por Raymond Bernard
Hoy traemos a Crónica Subterránea, un texto de Raymond Bernard, figura ya conocida dentro de nuestro Blog. En esta oportunidad, este Maestro Rosacruz, da a conocer una serie de encuentros insólitos con sabios representantes del gobierno oculto, que dicen velar por los destinos de la Humanidad. El mensaje que recoge Bernard es de importancia, por el simbolismo que lo acompaña. Acompañemos al sabio, con Turquía como escenario del relato.
Capítulo 5
QUINTO ENCUENTRO
QUINTO ENCUENTRO
¡Estambul. La ciudad de las quinientas mezquitas, de las cuatrocientas cincuenta iglesias y de las cincuenta sinagogas. Antigua Bizancio cargada de recuerdos, antigua Constantinopla de misteriosa historia, punto de encuentro entre oriente y occidente!
Llegué a Estambul el 23 de diciembre de 1966 hacia las 19 horas y en cuanto tomo el taxi que me conduciría al hotel, quedo sorprendido por el temperamento de ese pueblo para quién todo es una razón de comercio, aún el dinero. El chofer me propone de inmediato un cambio más ventajoso, decía, que el cambio oficial, y era cierto; pero me enteré más tarde que se podía conseguir por otros medios,: ¡un cambio más ventajoso aún, superior a la tarifa legal de un 30% ! En pleno período de Ramadán todas las mezquitas de Estambul están iluminadas y ciertas citas del Corán brillan con todas sus luces durante la noche sobre algunos edificios iluminados. La tolerancia más absoluta reina en este país que Ataturk, por quien los turcos tienen un verdadero culto, ha regenerado. Ningún eclesiástico está autorizado a llevar el atuendo de su culto fuera de los lugares de veneración y esta ley se aplica tanto para los musulmanes como para los judíos o cristianos. Ataturk decretó la libertad de culto, pero con esta restricción: “En la mezquita, iglesia, templo o sinagoga todos tienen libertad de usar los ornamentos o vestimentas que deseen, así como rendir a Dios el culto a que pertenecen. Fuera, se vuelve a ser hombre”
En Estambul tuve el privilegio de tener un chofer excepcional y me recordaré siempre de Mehmet. Era un hombre de sesenta y ocho años, lejos de aparentarlos y con muy amplias espaldas. Sus ojos, detrás de gruesos lentes, brillaban de malicia e inteligencia. Hablaba el francés a la perfección, lo mismo que el inglés y en ese entonces estaba aprendiendo el español. Al día siguiente de mi llegada, después de ponerse a mi disposición, hizo una larga aspiración y con solemnidad me dijo: “Estambul se llamaba antes Bizancio . . . “ y tuve derecho al curso de historia más completo que hubiese podido esperar. Le debo a Mehmet explicaciones únicas sobré la vida, las costumbres y la psicología del pueblo turco. Este hombre, de alta moralidad, sabía igualmente alabar las virtudes de su pueblo, como lamentarse por sus imperfecciones, pero concluía con filosofía: “Hoy es mejor que ayer y mañana será mejor que hoy” Es con él que asistí en la mezquita Azul, al culto musulmán cuya simplicidad y fervor sorprenden al extranjero. Me encontraba a algunos pasos de un miembro del clero y ni él, ni ninguno de los fieles —los hombres mucho más numerosos que las mujeres ubicadas atrás en un lugar reservado para ellas— prestaron atención a mi presencia. Todos, jóvenes y menos jóvenes, participaban en la ceremonia.
