11 de agosto de 2008

Los Actuales Místicos Lemures de California

Los Actuales Místicos Lemures de California
Débora Goldstern

Continuando con nuestros relatos subterráneos de Shasta, hoy es el turno de citar uno de los libros clásicos del tema: “Lemuria, el continente perdido del Pacífico: la gente misteriosa del Monte Shasta” (1959) de Wishar S. Cervé, integrante de la agrupación rosacruz norteamericana, Gran Logia Suprema de Amorc, a quién se le encargó la tarea de hacer público algunos documento sobre Lemuria, continente desaparecido que una vez se extendió en el Océano Pacífico.

Cervé tardó diez años en compilar todos los datos que luego fueron la base de su obra, considerado un libro de culto sobre el tema.

Este pasaje que citamos a continuación, corresponde al Capítulo XII “Los Actuales Místicos Lemures de California”. Hay muchas pistas en este escrito, que conecta con otros post subterráneos que integran nuestro menú y que luego invitamos a revisar. El lector observador sabrá leer entre líneas y estará atento a las señales.

“El actual lago Klamath ocupa tan solo una corta porción de superficie en el ángulo nordeste de Siskiyou, mientras que en otro tiempo ocupaba todo este condado y parte del contiguo. En este lago se proyecta hoy una pequeña península, que es el residuo de una gran montaña donde estuvo ubicada una de las colonias de los lemurianos supervivientes.

En las rocas de esta península se ven grabados unos signos de escritura criptográfica o jeroglífica, que la ciencia moderna no ha sido capaz de interpretar. Hay millares de estos caracteres criptográficos, de los que reproduce el grabado alguna de las principales muestras.

Quienes intentaron descifrar estos caracteres, se dieron cuenta que revelan una escritura uniforme, pero no lograron descubrir el alfabeto o clave capaz de interpretar lo allí escrito para que las futuras generaciones conocieran la índole de las colonia ubicada en las orillas del lago, y lo concerniente a la catástrofe que allí los llevó y las luchas que hubieron de sostener en defensa de su vida.

Por mi parte encontré cierta analogía con algunos otros también lemurianos, en que aparece la cruz según veremos más adelante.

Conviene advertir que, desde muy antiguo, ciertas partes del país del lago Klamath y de su cuenca tienen nombres extraños y hace un siglo se creían que eran nombres dados por los indios en su idioma; pero un más detenido estudio de tales nombres ha demostrado que ya existían mucho antes de que los indios pudieran haberse establecidos en aquel país y que no son nombres indios.

Los arqueólogos convienen que la mayoría de los caracteres criptográficos aparecen grabados en rocas que en diferentes períodos estuvieron sumergidas en el agua o emergidas de la superficie, es decir, debajo del agua, según el período y que por lo tanto datan de hace muchos siglos, de suerte que sucesivas generaciones futuras fueron aumentando dichos escritos con objeto que la historia de su pueblo alcanzara a una época relativamente moderna.

Otras circunstancias muy significativas es que en algunos puntos de estas escrituras aparece el roble sagrado de la antigua fraternidad mística de los druidas, y en otros puntos se ve la lámpara sagrada de la misma fraternidad.

Se sabe que eventualmente tuvieron los druidas el centro de su actividad en las Islas Británicas, y en el norte de las Galias al principio de la era cristiana. A parte de esta prueba de relación entre las Galias y la colonia lemuriana de Klamath, tenemos la positiva que los autores de esos extraños caracteres contribuyeron a la formación del sánscrito y del latín y por lo tanto, pertenecieron a las cultas y civilizadas razas que derramaron la cultura literaria por varias partes del mundo. Ejemplo de ello nos da la circunstancia que los indios modocos, establecidos posteriormente en el valle del lago, lo llamaron “Valle del Conocimiento”, porque encontraron señales evidentes de que aquel lugar había sido el centro de instrucción de antiguas tribus.


Los indios norteamericanos llamaron a este Valle del Conocimiento el “Walla-Was-Skeeny”, que significa también “Valle del Conocimiento”; pero las palabras de aquella denominación no correspondían con la de su dialecto, sino que habían heredado dicho nombre de los descendientes de las primitivas tribus que allí vivían cuando llegaron los indios y que la palabra “Walla-Was Skeeny”, era un intento de pronunciar la palabra latina Vallis Sentía. Así mismo se descubrió que los indios modocos habían heredado la palabra “wocus”, para el nombre del lirio, que en latín es lotus.

