Los lectores del sitio conocen la admiración que desde Crónica Subterránea profesamos por el estudioso italiano Peter Kolosimo, del cual referimos algunos de sus escritos, en más de una oportunidad. Nuevamente tomamos una de esas historias fascinantes, que solo Kolosimo podía relatar, producto de sus innumerables viajes en busca de los enigmas planteados por civilizaciones desaparecidas, muchas de las cuales siguen siendo ignoradas hoy día en los libros de historia.
"Los Hsiung Nu no se distinguían precisamente por un alto nivel de civilización, pero, en muchos aspectos, los testimonios que nos han llegado indirectamente acerca de sus monumentos PUM dieran inducimos a pensar lo contrario: en suma, nos encontramos ante uno de tantos inexplicables contrastes propios de las antiguas culturas. Los Hsiung Nu habitaban una región del Tíbet septentrional, al sur de la grandiosa cordillera de Kun Lun[1], zona ahora desértica y en gran parte inexplorada. No eran de origen chino: créese que llegaron allí desde Persia o de Siria; los hallazgos efectuados nos conducen en efecto, a Ugarit y, en particular, a las representaciones del dios Baal, el de largo yelmo cónico y cuerpo cubierto de plata.
Cuando, en 1725, el explorador francés padre Duparc descubrió las ruinas de la capital de los Hsiung Nu, aquel pueblo, exterminado por los chinos, pertenecía ya a la leyenda hacía siglos. El monje pudo admirar los restos de una construcción en el interior de la cual se alzaban más de mil monolitos que en su tiempo debían de estar revestidos de láminas de plata (alguna, olvidada por los saqueadores, era visible aún), una pirámide de tres plantas, la base de una torre de porcelana azul y el palacio real, cuyos tronos estaban rematados por imágenes del Sol y de la Luna. Duparc todavía pudo ver la «piedra lunar», un bloque de una blancura irreal, rodeado por bajo relieves que representaban animales y plantas desconocidos. En 1854, otro francés, Latour, exploró la zona, hallando algunas tumbas, armas, corazas, vajilla de cobre y collares de plata y de oro adornados con esvásticas y espirales. Las misiones científicas que, más adelante, acudieron allí, sólo pudieron ver alguna losa esculpida, pues, entretanto, la arena había sepultado los restos de la gran ciudad.
Fue en 1952 cuando una expedición soviética intentó poner a la luz una parte por lo menos de las ruinas. Los aventureros de la ciencia se sometieron a un largo y agobiador trabajo, sin poder contar con instrumentos adecuados, cuyo transporte a aquellas regiones resultaba imposible; desgraciadamente, sólo consiguieron arrancar al desierto la extremidad de un extraño monolito puntiagudo, con algunas inscripciones, que parece copia idéntica del de la ciudad muerta africana de Zimbabwe.
Por los monjes tibetanos, empero, los investigadores rusos se enteraron de la vida, muerte y milagros de los Hsiung Nu, Les fueron mostrados documentos en los cuales la pirámide de tres plantas era minuciosamente descrita. De abajo arriba, las plataformas representaban «la Tierra Antigua, cuando los hombres subieron a las estrellas; la Tierra Media, cuando los hombres vinieron de las estrellas, y la Tierra Nueva, el mundo de las estrellas lejanas». ¿Qué significan estas palabras sibilinas? ¿Acaso quieren decirnos que los hombres se fueron a quién sabe cuál planeta en un pasado inmemorial, que luego volvieron a su Tierra de origen y que, por último, ya no tuvieron modo de comunicar a través del espacio? Probablemente no lo sabremos nunca, pero los tibetanos piensan que así fue efectivamente; afirman que aquel pueblo buscó en la religión la prosecución de los viajes cósmicos, acunándose en la creencia de que las almas de los difuntos suben a! cielo para transformarse en astros.