El contacto conmigo se hizo en la catedral que ya no ofrecía servicios como tal, donde había tenido lugar el segundo concilio que Mehmet calificaba ya de “ecuménico”, y recuerdo su asombro cuando vio dos extranjeros aproximarse a mí. Los reconocí. En Lisboa eran los dos acompañantes de Maha. Por un mensaje recibido en mi hotel sabía que debía encontrar allí a estos dos mensajeros el 28 de diciembre a las 15 horas, pero no había dicho nada a Mehmet acerca de esta entrevista. De ahí que cuando le informé que me quedaría con dos personas que nunca había visto conmigo y habiéndole dicho anteriormente que me encontraba sólo en Estambul, no sé que pudo suponer, pero me miró asombrado y me dijo: “No he visto nada, ni he oído nada. No quiero saber nada”. Me repitió a menudo esta frase con posterioridad y ifue una de la última que pronunció cuando me acompañó el 3 de enero al aeropuerto!.
Después de dejar a Mehmet, tomo ubicación en el coche de los mensajeros y partimos. ¿Quiénes son estos mensajeros? Más tarde sabré que forman parte de los doce, pero entonces lo dudaba. Por una parte, tal como se me había. descrito, el Alto Consejo era conocido solamente por los miembros componentes y estos dos hombres habían acompañado a Maha a Lisboa para una reunión oficial especial. Por otra parte, irradiaban la misma “armonía” que había sentido con mis otros interlocutores; sentía en su presencia el mismo sentimiento de seguridad y confianza que me había penetrado con motivo del primer encuentro y este sentimiento era diferente en intensidad y naturaleza del experimentado en otras circunstancia. Sin embargo, después de mi encuentro con Maha, mi curiosidad era menor por todo lo que no fuera él.
El coche avanza ahora lentamente en medio del extraordinario desorden del centro de la ciudad. Ya lo mencioné cuando hablé de Atenas: la manera de conducir de aquí es peor y cada uno se conforma. Se grita y todos quedan satisfechos.
Salimos de la ciudad y seguimos el Bósforo. Llevamos más de una hora de viaje y conociendo mal esta región, soy incapaz de situar el camino que seguimos y aún menos deducir acerca de nuestro destino final. El lugar que atravesamos es desértico, ninguna casa y a lo lejos una tierra árida, fatigante por su monotonía. El coche gira hacia la derecha, toma un pequeño camino apenas transitable y luego de diez minutos se detiene. No comprendo nada y pienso enseguida que se trata de una avería. Pero no. Mis compañeros descienden y hago lo mismo. Sin embargo, nada a la vista: ningún edificio importante, ninguna casa, ninguna construcción aún modesta.
Me encuentro en un estado de extrema perplejidad y sin embargo no experimento ninguna inquietud.
Caminamos durante unos cinco minutos y de repente creo soñar: estamos ante una hondonada, casi un valle cuyo contraste con el paisaje que acabamos de atravesar, es impresionante. Allá nada, aquí árboles, un suelo fértil, en el fondo un río y muy cerca un inmenso edificio, ¡casi un castillo! Me cuesta trabajo admitir que estoy en el plano objetivo y totalmente despierto, pero mis compañeros prosiguen su marcha y los sigo sumergido en mis reflexiones, ante tal espectáculo. No hay camino alguno, más bien un sendero.
Al aproximarnos al edificio, se ve más ancho y la propiedad aparece admirablemente bien conservada. Es muy improbable que este “valle” (si se puede llama’- “valle” a lo que es más bien cierta extensión “diferente” perfectamente circunscrita) pueda ser “adivinado’ desde lejos y me pregunto cuántos estarán al corriente. Los pueblos de Oriente y del Medio Oriente son pródigos en palabras, pero secretos en lo que consideran fuera de lo natural. Ven en ello la intervención de seres invisibles, y se callan. No hay en esto nada de extraordinario. Conozco en Francia más de una “finca” ignorada.
Al aproximarnos al edificio, se ve más ancho y la propiedad aparece admirablemente bien conservada. Es muy improbable que este “valle” (si se puede llama’- “valle” a lo que es más bien cierta extensión “diferente” perfectamente circunscrita) pueda ser “adivinado’ desde lejos y me pregunto cuántos estarán al corriente. Los pueblos de Oriente y del Medio Oriente son pródigos en palabras, pero secretos en lo que consideran fuera de lo natural. Ven en ello la intervención de seres invisibles, y se callan. No hay en esto nada de extraordinario. Conozco en Francia más de una “finca” ignorada.
