31 de agosto de 2009

La leyenda de los Hsiung Nu

La Leyenda de los Hsiung Nu




Los lectores del sitio conocen la admiración que desde Crónica Subterránea profesamos por el estudioso italiano Peter Kolosimo, del cual referimos algunos de sus escritos, en más de una oportunidad. Nuevamente tomamos una de esas historias fascinantes, que solo Kolosimo podía relatar, producto de sus innumerables viajes en busca de los enigmas planteados por civilizaciones desaparecidas, muchas de las cuales siguen siendo ignoradas hoy día en los libros de historia.

En Tierra sin Tiempo, expone uno de esos casos, sito en una de las regiones inaccesibles del globo, donde Rusia, China, Tíbet, y Mongolia se disputan el honor de aquellos vestigios legendarios.




"Los Hsiung Nu no se distinguían precisamente por un alto nivel de civilización, pero, en muchos aspectos, los testimonios que nos han llegado indirectamente acerca de sus monumentos PUM dieran inducimos a pensar lo contrario: en suma, nos encontramos ante uno de tantos inexplicables contrastes propios de las antiguas culturas. Los Hsiung Nu habitaban una región del Tíbet septentrional, al sur de la grandiosa cordillera de Kun Lun
[1], zona ahora desértica y en gran parte inexplorada. No eran de origen chino: créese que llegaron allí desde Persia o de Siria; los hallazgos efectuados nos conducen en efecto, a Ugarit y, en particular, a las representaciones del dios Baal, el de largo yelmo cónico y cuerpo cubierto de plata.

Cuando, en 1725, el explorador francés padre Duparc descubrió las ruinas de la capital de los Hsiung Nu, aquel pueblo, exterminado por los chinos, pertenecía ya a la leyenda hacía siglos. El monje pudo admirar los restos de una construcción en el interior de la cual se alzaban más de mil monolitos que en su tiempo debían de estar revestidos de láminas de plata (alguna, olvidada por los saqueadores, era visible aún), una pirámide de tres plantas, la base de una torre de porcelana azul y el palacio real, cuyos tronos estaban rematados por imágenes del Sol y de la Luna. Duparc todavía pudo ver la «piedra lunar», un bloque de una blancura irreal, rodeado por bajo relieves que representaban animales y plantas desconocidos. En 1854, otro francés, Latour, exploró la zona, hallando algunas tumbas, armas, corazas, vajilla de cobre y collares de plata y de oro adornados con esvásticas y espirales. Las misiones científicas que, más adelante, acudieron allí, sólo pudieron ver alguna losa esculpida, pues, entretanto, la arena había sepultado los restos de la gran ciudad.

Fue en 1952 cuando una expedición soviética intentó poner a la luz una parte por lo menos de las ruinas. Los aventureros de la ciencia se sometieron a un largo y agobiador trabajo, sin poder contar con instrumentos adecuados, cuyo transporte a aquellas regiones resultaba imposible; desgraciadamente, sólo consiguieron arrancar al desierto la extremidad de un extraño monolito puntiagudo, con algunas inscripciones, que parece copia idéntica del de la ciudad muerta africana de Zimbabwe.

Por los monjes tibetanos, empero, los investigadores rusos se enteraron de la vida, muerte y milagros de los Hsiung Nu, Les fueron mostrados documentos en los cuales la pirámide de tres plantas era minuciosamente descrita. De abajo arriba, las plataformas representaban «la Tierra Antigua, cuando los hombres subieron a las estrellas; la Tierra Media, cuando los hombres vinieron de las estrellas, y la Tierra Nueva, el mundo de las estrellas lejanas». ¿Qué significan estas palabras sibilinas? ¿Acaso quieren decirnos que los hombres se fueron a quién sabe cuál planeta en un pasado inmemorial, que luego volvieron a su Tierra de origen y que, por último, ya no tuvieron modo de comunicar a través del espacio? Probablemente no lo sabremos nunca, pero los tibetanos piensan que así fue efectivamente; afirman que aquel pueblo buscó en la religión la prosecución de los viajes cósmicos, acunándose en la creencia de que las almas de los difuntos suben a! cielo para transformarse en astros.