Estos mismos indios llamaron moinia a las ruinas de un recinto amurallado que los lemurianos habían construído en la cumbre de una montaña al norte de Olene, en el condado de Klamath, y en latín es munitio toda obra de fortificación, reparo y defensa. A las colinas las llamaban collil, que en latín son collis. Por otra parte aparecen en la toponimia algunos indicios del léxico griego, pues a una montaña la llamaban Mu-Pi, en cuyas dos sílabas se reconoce dos letras del alfabeto griego.

Valga decir de paso, que cuando los primeros exploradores de esa parte de California descubrieron a los indios modocos y observaron los caracteres criptográficos de las rocas, los indios dijeron que nada tenían que ver con el origen de dichos caracteres ni sabían interpretarlos. Además, los filólogos que estudiaban el lenguaje hablado y escrito de los indios afirmaron que los caracteres del lago Klamath eran totalmente distintos de los de la escritura de cualquier indio norteamericana.

Se ha dicho que hace muchos años, la comarca contigua a estas extrañas escrituras quedaban nocturnamente iluminada por luces blancas, sin que nadie pudiese indagar la causa de semejantes luces, pues en aquel entonces no se conocía la luz eléctrica en aquel distrito ni había señales de fogatas en parte alguna.

Este elemento de las luces extraña interviene a menudo en los misterios de California. En algunas partes del país y en ciertas noches de cada mes aparecen iluminados los picos de las montañas o se ve entre los árboles de los grandes bosques una extraña luz blanca muy parecida a la del magnesio que usan los fotógrafos, pero que subsiste durante algunas horas, sin que modo alguno hayan podido averiguar su causa los investigadores.

Así por ejemplo, en el año 1930, reapareció en las laderas del oriente de San José, a unos tres kilómetros de la Misión, una luz blanca que ya había aparecido hace cincuenta años y se difundía por el espacio de muchos metros por el Valle de Santa Clara, como si tuviera un foco en medio de un espeso bosque y que sobrepusiera a los árboles. Se veía claramente desde la Bahía de San Francisco.

Al principio creyeron algunos que aquella era una señal convenida que hacían los clandestinos fabricantes de licores, para avisar algunos barquichuelos de la bahía; pero las indagaciones hechas durante el día no descubrieron ni rastro de casa, choza ni cueva de nada que indicase fuego. Finalmente se encargó a varios agrimensores que trazaron el paso al exacto punto en que por la noche se veía la luz y resultó ser un denso grupo de árboles en la falda de la montaña, sin vivienda alguna por aquel paraje ni señal de hojas quemadas en el suelo. El alumbrado eléctrico no se conoce en aquel distrito montaneros y uno de los inescrutados misterios que preocupan a muchos pensadores es cómo puede producirse una luz que dura largo rato sin dejar señal ni rastro de su aparición.

Por otra parte, en prueba de que estas luces pueden relacionarse con alguno de los misterios de Lemuria y sus habitantes, tenemos las fascinadoras leyendas del Monte Shasta, ubicado en la extremidad de la sierra septentrional de Sierra Nevada, en el condado de Siskiyou, a pocos kilómetros del Lago Klamath. Dicho monte es el cráter de un volcán apagado, con 4.312 metros de altitud. Los geólogos infieren de las profundamente estriadas laderas de esta montaña, que en un tiempo era mucho mayor su altitud; pero que se ha hundido el terreno en que se asienta y la acción corrosiva de los hielos la fue desgastando.

Hay cerca de allí otra montaña de 2.772 metros del altitud que da pruebas de ser el resto de su primitiva ingencia. El cráter de Shasta todavía es susceptible de reavivarse, pues inmediatamente del bajo del tope hay un respiradero sulfuroso y otros dos en la estribación septentrional, que echan humo e irradian calor, con riesgo que un día sobrevenga una no muy violenta erupción del volcán.

Pero hubo un tiempo en que era la montaña de Shasta la más alta de California. Ofrece una hermosa vista con sus cimas cubiertas de nieve la mayor parte del año y se ve desde muy lejanas distancias. Las corrientes fluviales de la comarca son de excelente calidad y fertilizan el suelo, remontándose su antigüedad a la de las demás partes de California. A oriente del volcán, está el famoso bosque de Shasta, cuyo centro dista algo menos de cincuenta kilómetros del pie del volcán y la tierra de entre éste y el bosque es baja y la surcan suaves arroyos. Aunque poco conocida esta comarca, la recuerdan millares de personas que la han contemplado desde ventajosas posiciones.