La residencia aparece colosal en tal contexto. Su estilo es raro y no parece de construcción reciente, aunque soberbiamente conservada y con una potente estructura. Nos dirigimos hacia una ancha escalera de peldaños abruptos y pronto nos encontramos ante una gran puerta de madera de doble hoja grabada al estilo oriental. Uno de mis acompañantes la abre y nos encontramos en un inmenso vestíbulo al fondo del cual se ve una escalera monumental. Se me conduce a una pequeña habitación a la derecha. y me piden que ahí espere. Esta habitación tiene una gran ventana y a través de la cual pueden verse los árboles que acabamos de pasar. En la pared, un símbolo que reconozco fácilmente: el sello de Ram, más conocido bajo el nombre de sello de Salomón. En la pared opuesta, un conjunto de trazos geométricos cuyo significado no entiendo.
Del lado de la puerta por la que entré, una cita del Corán en jeroglíficos finamente dibujados. En un pequeño mueble-biblioteca, obras en inglés, francés y otras lenguas. Observo una obra espléndidamente encuadernada de Al-Farabi; otras tienen por autor Michael Maier, Kunrath, Simon Studion
Algunas me son enteramente desconocidas, y a mi parecer son ediciones antiguas, raras y tal vez secretas. No me atrevo a extenderme demasiado en mi examen y además estoy a la espera de lo que va a suceder, como para prestar atención sostenida a esta pequeña biblioteca, no obstante interesante. Iba a alejarme, cuando un título retiene mi atención El libro no me parece desconocido y no me sorprende.. Se trata de “Historia desconocida de los hombres desde hace cien mil años”, de Robert Charroux, y otro libro de este autor de vanguardia: “El libro de los secretos traicionados”. Para que estos libros se encuentren aquí entre estas obras raras, es que se les concede un valor particular. Esto me parece importante y será necesario que mantenga mi corazón limpio. Iba a sentarme cuando se abre la puerta y Maha entra. Me siento transportado de alegría y paz, en ese mismo estado indefinible que ya había experimentado en su presencia. Le agradezco su confianza y le expreso mi gratitud. A través de mis palabras, siente el aturdimiento por todo lo que soy testigo, pero su sonrisa es un estímulo.
‘Hoy va a asistir a una reunión del Alto Consejo, dice. Es un favor muy raro que pocos han tenido. No intervendrá en todo, sino en una parte solamente. Comprenderá que es imposible que esté presente en el conjunto de las deliberaciones. Sin embargo, lo que vea y escuche será suficiente para que el resto de su vida quede compenetrado de un sentimiento de seguridad total en cuanto a la perfección de la evolución universal. Estoy seguro de que esos instantes serán de ayuda para lo que usted debe mantener y perpetuar. ¿Tiene alguna pregunta en especial que hacerme?. ..“
Estoy tan emocionado que no se que contestar. Preguntas, tendría mil, pero se precipitan en mi mente y me encuentro en una gran confusión. ¡Los libros de Robert Charroux! He aquí una pregunta que me intriga. Expongo a Maha que vi esos libros en la pequeña biblioteca y le pregunto el motivo. Me contesta enseguida.
