Mario Roso de Luna
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Al iniciarse el siglo XX, el extremeño se adhirió a la Teosofía, destacándose como uno de sus más importantes impulsores dentro de la Península. Ferviente seguidor de las teorías de Helena Blavatsky, Roso de Luna, legó a la posteridad innumerables obras en concordancias con esta doctrina, que lo consagraron como de los escritores más notables de su época, aunado a una pluma exquisita y sensibilidad especial para trasmitir sus ideales teosóficos.
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-Hijo mío: los tiempos predichos por el gran Qú-tami, el caldeo de hace treinta y tres siglos, han llegado ya. Sabed que no vais, no, en busca de un tesoro, sino de dos: uno, en barras de oro¡ el otro, que vale infinitamente más, en hojas divinas de inmortales libros. Y no vais, sino que se os lleva, bajo el dedo del karma, o de la ley, por la necesidad de que os preparéis a que sea cumplida en nuestros días una de las más grandes revoluciones del pensamiento humano, iniciado por Helena Petrowna Blavatsky, nuestra Maestra. Desde los felices tiempos de la Edad de Oro y de la primitiva religión luni-solar o Jaína, en efecto, hasta hoy mismo, la santa Tradición ario-asturiana no se ha interrumpido en nuestro suelo felizmente; antes bien, una generación de hombres abnegados, y una inconsciente, vilependiada y bondadosa raza de vaqueiros, es decir, de gentes de la Vaca-Símbolo, la ha continuado, sin que lo advierta el ingrato cuanto perverso mundo.
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Briton, en Castro y Almurfe¡ ya ese archivo viviente de nuestra Orden llamado Don Félix de Belda Flórez-Estrada y Palacios de Olmedo, quien, bajo las inspiraciones de Seres aún por encima de los que os he citado, vive, o aparenta vivir, aunque ya por poco tiempo, entre los enhiestos riscos de Somiedo, con la más augusta de las misiones terrestres, y, en fin, hasta hace años, al Padre Briones, mismo, de quien uno de vosotros es sucesor y discípulo, sin aún saberlo, con más mi humildísima persona, quien, en espera siempre de vuestra venida viviese en esta mísera cárcel corpórea, ya hace demasiado tiempo para loque puede soportarse con este viejo lastre material, que felizmente voy a abandonar ahora mismo ... y haciendo un visible esfuerzo para terminar su revelación estupenda.
-El alma, el centro de toda nuestra tradición iniciática, es la antiquísima biblioteca subterránea del Yicus- Tara, o mítico castro prehistórico y mágico de una de las múltiples Taras atlantes. Allí mismo en Somiedo.
-El alma, el centro de toda nuestra tradición iniciática, es la antiquísima biblioteca subterránea del Yicus- Tara, o mítico castro prehistórico y mágico de una de las múltiples Taras atlantes. Allí mismo en Somiedo.
Junto a sus lagos, encontrasteis el medio de ... »
El santo asceta no pudo continuar: dobló sonriente y beatífico su cabeza venerable sobre mi hombro, y murió, ¡durmió el sueño del Señor!, en aquel momento mismo, dejando en mi corazón, no un sentimiento de dolor, sino de paz inefable y divina. Quedé, pues, con grandes dudas acerca del emplazamiento concreto de aquel segundo y más prodigioso Tesoro pero algunas de estas dudas me las aclaró nuestro Don Hermógenes diciéndome que la Biblioteca del Vicus- Tara, en lo que hoy sabemos ya es el Tarambico, afectaba la forma exacta de una letra sanscritánica, muy poco comprendida en su simbolismo por los sanscritistas occidentales, estilo Max-Müller, letra que se llama signo lingual védico, o sea una tau o te, con el otro símbolo del infinito o «del ocho» tendido y atravesado por el palo vertical de la tau dicha.