Resulta muy interesante la descripción del interior del templo que coincide en varios puntos con la hecha por el padre Duparc. En un altar -revelan las viejas crónicas tibetanas- estaba colocada la «piedra traída de la Luna» (extraída», no «venida»: no se trataba, pues, de un meteorito), un fragmento de roca de color blanco lechoso, rodeado por magníficos dibujos que representaba la fauna de la «estrella de los dioses» y por monolitos en forma de delgados husos, revestidos de plata. ¿ Son animales y plantas de un planeta colonizado por cosmonautas prehistóricos, monumentos erigidos para simbolizar sus astronaves? Antes de un «cataclismo de fuegos, los Hsiung Nu habrían sido muy civilizados y cultivado diversas ciencias extraordinarias, las mismas que hoy aún están vivas entre los tibetanos: habrían estado en condiciones no sólo de «hablarse a distancias, sino cabalmente de comunicar con el pensamiento a través del espacio. Los individuos supervivientes de la catástrofe habrían caído en la barbarie, no conservando de la antigua grandeza más que el recuerdo deformado por la superstición.

Aquellos detalles impresionaron, en Rusia, a algunos investigadores que se dedicaban a la parapsicología; lo hacían a escondidas, pues Stalin había prohibido rigurosamente que se prestase atención a, «semejantes tonterías de origen mágico y religioso», Pero después de su muerte, el «deshielo» se extendió también a ese campo: los investigadores en cuestión fueron considerados al principio con cierto escepticismo, pero pronto lograron disipar la desconfianza de las altas esferas, haciendo resaltar que en la parapsicología no hay nada de mágico, que hasta los más extraños fenómenos podrán ser explicados, un día u otro a la luz de la ciencia, contribuyendo así al progreso.

El académico de la URSS Leónidas Vasiliev reveló, en un bestseller suyo, haber efectuado en tiempos de Stalin una serie de interesantes experimentos secretos en Leníngrado, descubriendo la existencia de óptimos sujetos capaces de recibir y transmitir telepáticamente, aun estando en celdas subterráneas revestidas con planchas de plomo. Otro insigne psicólogo, el profesor Kajinski, intervino con argumentos bastante positivos, y finalmente quedó constituido en Moscú un grupo investigador compuesto por psiquiatras, fisiólogos, neurólogos y físicos, dirigido por el joven doctor E. Naumov.

El propio Kruschev se interesó por el tema y se manifestó convencido de la necesidad de proseguir los estudios, que podrían demostrarse muy útiles incluso en el campo de la astronáutica: la telepatía permitía, en efecto, no sólo mantenerse en comunicación con los pilotos espaciales en caso de avería en los instrumentos, sino también establecer contacto con inteligencias extraterrestres. El asunto se ha tomado tan en serio, que en varias Universidades soviéticas se están experimentando drogas susceptibles de aumentar los poderes telepáticos, y en la moscovita se trabaja en la fabricación de aparatos capaces de reforzar la percepción extrasensorial; a la realización de esos «amplificadores psíquicos» se dedican científicos que ya tienen en su activo grandes logros, entre ellos el invento de la famosa «máquina del sueño», capaz de vencer el más obstinado insomnio, y de «hipnotizadores robot», los cuales permiten aprender y retener una serie de nociones que sería imposible asimilar con los sistemas normales. Así, cuando la parapsicología no fue ya, en Rusia, una ciencia prohibida, Vasiliev y sus colegas, al examinar una gran cantidad de materia! a! que antes no hubiesen podido tener acceso por pertenecer a sectores ajenos a su esfera profesional (la arqueología, por ejemplo), se fijaron en los relatos concernientes a los Hsiung Nu y a los tibetanos.

Los lamas de la gran altiplanicie eran ya muy conocidos por sus poderes extrasensoriales, pero la hipótesis de que alguno de ellos estuviera en condiciones de comunicar, como los antepasados de los Hsiung Nu, con otros mundos, era tan atrevida que se consideraba fantástica. Sin embargo, para los líderes de la nueva ciencia rusa nada es demasiado fantástico. Elocuentes son, al respecto, las directrices impartidas por el «zar de la astronomía», Leónidas Sedov, a sus colaboradores. «Profundizadlo todo, no descuidéis nada, ni siquiera lo que pueda pareceros abstruso. Para descartar, siempre hay tiempo.»

Los soviéticos llevan ya años siguiendo esas directrices en todos los campos. Así, parten expediciones hacia el Tibet para reunir mayor cantidad de nociones útiles; así, se dedican a los problemas del lung-gom, el conjunto de prácticas físicas y psíquicas que contribuyen a dar a los sujetos una resistencia enorme y una agilidad extraordinaria; así, indagan en el camino del tu-mo, el sistema que permite estimular el calor interno hasta poder permanecer, completamente desnudos, a cuatro o cinco mil metros de altitud; así, intentan penetrar los secretos de la telepatía y de la telequinesia.