Durante siglos los habitantes del norte de California y los turistas, exploradores, funcionarios públicos, científicos, escritores, novelistas, artistas y curiosos, enfocaron su atención en los extraños sucesos de esta comarca. Hace muchos años era muy frecuente escuchar en el norte de California relatos acerca de apariciones de personas que salían de los bosques y retrocedían para esconderse cuando alguien los veía. De cuando en cuando, uno de aquellos extraños personajes, raramente vestidos, se acercaba a una aldea y cambiaba pepitas y polvo de oro por algunas modernas mercancías.

Estas extrañas gentes no solamente lo eran por su traje, completamente distinto de lo usual entre los indios norteamericanos y especialmente de California, sino por el color de su rostro, facciones, talla, agilidad y gracia, con aspectos de ser muy viejos y sin embargo, sumamente viriles. Tenían traza de extranjeros, pero con cabeza más voluminosa, más ancha frente y un tocado que tenía un especial adorno que les caía por el centro de la frente hasta el caballete de la nariz, con lo que ocultaban parte de la frente a las miradas de los que hubieran querido examinarla.

En pasado tiempo se veían en el centro de los bosques, grandes fogatas cuyo resplandor disipaba la oscuridad de entre los árboles. Entre la fogata del observador se veía de cuando en cuando, pasar la silueta de extrañas figuras iluminadas por el resplandor de la hoguera.

Otras veces, cuando el viento era favorable, se escuchaban mágicas canciones acompañadas de fantástica música cuyos sones vibraban en dirección de una cercana aldea.

Todos los intentos de los investigadores que vinieron a este distrito para observar lo que sucedía, dieron por resultado los mismos fenómenos, que también presenciaron muchas personas que previamente no habían oído hablar de ellos, y esta circunstancia comprueba señaladamente la veracidad de los relatos.

Al investigadores se les tenía por intrusos, pues cuando uno de ellos llegaba cerca del foco de la luz y de los sones, se le aparecía un sujeto de extraña facha y gigantesco corpacho que se lo cargaba a hombros y lo ponía fuera del distrito, o bien se sentía el investigador invadido por una fuerza extraña que le impulsaba a escapar más que de prisa o esta misma fuerza lo clavaba en su sitio sin permitirle pasar delante ni moverse en otra dirección que la del retroceso para irse por donde había venido.

Así continuaron durante muchos años los relatos de estos extraños fenómenos, hasta que el famoso científico, el profesor Edgard Lucin Larkin, director del observatorio astronómico de Mont Lowe, en el sur de California, descubrió unos cuantos misterios relacionados con este misterio de la California septentrional.

Mientras experimentaba probando las nuevas características de un en telescopio de largo alcance, lo dirigió hacia el Norte y después al Sur de su situación, a lo largo de las cimas de la cordillera en que hacía muchos años estaba ubicado el observatorio, con el objeto de calcular el tiempo diurno que había de servirle para el trazado de una nueva escala de distancias. Aseguró Larkin que jamás había oído hablar de los misteriosos fenómenos que ocurrían al decir de las gentes en el distrito de Shasta, y probablemente no hiciera gran caso de ello si lo oyera. Asestó el telecopio a la cumbre del Shasta, con el propósito de comparar estas cifras con las obtenidas en su nueva escala de distancias, movió el telescopio de modo que en el campo de visión queda incluída la parte inferior de la falda oriental del Shasta, creyendo solo vería las copas de los árboles del fondo, cuando le sorprendió el espectáculo de una luciente superficie curva completamente desconocida hasta entonces.

Como quiera que el sol hería aquel reluciente objeto ubicado entre los árboles, semejaba aquella vista la de la dorada cúpula de un templo oriental. A intervalos de unos veinte minutos iba Larkin anotando sus observaciones y según fue el sol adelantando en su aparente carrera, acabó por descubrir que la columbrada superficie eran dos cúpulas que sobresalían de la copa de los árboles cercanos al Shasta y que a muchos metros de distancia se veía parte de una tercera cúpula. Moviendo de nuevo el telescopio descubrió entre los árboles, el ángulo de otro edificio al parecer de mármol.

Como quiera que Larkin estaba seguro que no había tales construcciones en el norte de California y mucho menos en el distrito de Shasta, mantuvo fijo el telescopio en la última posición para observar qué aspecto tomaban aquellas cosas durante la puesta del sol y por la noche y mucho fue su asombro al observar una vez cerrada la noche, que alrededor de las cúpulas brillaban varias luces, al parecer blancas, que las iluminaban en parte y las hacían visibles, aunque no era noche de luna.