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-Así, pues-terminó Miranda-, dado que esta galería ascendente, forma el tronco de repetida tau (ya que en ella hemos encontrado el tesoro) y que el símbolo consiguiente del infinito, u ocho tendido, le demarcan el lago de Ca-Mayor y estotro lago subterráneo, es ya evidente que, metros, más arriba, debemos encontrar el palo transversal, representado por la misteriosa Biblioteca de Tara.
Aprovechemos, os ruego, por tanto, el sueño de nuestros dos amigos, aun no preparados lo bastante para estas cosas de Ocultismo, que les serían hoy quizá de más daño que provecho, y visitémosla en seguida.
Así lo hicimos, y tras una subida un poco fatigosa, por recta galería abierta a pico en la caliza, llegamos, bajo la línea misma de los peñascos del Tarambico, a una espaciosa antesala que servía de punto de intersección entre los dos palos vertical y horizontal de la toa roquera. Allí nos encontramos, de buenas a primeras, con dos sorpresas a cual más grata: una la de los argentados rayos de la Luna, vecina ya a su plenitud, y que se filtraban indescriptibles por grandes piezas de gruesos cristales de factura primitiva, pues podían curvarse para despedir la nieve al modo de aquellos famosos vidrios maleables y elásticos de la antigüedad, cuyo secreto se ha perdido.
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Rodeadas las cristaleras de peñascos inaccesibles, sólo desde aeroplanos podrían ser vistas. La otra sorpresa era la de una originalísima conducción de agua caliente que, brotaba no sé de dónde, al modo del manantial termal que hay en el Puente del Inca, en los Andes argentinos, y que, rodeado siempre de nieves, mantenía constantemente, sin embargo, una temperatura de quince a veinte grados centígrados en el interior del recinto.
-Ahora me explico-observó Pacheco-el cómo mi tío pudo pasar estudiando en este santuario los días más crudos del invierno, bajo una temperatura constante, muy superior a la de su despacho de Somiedo. ¡Esto parece ya cosa como del otro mundo!
-Ahora me explico-observó Pacheco-el cómo mi tío pudo pasar estudiando en este santuario los días más crudos del invierno, bajo una temperatura constante, muy superior a la de su despacho de Somiedo. ¡Esto parece ya cosa como del otro mundo!
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-Aquí tenéis, ¡oh fortuna increíble!, en este libro solitario, que vale solo por todos los otros, una copia de Las Estancias de Dzyan; la reliquia simbólica, poética y mágica que sirviese de base a La Doctrina Secreta de nuestra H. P. Blavatsky ... Aquí tenéis también, en lugar más inferior, pero excelso, al Siphrah Dzenioula; La Alada Serpiente Antigua, en copia hebreo-samaritana de judíos españoles iniciados, contrarios a su propia y degradada, religión oficial. Ved en esta reproducción el documento más antiguo, casi, referente a la Sabiduría Oculta. Ved reproducida en él la célebre lámina representando a la Esencia Divina emanando del Adán-el-Kadmon a manera de arco luminoso que, después de llegar a la Gloria superior, retrocede y vuelve a la tierra llevando en su vórtice tipo de Humanidad superior que, al caer en curva hacia el planeta, se vuelve negro como el abismo. Ved más allá versiones completas del Tripitaca buddhista del Shu-King chino; de todos los Vedas, Puranas y Brahmanes, del primitivo y después falseado Libro de los Números caldeo, del que es lamentable reducción el Pentateuco; de los sagrados libros zendos; de los millares de tratados que llevan el genérico nombre de Libros de de Hermes, alma de todos los himnos védicos, órficos, salios, bárdicos, arbales, etcetera, con sus arcaicas y archi-indescriptibles notaciones musicales. Ved también el primitivo Sepher- Yetzirah de Rabbi Ieshouhuas ben Chananea, libro atribuido en su origen al patriarca Abraham y obrador de milagros, al modo de todos aquellos otros, libro, asimismo, del que hiciese el suyo prodigioso nuestro Simeón Ben lochai libros todos, en fin; en los que no sé bien qué admirar más, si la riqueza y el número o la sapientísima selección, con la que ellos han sido escogidos entre lo más inmaculado de la doctrina primaveral aria, antes de mezclarse y corromperse con la llamada Cábala Occidental, de triste levadura atlante de la época de la caída, y con el semitismo fálico que después sobrevino.