“Nos interesamos por cierto en la producción literaria de todo el mundo; nos informa acerca del estado moral de esta época, confirma nuestras conclusiones, pero entre la masa de publicaciones de este tiempo, es hacia las obras “diferentes” que se dirige nuestra atención. El número de obras que tratan temas excepcionales es considerable, y raras son aquéllas que ofrecen un real interés. Muchas son divagaciones ocultas sobre algunos hechos fundamentales admitidos desde hace mucho, o sistemas extraños que pretenden ser un aporte para el esoterismo. No hay en ello nada válido. Pero algunos autores, extremadamente raros, buscan una solución para los problemas más grandes. Se niegan penetrar en los pantanos mortales del conformismo ó, al contrario, de lo incontrolable. Reúnen un conjunto de hechos; concentran su atención e interés en una dirección determinada y, naturalmente, circunstancias dispersas se unen entonces ante sus ojos. Sacan libremente sus conclusiones, establecen un lazo entre lo que parece distinto u opuesto y sugieren soluciones: Lo que los guía es ante todo el “por qué no?” y para este “por qué no?” hacen uso de sus observaciones e intuición, al mismo tiempo que de su razonamiento. Resultan obras válidas donde el problema está bien presentado y donde una respuesta es sugerida, y tal vez incluida. Entre los autores actuales, Robert Charroux se sitúa entre los mejores, en este terreno.
Por cierto debe soportar la condena de los pseudo sabios y de los pontífices conformistas que lo consideran, digamos • . . para ser correctos - . . con condescendencia, pero los acontecimientos se encargarán de hacerle justicia, y esto antes de lo que se piensa. Tiene su “estilo”, piensa en interesar, pero la necesidad de lo “sensacional” no hace que olvide el fin buscado. Es sincero y verdadero. Se debe favorecer a un autor semejante. Hace obra útil, ¡más aún de lo que él supone!”
Estoy contento por esta respuesta. Siempre aprecié la finalidad que persigue Robert Charroux y no pongo en duda las oposiciones e incomprensión que debió encontrar entre los defensores del pseudo materialismo y la ciencia clásica. Pero, ¿acaso no ocurre siempre ¿sí con los que tienen el valor de avanzar fuera de los caminos trillados en una búsqueda que, como el pasado lo ha demostrado, puede abrir las puertas de mañana? Maha me pide ahora seguirlo y estoy bastante emocionado por la aventura que me espera; ¿aventura?, ¡más bien acontecimiento! No subimos por la gran escalera, sino que pasamos por una puerta que se encuentra debajo de ésta -. una puerta sin característica particular y sin embargo, lo comprobar, abre hacia lo insólito, lo extraordinario, lo increíble y el sueño—; Una ancha escalera en espiral por la que descendemos, aún un vestíbulo y una magnífica puerta labrada: más allá el más extraordinario espectáculo que sea posible imaginar.
Por cierto debe soportar la condena de los pseudo sabios y de los pontífices conformistas que lo consideran, digamos • . . para ser correctos - . . con condescendencia, pero los acontecimientos se encargarán de hacerle justicia, y esto antes de lo que se piensa. Tiene su “estilo”, piensa en interesar, pero la necesidad de lo “sensacional” no hace que olvide el fin buscado. Es sincero y verdadero. Se debe favorecer a un autor semejante. Hace obra útil, ¡más aún de lo que él supone!”
Estoy contento por esta respuesta. Siempre aprecié la finalidad que persigue Robert Charroux y no pongo en duda las oposiciones e incomprensión que debió encontrar entre los defensores del pseudo materialismo y la ciencia clásica. Pero, ¿acaso no ocurre siempre ¿sí con los que tienen el valor de avanzar fuera de los caminos trillados en una búsqueda que, como el pasado lo ha demostrado, puede abrir las puertas de mañana? Maha me pide ahora seguirlo y estoy bastante emocionado por la aventura que me espera; ¿aventura?, ¡más bien acontecimiento! No subimos por la gran escalera, sino que pasamos por una puerta que se encuentra debajo de ésta -. una puerta sin característica particular y sin embargo, lo comprobar, abre hacia lo insólito, lo extraordinario, lo increíble y el sueño—; Una ancha escalera en espiral por la que descendemos, aún un vestíbulo y una magnífica puerta labrada: más allá el más extraordinario espectáculo que sea posible imaginar.
