente, la Fuente de la Eterna Juventud. Cuando los hombres y las mujeres de bien deseaban ser rejuvenecidos, les bastaba observar un tiempo de ayuno y luego beberse tres sorbos de agua de la fuente. Desaparecían la enfermedad y la vejez y retornaban a los treinta años. Se dice que el propio Preste Juan prolongó su vida hasta la edad patriarcal de los quinientos sesenta y dos años.
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Era el tiempo difícil de las Cruzadas, en que era bienvenido un aliado en Oriente, lo cual explica el interés de los Estados de la Iglesia respecto al rey-sacerdote de la India.
Aunque la historia del Preste Juan tiene numerosos puntos comunes con el de los Hiarchas descrito por Filostrato miles de años antes. Las características geográficas de los dos países recuerdan al Tíbet. Los sabios de los dos reinos tenían el poder de controlar la visibilidad, producir una luz artificial y volar por los aires.
Un párrafo de la carta más conocida del Preste Juan señala, en su reino, la existencia de un mar de arena, que muy bien podría ser el desierto del Gobi. Si fuese así, yo adoptaría enteramente las conclusiones del sabio norteamericano Manly Hall:
La posición primitivamente atribuida al imperio del Preste Juan era en el emplazamiento del desierto del Gobi, donde vivía rodeado de montañas, en un palacio encantado. Si se pregunta a los iniciados que describían este paraíso del Norte llamado Dejung o Shambhala, la misteriosa ciudad de los Adeptos, contestarán que se halla en el corazón del desierto del Gobi. En la vieja arena del Chamo, el Antiguo Mar, está situado el Templo del Gobierno Invisible del Mundo (22, vol.1)
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En efecto, Eschenbach enlaza la leyenda del santo Grial con la del Preste Juan. Su Parsifal llevaría a Asia la copa sagrada (o la piedra). “Así, vemos que las Sociedades Secretas desempeñaban un papel en la perpetuación de la curiosa fábula del Maestro de los Maestros asiáticos”, escribe Manly Hall (22, vol.1)”.
No debemos olvidar que Wolfram von Eschenbach fue caballero de la Orden del Temple.
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