-Estos libros de estotra sala, son ya todos españoles-dije lleno de asombro y alegría.
-Sí-añadió Pacheco-, o yo me engaño o aquí tenemos algo muy extraordinario.
-Estos libros de estotra sala, son ya todos españoles-dije lleno de asombro y alegría.
-Sí-añadió Pacheco-, o yo me engaño o aquí tenemos algo muy extraordinario.
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El geógrafo El Edrisi, el supremo lbu Nasarra, precursor de aquellos Tofail, Bengabirol, Avi-Cebrón y Aben¬pace, quienes en la Atenas cordobesa parecían reencarnaciones de los Amonios-Sacas, los Platinos y los jámblicos, gnósticos, en unión de los alquimistas poetas Abul Rassern, Abenzoar y Abuscasim y Oeber, cuyo tratado de matemáticas es superior y anterior al de Vieta en el que se dice naciese el Algebra. Veo asimismo las obras originales de Lulio; los enreveresados textos de Arnaldo de Villanueva, y hasta la biblioteca entera de Enrique de Aragón, marqués de Villena, biblioteca que se dijo falsamente había Sido quemada por herética.
Veo, en fin, la Clave de la Sabiduría del Rey-sabio: la Música química, de Nicolás de Flamel y de Carrillo de Al noz¡ las obras cabalIerescas de Clemencia Isaura, fundadora de los Juegos Florales y del gentil Ausías March¡ quien no cayó, como otros, en esa peligrosa teoría de las almas gemelas, que acarreasen, sobre los tan simpáticos como tan equivocados trovadores, la catástrofe albigense y, en fin, los estatutos de la Orden de la Banda, sus juicios sobre los naipes y el desdoblamiento astral de Don Juan de Mañara, base de El Estudiante de Salamanca esproncediano, libros todos que son copia fiel, cuando no los originales mismos, de cuantos fanáticamente quemase Cisneros amén de más de quinientos legajos con las primeras obras de sapientísimos frailes, quienes como Sahagún, el Padre Durán, etcétera, llegase a iniciarse en los perdidos secretos de mayas, nahoas, aztecas y méxicas¡ destacándose curiosamente las obras alquímicas de Pedro Alonso Barba, que cayesen en manos del químico Carracido, sin que este sabio sacara de ellas el partido iniciático que luego sacase nuestro alquimista de Cudillero.
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-Esta es la atalaya, morada de las míticas atalayas astures, las mudas testigos de todas nuestras glorias pretéritas, que se han sepultado en la noche de la Historia, y cuyo recuerdo, a no ser por ellas, habría sido raído para siempre de sobre la faz de la Tierra. Ellas conservan, en efecto enterradas como veis en sitios, para las gentes vulgares, inaccesibles, las pruebas más elocuentes de las civilizaciones que fueron; los restos de mil. Imperios gloriosos que consumidos fuesen «cual verduras de las eras-.
Ellas son, en fin, esas lucecitas cárdenas que los mortales han creído ver más de una vez desde abajo, llenándoles de terrores apocalípticos porque ellas, las atalayas, no son, en suma, sino hombres y genios de mil procedencias evolutivas, tipo Don Félix de Belda, que muriesen ya para la pasión y renaciesen para la sola contemplación de La Luz Astral y sus misterios, memoria fiel de la Naturaleza y archivo eterno de todo cuanto ha sido.
Eran ya cerca de las dos de la madrugada, y pudimos consagrar poco tiempo, por tanto, a la inspección de los demás recintos del brazo derecho de la tau que se dirigía hacia el otro lado. Aquello no era, en verdad, cosa de unas horas, sino de largos días, aunque sólo fuese para poder leer los rótulos de libros y de legajos en clara letra española escritos, según Pacheco, de la propia mano del bibliotecario, su tío. Estábamos ya, en verdad, medio ebrios de lecturas cuanto de emociones.