Resulta muy interesante la descripción del interior del templo que coincide en varios puntos con la hecha por el padre Duparc. En un altar -revelan las viejas crónicas tibetanas- estaba colocada la «piedra traída de la Luna» (extraída», no «venida»: no se trataba, pues, de un meteorito), un fragmento de roca de color blanco lechoso, rodeado por magníficos dibujos que representaba la fauna de la «estrella de los dioses» y por monolitos en forma de delgados husos, revestidos de plata. ¿ Son animales y plantas de un planeta colonizado por cosmonautas prehistóricos, monumentos erigidos para simbolizar sus astronaves? Antes de un «cataclismo de fuegos, los Hsiung Nu habrían sido muy civilizados y cultivado diversas ciencias extraordinarias, las mismas que hoy aún están vivas entre los tibetanos: habrían estado en condiciones no sólo de «hablarse a distancias, sino cabalmente de comunicar con el pensamiento a través del espacio. Los individuos supervivientes de la catástrofe habrían caído en la barbarie, no conservando de la antigua grandeza más que el recuerdo deformado por la superstición.
Aquellos detalles impresionaron, en Rusia, a algunos investigadores que se dedicaban a la parapsicología; lo hacían a escondidas, pues Stalin había prohibido rigurosamente que se prestase atención a, «semejantes tonterías de origen mágico y religioso», Pero después de su muerte, el «deshielo» se extendió también a ese campo: los investigadores en cuestión fueron considerados al principio con cierto escepticismo, pero pronto lograron disipar la desconfianza de las altas esferas, haciendo resaltar que en la parapsicología no hay nada de mágico, que hasta los más extraños fenómenos podrán ser explicados, un día u otro a la luz de la ciencia, contribuyendo así al progreso.
El académico de la URSS Leónidas Vasiliev reveló, en un bestseller suyo, haber efectuado en tiempos de Stalin una serie de interesantes experimentos secretos en Leníngrado, descubriendo la existencia de óptimos sujetos capaces de recibir y transmitir telepáticamente, aun estando en celdas subterráneas revestidas con planchas de plomo. Otro insigne psicólogo, el profesor Kajinski, intervino con argumentos bastante positivos, y finalmente quedó constituido en Moscú un grupo investigador compuesto por psiquiatras, fisiólogos, neurólogos y físicos, dirigido por el joven doctor E. Naumov.
El propio Kruschev se interesó por el tema y se manifestó convencido de la necesidad de proseguir los estudios, que podrían demostrarse muy útiles incluso en el campo de la astronáutica: la telepatía permitía, en efecto, no sólo mantenerse en comunicación con los pilotos espaciales en caso de avería en los instrumentos, sino también establecer contacto con inteligencias extraterrestres. El asunto se ha tomado tan en serio, que en varias Universidades soviéticas se están experimentando drogas susceptibles de aumentar los poderes telepáticos, y en la moscovita se trabaja en la fabricación de aparatos capaces de reforzar la percepción extrasensorial; a la realización de esos «amplificadores psíquicos» se dedican científicos que ya tienen en su activo grandes logros, entre ellos el invento de la famosa «máquina del sueño», capaz de vencer el más obstinado insomnio, y de «hipnotizadores robot», los cuales permiten aprender y retener una serie de nociones que sería imposible asimilar con los sistemas normales. Así, cuando la parapsicología no fue ya, en Rusia, una ciencia prohibida, Vasiliev y sus colegas, al examinar una gran cantidad de materia! a! que antes no hubiesen podido tener acceso por pertenecer a sectores ajenos a su esfera profesional (la arqueología, por ejemplo), se fijaron en los relatos concernientes a los Hsiung Nu y a los tibetanos.
Los lamas de la gran altiplanicie eran ya muy conocidos por sus poderes extrasensoriales, pero la hipótesis de que alguno de ellos estuviera en condiciones de comunicar, como los antepasados de los Hsiung Nu, con otros mundos, era tan atrevida que se consideraba fantástica. Sin embargo, para los líderes de la nueva ciencia rusa nada es demasiado fantástico. Elocuentes son, al respecto, las directrices impartidas por el «zar de la astronomía», Leónidas Sedov, a sus colaboradores. «Profundizadlo todo, no descuidéis nada, ni siquiera lo que pueda pareceros abstruso. Para descartar, siempre hay tiempo.»