Una inmensa sala abovedada sin ninguna abertura y sin embargo tan iluminada como si fuera pleno día. En el centro una amplia mesa rectangular, maciza, grabada con magníficos símbolos que me gustaría poder observar de más cerca. En el fondo, delante de la mesa, un sillón monumental con brazos adornados con elegante finura. A cada lado de la mesa cinco sillones más pequeños, pero haciendo juego con el sillón magistral y enfrente de este último, un sillón igual a los otros diez. Bajamos tres peldaños para entrar a esta sala, desde el umbral la perspectiva era impresionante.
Alrededor, en las paredes, estanterías y sobre éstas, libros, libros y más libros. No sé con qué sala se podría comparar ésta —la sala de lectura de una antigua abadía, posiblemente— pero aquí existe otra cosa, se respira libremente. No hay esa impresión de encierro, de pesadez que se tiene a veces en las salas de esa naturaleza. ¡Y además, esta luz extraña, comparable con la del día! Es esto sobre todo lo que me llena de perplejidad. Maha parece leer otra vez en mi pensamiento, pues me conduce hacia uno de los ángulos de la habitación. Hay allí un pedestal de estilo similar al resto del mobiliario y sobre ese pedestal, se encuentra lo que parece ser una lámpara, de aspecto verdaderamente particular. De hecho, imagine una pirámide de veinte centímetros de altura, con la base proporcional a ésta y cada costado tallado en facetas de manera admirable, como si se tratara de un diamante. No hay ningún cordón, ni conexión con algo que pudiera sugerir una instalación eléctrica. Sin embargo, es de esta lámpara que viene el día. No deslumbra. No resulta molesto para los ojos al mirarla de cerca, como tampoco no es fatigoso encontrarse en la sala así iluminada.
Compruebo además que si me coloco delante de. la lámpara a un metro de distancia, esto no entorpece en absoluto la iluminación de la sala. Es entonces cuando me doy cuenta de que existen espejos de diferentes tamaños hábilmente dispuestos en diferentes puntos de la bóveda y de las estanterías. ¿Se trataría de la lámpara “eterna” a la que se refirieron ciertas tradiciones? Me atrevo a formular la pregunta a Maha que sonríe: “Tal vez, dice, pero en este caso se trata sobre todo de una forma moderna de iluminación que, en el futuro, será corriente en el mundo entero. El principio es sin embargo e/mismo que en otros tiempos y fuera de la forma de la lámpara, el origen es idéntico... La luz se da, digamos . . . por una especie de desintegración del átomo en el vacío pero a escala infinitesimal. Imagine una explosión atómica “normal” y suponga que en el momento en que se produce la claridad tan fulgurante como la del sol se consiga “perpetuarla” lo que se produce en ese momento bajo vacío. Se tendría como resultado la luz perpetua en el lugar de la explosión. Es un poco lo que sucede aquí, pero esta lámpara no es eterna. Este calificativo le fue dado porque dura varios años consecutivos sin ninguna interrupción, pero como todo, tiene un fin. Es tan fácil construir esta lámpara como una de sus bombillas eléctricas ¡Basta con saber!”
Por cierto, basta con saber, como lo declaró Maha con una sonrisa, y cuando el mundo lo sepa parecerá tan simple como la fabricación de un minúsculo transistor.. . pero no sabe aún. Hecho un vistazo rápido por las estanterías, para tener una idea de las obras guardadas aquí, pero Maha me detiene: “Esto no es más que una pequeña parte de los más antiguos manuscritos de nuestra tierra. Son el conocimiento de un mundo e idénticos manuscritos se encuentran en diversos puntos secretos de nuestro planeta de manera que si por Ventura este edificio y lo que contiene debiera ser destruido, nada se perdería. Hubieron ya grandes cataclismos y nunca se ha perdido algo. Estas encuadernaciones son recientes. Su contenido es la sabiduría de años pasados. La conservación está asegurada por los medios que el mundo “vuelve a descubrir” poco a poco. En todo caso, ninguno de los documentos reunidos por el Alto Consejo aquí o en otro sitio no ha sufrido, ni sufre las consecuencias por el paso del tiempo. Sin embargo, vea, no hay aparentemente ninguna protección y esto es comprensible, puesto que son los manuscritos mismos que han sido sometidos a una preparación que los pone al abrigo de cualquier deterioro por las condiciones ambientales y otras más.