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Pronto, con luz ya del alba, alcanzamos el boquete minero de salida sobre el pueblo del Valle del Ajo que días antes nos llamara tanto la atención, merced a los relatos que Pacheco nos hiciese acerca de las inexplicables escapadas y ausencias de su tío, escapadas que ya no cabía duda eran hacia la Biblioteca de Tara, cuanto por las leyendas de la fiera corrupia por Pachón referidas. .
De repente, la luz de mi lámpara brilló como sobre dos grandes estrellas metálicas.
-¡Una bicicleta!-exclamé asombrado.
-¡Y unas, bien singulares, madreñas!-añadió Miranda, que se había separado hacía el risco inmediato de fuera ya de la cueva-o Y en verdad que estos ocultistas emplean a veces para despistar al vulgo, ignaro e, intempestivo siempre, expedientes tan jocosos como peregrinos. ¡He aquí las dos auténticas patas de la fiera corrupta!-terminó, mostrándonos al par dos enormes madreñas cuyas plantas estaban talladas en forma de garras de fiera.
Ante semejante artefacto, los tres soltamos la más franca de las carcajadas.
-Sin duda que mi tío calzaba estas madreñas al entrar en la cueva, y luego, para mayor comodidad, tomaba veloz carrera con la bicicleta hasta penetrar por esta parte en las salas de la Biblioteca-exclamó Pacheco, satisfecho como el que resuelve al fin un arduo problema.
, . .
-Bicicleta que le va a servir a este nuestro amigo cronista, que es ciclista consumado, para retroceder hasta nuestro punto de partida y tranquilizar, si es que han despertado, a Narcés y a Clodomiro, mientras nosotros apuramos la exploración saliendo por la boca del Tarambico.
Nada más grato para mi capricho infantil que el encender el farolillo de la bicicleta y, cual nuevo Don félix de Belda, escapar, a todo pedal, galería adelante. ¿Quién, sino aquel gran hombre y yo, podría, en efecto, gloriarse de haber corrido en bicicleta por los misteriosísimos senos de la Bovia de Somiedo? ¡Sólo un hombre que se hubiese visto, como yo, tres veces ya bajo el Misterio de sucesivos eclipses!
No hay que añadir que en un momento estuve en la sala central, donde dejé mi máquina, y bajando por el crucero perpendicular de la admirable tau del Vicus- Tara, llegué al lado de nuestros dos amigos Narcés y Clodomiro, quienes roncaban todavía como si no estuviesen en la antesala misma del más rico y misterioso palacio de todas las Asturias ...
Lago del Valle de Somiedo
Estoy leyendo el libro de Roso de Luna que aquí se menciona. Texto extenso (poseo la edición de Editorial Eyras, de 1980, con 504 pp.), pero de una belleza única. Aunque no entiendo porque adhirió a la teosofía de M.B., pues Roso de Luna es mucho más interesante, me alegra esta referencia a un autor que entrega ideas esotéricas fundamentales en una prosa notable, culta, pulida, a la vez que desarrolla una historia que nos sumerge en la mitología española, atlante y de otras tradiciones. Memorable.
ResponderEliminarHola amigo:
ResponderEliminarTe diré, soy una enamorada de Roso de Luna, estudioso brillante, y representante de una época ya olvidada, fenecida por el tiempo.
Ciertamente su afiliación teosófica le costó un poco el prestigio, pero para mí no le quita ningún mérito esta pertenencia, al contrario, creo que el movimiento teosófico se enriqueció mucho con él.
En casa poseo la biografía que escribiera sobre Blavatski, donde Roso deja al descubierto su inmensa erudicción en la materia, obra, que recomiendo de lectura obligatorio.
Tengo profunda admiración por su trabajo, que hoy día se encuentra poco difundido.
Nadie que entre de lleno al mundo esotérico lo puede soslayar, autor fuera de serie.
Un abrazo
Debbie