Los soviéticos llevan ya años siguiendo esas directrices en todos los campos. Así, parten expediciones hacia el Tibet para reunir mayor cantidad de nociones útiles; así, se dedican a los problemas del lung-gom, el conjunto de prácticas físicas y psíquicas que contribuyen a dar a los sujetos una resistencia enorme y una agilidad extraordinaria; así, indagan en el camino del tu-mo, el sistema que permite estimular el calor interno hasta poder permanecer, completamente desnudos, a cuatro o cinco mil metros de altitud; así, intentan penetrar los secretos de la telepatía y de la telequinesia.
En 1959, una misión rusa vaga de monasterio en monasterio (la aventura será referida después por un investigador escandinavo durante un congreso astronáutica celebrado en Moscú), buscando en el más enigmático país del mundo un camino hacia las estrellas que tan sólo la ciencia ficción puede concebir.
El viaje está erizado de dificultades: dos hombres de la expedición sufren graves heridas al precipitarse en profundas grietas; otros tres, extenuados, deben ser abandonados en hospitalarias aldeas. Pero, finalmente, la tenacidad de esos exploradores de lo imposible triunfa: en una lamasería no lejos del santuario de Galdan, los soviéticos logran sostener un coloquio con un anciano sabio, no sólo expertísimo astrónomo, sino cabalmente al corriente de los problemas astronáuticos. El lama admite que, en determinadas circunstancias, puede ponerse en contacto visivo con los habitantes de otro planeta, y los rusos le ruegan que les permita asistir a uno de esos experimentos. El anciano se niega, pero después, ante la insistencia de los visitantes, acaba por avenirse a ello, a condición de que sólo participen en la sesión dos de los huéspedes.
Los investigadores se ponen muy contentos, descansan unos cuantos días y después los dos escogidos son llamados a seguir una serie de ejercicios de concentración, acompañados de una especie de gimnasia yoga y de un régimen alimenticio especial. Finalmente, el experimento tiene lugar en la desguarnecida celda del lama: el monje coge de las manos a los compañeros y se concentra con ellos de una manera previamente establecida, mientras un curioso aparato emite a intervalos regulares sones musicales amortiguados, cuyo eco se trunca bruscamente. y la imagen proveniente de la profundidad del espacio cobra consistencia, primero nebulosa, luego cada vez más clara. Un ser extrañísimo parece contemplar a los tres hombres: sus formas recuerdan las humanas, pero el rostro es indefinible y los miembros están segmentados como los de los artrópodos. La criatura, en posición erecta, está inmóvil, y ante ella gira como una reproducción en miniatura del sistema solar: en torno a una gran bola centelleante ruedan Mercurio, Venus, la Tierra, Marte ...
Los soviéticos observan esas minúsculas esferas, las identifican, las cuentan. Y entonces tienen la gran sorpresa: los planetas no son nueve, ¡son diez! Además de Plutón, otro globo gira en torno al Sol. ¿De dónde viene la imagen? El monje afirma resueltamente que no puede contestar a esta pregunta ni a otras. Sólo sobre un punto se muestra un poco más locuaz: declara que más allá de Plutón existe efectivamente otra planeta (o un ex satélite de Neptuno salido de la propia órbita) y que no pasarán muchos años antes de que sea descubierto.
La expedición, aunque interesante, ha resultado, pues, infructuosa. Comentándola, uno de los investigadores que han tomado parte en la sesión, confiesa: «Ni yo ni mi compañero nunca sabremos si aquella figura apareció ante nosotros o en nuestra mente. Nunca sabremos s-i de verdad fue proyectada a través del espacio o simplemente "dibujada" por la voluntad del monje. Nosotros podemos describirla genéricamente, pero debemos reconocer que, en realidad, no tenía nada de terrestre ... Parece imposible que una fantasía humana haya podido concebir algo tan extraño»
Las divergencias ruso-chinas ponen fin a las expediciones soviéticas en el Tíbet; pero no por ello los científicos de la URSS renuncian a investigar sobre secretos tan apasionantes. Se dirigen a la India, y es de este país que se dice provienen los grandes maestros del yoga llamados a iniciar a los astronautas en el método que les permita soportar sin muchos inconvenientes los viajes orbitales".
Peter Kolosimo - La Rosa de los Vientos - Capítulo XXIII
ke chido eso de los extraterrestres
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