¡Tenemos además otros “recuerdos” del pasado! ¿Por qué tales riquezas no son puestas a disposición de la humanidad en general? Ante todo porque sería contrario a los principios mismos que rigen a la evolución universal. Además todo aquello que es o debe ser conocido, lo ha sido ya, y si la evolución es de un nivel superior al precedente, el precedente estaba más avanzado que el presente. Pienso que me comprende. ¿Cómo serían luego utilizando tales conocimientos? ¡Daría usted una bomba atómica a un niño!” Al mismo tiempo que hablaba, Maha se dirigió hasta su sillón donde tomó ubicación y concluyó: “Después de todo, estos “recuerdos” volverán a la memoria deL mundo, pero bajo forma de descubrimientos “nuevos” que marcan las etapas de la Gran Evolución. Pero ya se aproxima el momento de la reunión (y designándome un asiento en el rincón derecho de la sala): “Sírvase sentarse ahí. Asistirá a las preliminares de nuestra reunión, luego uno de los nuestros lo acompañará al coche que lo llevará al hotel’.
Unos instantes más tarde los otros miembros del Alto Consejo entran. Me levanto. Reconozco a algunos de entre ellos: ante todo al oriental del primer encuentro, luego al “Señor Jans”, después a mi anfitrión de Atenas y por fin a los dos acompañantes de Maha, mis mensajeros de hoy. Los seis miembros del Alto Consejo que veo por primera vez parecen todos occidentales. Digo “parecen” pues en un ambiente vibratorio de esta naturaleza ¿Cómo estar “seguro” de algo desde el punto de vista de la emoción y aún de la realidad “actual”? Todos se parecen por lo que emana de ellos. Más exactamente, tienen por así decir, una “nota” parecida que establece entre ellos un lazo sorprendente de “parentesco”. Al avanzar hacia Maha una mirada hacia mí. Los que ya me conocen me sonríen; los demás Sostienen la mirada breves instantes. ¡Nada debe pasar desapercibido a tales seres y aún los más grandes se sentirían ante ellos como chiquillos! Al llegar ante Maha, cada uno de ellos se inclina y hace el signo que ahora conozco bien, y Maha a su vez, les toca ligeramente la mano con la suya.
Luego todos toman asiento y noto que mi interlocutor de Atenas se ubica a la derecha de Maha, lo que significa que él es el “secretario” del que me habían hablado, el “brazo derecho” de Maha. Una vez más me sorprende su extrema juventud; no es que alguno de los miembros del. Alto Consejo parezca viejo, sino que él, en comparación, parece muy joven. iQué alma extraordinaria debe poseer para ya encontrarse ahí! Un “alma vieja, muy vieja” bajó esta apariencia de juventud. Desde el lugar donde me encuentro veo muy bien solamente a aquéllos que están enfrentándome y debo deducir sus gestos, por los gestos que hacen los demás. Todos en estos momentos tienen las manos con las palmas apoyadas sobre la mesa ante ellos. Ningún documento, ningún papel. El que Juego me acompañará, al contestar a una pregunta que le hice a este respecto, me dirá que el “secretario” hará enseguida después de la reunión, un informe que se guardará en los archivos del Alto Consejo en este mismo edificio y, agrega, hará constar palabra por palabra lo que fue dicho. No me sorprendió tal afirmación.