Anotó escrupulosamente Larkin sus observaciones y esperó la salida del sol para proseguirlas, descubriendo por nueva variación del telescopio, una columna de humo que se levantaba entre los árboles y parte de otro edificio.

Después de una semana de estudiar el asunto, decidió llevar más adelante las investigaciones y a su ejemplo otros científicos decidieron explorar el distrito hasta donde les fuese posible y compilaron los informes recibidos de las gentes del país, de los que se vino en conocimiento que hubo tiempo en que un anciano personaje había aparecido en el distrito, marchándose a pie a la ciudad de San Francisco, donde lo recibió una comisión de ciudadanos opulentos, que lo acompañaron a la Casa de la Ciudad, donde se celebró una ceremonia secreta.

Quienes vieron al anciano personaje acompañado de tal suerte, dijeron que en la vida habían visto tanta nobleza y a la par humildad y majestuosa prestancia. Nunca se supo quién era ni a que fue a San Francisco y aún la misma fecha de esta visita no se quiere revelar a los investigadores; pero el relato es de real conocimiento y concuerda con otros relatos de análogas visitas por partes de extraños personajes al distrito. A varios vecinos que tenían su vivienda al pie del Shasta, se les vio inesperadamente en medio de la carretera, vestidos de blanco, con sandalias, larga cabellera rizada, de alta estatura y majestuoso aspecto, pero que se retraían de la pública atención, pues apenas intentaba retratarlos un fotógrafo o si alguien se acercaba para hablarles, desaparecían repentinamente, diciendo uno que se habían ocultado en los bosques lindantes con la carretera, mientras que otros aseguraban que habían desaparecido en la sombra.

Quiénes de estas extrañas gentes han ido a perpetrarse en las aldeas aledañas, especialmente en Leed, hablaban un inglés correcto, con ligero acento británico y nunca quisieron decir nada acerca de ellos. Siempre pagaron las mercancías que compraban en pepitas de oro de valor mucho más subido que de el género comprado, sin que aceptaran compensación, pues decían que para ellos no tenía el oro ningún valor ni necesitaban para nada el dinero.


Quiénes han observado de lejos las ceremonias de estas extrañas gentes alrededor del fuego a medianoche, aseguran haber contado de cuatrocientas a quinientas siluetas en sólo un lado del fuego, cuyo origen y naturaleza se desconocen, pues desde luego no son fogatas de leñas o de malezas ni lámparas de aceites ni gasolinas, porque la luz es blanca tirando a violada.

En cierto punto de la ceremonia de medianoche hieren las copas de los árboles, rayos de brillantes luz que iluminan el firmamento y tiñen el borde de alguna baja nube. También iluminan estos rayos la parte superior de los edificios y especialmente las cúpulas que parecen chapadas de oro. Cuando por estar iluminados los edificios se los puede observar más detenidamente, parecen como si fuesen entonces de mármol y ónice.

Al salir el sol se celebra entonces una ceremonia análoga, pero más curiosa, por las luces en las partes sombrías del bosque. La única clave de estas ceremonias es la reproducción escultórica en unas estelas semejantes a las de Egipto, ubicadas en los linderos del bosque.

En una de esas estelas se ven muchos jeroglíficos debajo de los cuales aparece cuidadosamente esculpida en inglés una inscripción que traducida dice:
“CEREMONIA DE ADORACIÓN A GAUTAMA”.

Indican los jeroglíficos que esta ceremonia se celebraba al salir el sol, al ocaso y a medianoche, y que la palabra “Gautama” significa el continente americano.

Es posible que estas ceremonias tuviesen carácter de acción de gracias, por haberse salvado sus descendientes de la catástrofe que hundió el continente lemuriano excepto la pare oriental donde lograron refugiarse.

Los relatos que atribuyen místicas facultades a estas gentes, se escuchan con incredulidad y desconfianza, aunque el lector puede interpretarlo como guste. Por ejemplo, se dice cuando en varias ocasiones estallaron incendios en los bosques de California, al acercarse las llamas al de Shasta, se levantó del suelo ocupado por aquellas gentes una densa niebla que rodeó como una muralla todo el territorio, sin que las llamas pudieran atravesarlas.