Todos en este momento, en la posición que ya describí tienen los ojos cerrados. Me pregunto si debo hacer in mismo, pero mi curiosidad es más fuerte. Mi mirada no podría dejar de contemplar esta augusta asamblea. Siento de una manera intensa la solemnidad de estos instantes y el privilegio incomprensible que recayó en mí. A unos pasos, tengo delante de mí a los seres sobre quienes en este mismo momento y a cada instante descansa la responsabilidad de un mundo y su evolución. Y Todos son seres sencillos, tal vez porque son todo. Su concentración se prolonga y de repente se eleva un sonido, indistinto primero, luego más fuerte al progresar, para morir suavemente. Es Maha que lo entona, y lo repite tres veces. Seria incapaz de definir este sonido. No se parece a ninguno de los que conozco. Es una extraña mezcla de vocales; ninguna consonante, es todo de lo que estoy en condiciones de captar.
En cuanto Maha termina su última entonación, los once restantes toman el final del sonido y hacen los mismo’ por tres veces. Me encuentro en un estado psíquico y mental indescriptible. Me parece que mí cuerpo ha tomado proporciones inmensas, que la sala se torna gigantesca y estoy ahí, espectador de mi mismo y de este extraordinario espectáculo que me rodea.
El mundo entero parece estar reunido en esta sala. Es una impresión increíble, inimaginable. Como un libro abierto, el mundo parece estar ahí delante de esta augusta asamblea, veo todo esto, participo y me siento un extraño. Es todo lo que puedo decir acerca de un estado que ninguna palabra humana podría describir, pero en esos instantes comprendí, sin poderlo expresar, como el Alto Consejo, el A... , realiza su obra. Lo que sucede alrededor de la mesa es aún más extraordinario. Ninguno de los miembros del Alto Consejo pronuncia palabra alguna y sin embargo todos se comunican entre sí, como si se entendiesen normalmente. No puedo participar en este intercambio. Lo “veo”, sin comprenderlo. Para hacer uso de una imagen, la impresión es la misma que se capta cuando en una sala se ve a la gente en medio de una conversación ininterrumpida, sin oír lo que dicen. La sala está como “cargada” de azul. Nada es cuestión de tiempo, espacio o “separación”. Todo vibra todo “se comunica” y me siento “integrado” a ese todo.
La “ruptura” de este estado no es brusca. Es progresiva, lenta, diría: suave. Se vuelve a ser “como antes” en todos los sentidos, hombre en una palabra, con la sorpresa de un cuerpo y las limitaciones que implica física y emocional mente.
Los miembros del Alto Consejo también han vuelto a ser “ellos mismos” y todos dirigieron su mirada hacia mí. Siento su afecto, un afecto que sin duda tienen por todos los hombres a través del que tienen delante de ellos. Me levanto y lleno de gratitud, me inclino profundamente ante estos seres que ahora son para mi sublimes. Luego me dirijo hacia el sitio de Maha, tomo su mano y la beso con devoción. Como la primera vez que nos vimos coloca la otra mano sobre mi cabeza y siento el extraordinario influjo de esta bendición invadir todo mi ser. Luego Maha se levanta y enseguida todos hacen lo mismo.
“Ahora debe irse, dice Maha, pues las conclusiones que debemos sacar de nuestro “análisis” no pueden ser escuchadas por usted, ni por nadie fuera del A... Además, no podría comprender el lenguaje que se emplea en esta circunstancia; se remonta lejos en el pasado, pero es para nosotros la lengua sagrada y lo será hasta el fin de los tiempos. Pero solamente el Alto Consejo puede escucharla. No olvide nunca la manera por la que debe aceptar. Que estas reglas sean para usted la guía profunda de su acción, como de su comportamiento. Puede revelar una parte de lo que le fue concedido ver y escuchar, pero espere la señal; vendrá mucho antes de lo que supone, pero al principio reserve esto al pequeño núcleo, pues éste tendrá ya dificultades para entenderlo. Importa poco el resultado. La verdad sabrá llamar al corazón de quien la espera. Obre para el bien y no se preocupe por las consecuencias. Estas nos conciernen y aquel que está listo recogerá nuestro mensaje de esperanza y de fe”.
Dejé esta augusta asamblea, triste por ver “tal vez” el fin de un suceso único, pero al mismo tiempo en un profundo estado de paz y serenidad. Acompañado por un miembro del Alto Consejo, camino en sentido contrario el sendero tomado para venir aquí, entro en el coche y al darme vuelta cuando éste arrancaba, saludé con un gesto rápido en el que ponía todo mi ser, a aquel que con la mano levantada, llevaba, con el pulgar doblado, tres dedos a su frente.
El chofer no dijo una sola palabra en el camino de regreso y yo no tenía deseos de hablar. Regresé a París el 3 de enero de 1967. La “señal” me llegó pronto en la noche del 19 al 20 de ese mismo mes. Comencé enseguida el relato de estos encuentros con lo insólito. Lo termino hoy, en la noche del 23 al 24 de enero.
La “ruptura” de este estado no es brusca. Es progresiva, lenta, diría: suave. Se vuelve a ser “como antes” en todos los sentidos, hombre en una palabra, con la sorpresa de un cuerpo y las limitaciones que implica física y emocional mente.
Los miembros del Alto Consejo también han vuelto a ser “ellos mismos” y todos dirigieron su mirada hacia mí. Siento su afecto, un afecto que sin duda tienen por todos los hombres a través del que tienen delante de ellos. Me levanto y lleno de gratitud, me inclino profundamente ante estos seres que ahora son para mi sublimes. Luego me dirijo hacia el sitio de Maha, tomo su mano y la beso con devoción. Como la primera vez que nos vimos coloca la otra mano sobre mi cabeza y siento el extraordinario influjo de esta bendición invadir todo mi ser. Luego Maha se levanta y enseguida todos hacen lo mismo.
“Ahora debe irse, dice Maha, pues las conclusiones que debemos sacar de nuestro “análisis” no pueden ser escuchadas por usted, ni por nadie fuera del A... Además, no podría comprender el lenguaje que se emplea en esta circunstancia; se remonta lejos en el pasado, pero es para nosotros la lengua sagrada y lo será hasta el fin de los tiempos. Pero solamente el Alto Consejo puede escucharla. No olvide nunca la manera por la que debe aceptar. Que estas reglas sean para usted la guía profunda de su acción, como de su comportamiento. Puede revelar una parte de lo que le fue concedido ver y escuchar, pero espere la señal; vendrá mucho antes de lo que supone, pero al principio reserve esto al pequeño núcleo, pues éste tendrá ya dificultades para entenderlo. Importa poco el resultado. La verdad sabrá llamar al corazón de quien la espera. Obre para el bien y no se preocupe por las consecuencias. Estas nos conciernen y aquel que está listo recogerá nuestro mensaje de esperanza y de fe”.
Dejé esta augusta asamblea, triste por ver “tal vez” el fin de un suceso único, pero al mismo tiempo en un profundo estado de paz y serenidad. Acompañado por un miembro del Alto Consejo, camino en sentido contrario el sendero tomado para venir aquí, entro en el coche y al darme vuelta cuando éste arrancaba, saludé con un gesto rápido en el que ponía todo mi ser, a aquel que con la mano levantada, llevaba, con el pulgar doblado, tres dedos a su frente.
El chofer no dijo una sola palabra en el camino de regreso y yo no tenía deseos de hablar. Regresé a París el 3 de enero de 1967. La “señal” me llegó pronto en la noche del 19 al 20 de ese mismo mes. Comencé enseguida el relato de estos encuentros con lo insólito. Lo termino hoy, en la noche del 23 al 24 de enero.
Lost Horizon (Frank Capra, 1937)
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