Algunos indígenas de aquel distrito se complacen en acompañar a los escépticos e incrédulos a que de vuelta por allí y vean el cinturón de árboles quemados que señalan el círculo en donde se detuvo el incendio. Dentro de este círculo abundan lo árboles milenarios de talla gigantesca, sin la menor huella del incendio que abrasó los árboles cercanos.

Dicen otros que intentaron penetrar en automóvil en aquel distrito y al llegar a cierto punto se les apareció una luz y el coche perdió la acción, como si los detuviera un circuito eléctrico, viéndose precisado los pasajeros a bajar del auto, empujarlo hacia atrás unos treinta metros y virar en redondo, para que el motor volviese a funcionar.

También se refiere que a veces salieron del bosque rebaños de reses completamente distintas de cuantas se conocen en América, pero antes de alejarse mucho por los vericuetos, quedaron los animales espantados por alguna señal invisible y de pronto dieron vuelta entera y retrocedieron al lugar de dónde habían salido.

Muchos otros testimonios hay de gente que aseguran haber visto surgir de los bosques una especie de barcos que volando por encima de las montañas de Californias fueron a bogar por las aguas del Pacífico.

Los marinos han visto barcos semejantes en alta mar, que se levantaban en los aires para aterrizar en alguna isla del Pacífico, y no falta quién los viera tan hacia el norte como en una de las islas Aleutianas.

Hace poco tiempo, unos deportistas que jugaban al golf en uno de los campos cercanos a Sierra Nevada, vieron en los aires un extraño barco que parecía de plata, y desapareció de su vista tras las cumbres de las montañas.


Acaso la más verosímil explicación de lo que se observa en este distrito es que allí subsisten centenares de lemurianos que con su trabajo satisfacen sus más imperiosas necesidades y se mantienen aislados, como se mantuvo el otro grupo de lemurianos que hace muchos años vivió en Santa Bárbara. Pero su poblado está sólo en parte en la falda del Shasta, pues atraviesa la montaña un túnel que da a un vasto recinto en el que se asienta una ciudad de extrañas viviendas, de las que salen el calor y el humo que parecen surgir el cráter del volcán. Esto no es cuento peregrino, pues hay datos demostrativos de la existencia en México de otros grupos de descendientes de Lemuria, que moran en el centro de un volcán apagado, retraídos de toda mundana observación”.


Mystic Mt. Shasta



Beyond Lemuria

4 comentarios:

  1. Los lemurianos ¿podrían ser un tipo de ser, como los atlántidas y mutoltecas, todos ellos, supervivientes de catástrofes de antiguas civilizaciones, que, estarían -digamos- detrás de los ovnis de ésta y otras épocas?...Traigo esto a colación, después de la idea de Luis Reinoso, de Rosario, Santa Fé, que me dijera sobre la coexistencia de una civilización junto a nosotros. Podrían estar bajo tierra, o incluso, en otras dimensiones. ¿Qué opinas Débora?. Un abrazo de oso desde Mendoza, de Oscar Ferreyra.

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  2. Hola Oscar:

    Comparto la visión de Luis Reinoso sobre esa posibilidad, y es una de las pistas que estudio en la actualidad, vinculándola también al espinoso asunto ufo.

    Por ahora son conjeturas, no existen evidencias, y tampoco me arriesgaría a la cuestión subterránea o dimensional, pero de existir sobrevivientes, en algún sitio deben estar ¿no?

    Es la gran pregunta, y de la cual aún no tengo una respuesta- Voy sí, acumulando datos, dios dirá.

    Un abrazo
    Débora

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  3. Gracias por contestar, Débora. Esta "raza" coexistente, puede haber alcanzado un gran nivel evolutivo, y -quizá- hayan remontado las estrellas. Yo te pregunto algo ahora: ¿Crees que el espacio sideral, interestelar, es mucho más que material?. Yo pienso que la astronomía estudia a éste desde el punto de vista material, mientras que la metafísica y la parapsicología, estudia al mismo desde la postura inmaterial, o mejor dicho psíquica. He pensado que -por ejemplo- cuando imaginamos, escribimos un poema, incluso soñamos, ingresamos a ese mundo "astronómico". Además, me parece que se empieza a acercar-para algunos- el acceso a ese "universo" psíquico. Por cierto, la mayoría de las personas, no accede totalmente a él Por eso me parece muy poco probable un gran contacto masivo con seres multidimensionales.Al menos antes de muchísimo tiempo. Un nuevo abrazo de oso de Oscar.

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