En 1959, una misión rusa vaga de monasterio en monasterio (la aventura será referida después por un investigador escandinavo durante un congreso astronáutica celebrado en Moscú), buscando en el más enigmático país del mundo un camino hacia las estrellas que tan sólo la ciencia ficción puede concebir.

El viaje está erizado de dificultades: dos hombres de la expedición sufren graves heridas al precipitarse en profundas grietas; otros tres, extenuados, deben ser abandonados en hospitalarias aldeas. Pero, finalmente, la tenacidad de esos exploradores de lo imposible triunfa: en una lamasería no lejos del santuario de Galdan, los soviéticos logran sostener un coloquio con un anciano sabio, no sólo expertísimo astrónomo, sino cabalmente al corriente de los problemas astronáuticos. El lama admite que, en determinadas circunstancias, puede ponerse en contacto visivo con los habitantes de otro planeta, y los rusos le ruegan que les permita asistir a uno de esos experimentos. El anciano se niega, pero después, ante la insistencia de los visitantes, acaba por avenirse a ello, a condición de que sólo participen en la sesión dos de los huéspedes.

Los investigadores se ponen muy contentos, descansan unos cuantos días y después los dos escogidos son llamados a seguir una serie de ejercicios de concentración, acompañados de una especie de gimnasia yoga y de un régimen alimenticio especial. Finalmente, el experimento tiene lugar en la desguarnecida celda del lama: el monje coge de las manos a los compañeros y se concentra con ellos de una manera previamente establecida, mientras un curioso aparato emite a intervalos regulares sones musicales amortiguados, cuyo eco se trunca bruscamente. y la imagen proveniente de la profundidad del espacio cobra consistencia, primero nebulosa, luego cada vez más clara. Un ser extrañísimo parece contemplar a los tres hombres: sus formas recuerdan las humanas, pero el rostro es indefinible y los miembros están segmentados como los de los artrópodos. La criatura, en posición erecta, está inmóvil, y ante ella gira como una reproducción en miniatura del sistema solar: en torno a una gran bola centelleante ruedan Mercurio, Venus, la Tierra, Marte ...

Los soviéticos observan esas minúsculas esferas, las identifican, las cuentan. Y entonces tienen la gran sorpresa: los planetas no son nueve, ¡son diez! Además de Plutón, otro globo gira en torno al Sol. ¿De dónde viene la imagen? El monje afirma resueltamente que no puede contestar a esta pregunta ni a otras. Sólo sobre un punto se muestra un poco más locuaz: declara que más allá de Plutón existe efectivamente otra planeta (o un ex satélite de Neptuno salido de la propia órbita) y que no pasarán muchos años antes de que sea descubierto.

La expedición, aunque interesante, ha resultado, pues, infructuosa. Comentándola, uno de los investigadores que han tomado parte en la sesión, confiesa: «Ni yo ni mi compañero nunca sabremos si aquella figura apareció ante nosotros o en nuestra mente. Nunca sabremos s-i de verdad fue proyectada a través del espacio o simplemente "dibujada" por la voluntad del monje. Nosotros podemos describirla genéricamente, pero debemos reconocer que, en realidad, no tenía nada de terrestre ... Parece imposible que una fantasía humana haya podido concebir algo tan extraño»

Las divergencias ruso-chinas ponen fin a las expediciones soviéticas en el Tíbet; pero no por ello los científicos de la URSS renuncian a investigar sobre secretos tan apasionantes. Se dirigen a la India, y es de este país que se dice provienen los grandes maestros del yoga llamados a iniciar a los astronautas en el método que les permita soportar sin muchos inconvenientes los viajes orbitales".




[1] El escritor Andrew Thomas en Shambala, oasis de luz, expone la creencia de los montes Kuen Lun, como uno de los lugares donde reside la Hermandad Blanca. “Según los antiguos escritos de China, Nu y Kua, los prototipos asiáticos de Adán y Eva, nacieron en los montes del Kuen-Luen, situados en una desolada región del Asia Central. Resulta difícil comprender por qué un lugar tan extraño pasa por haber sido el Edén chino. El desierto de Gobi fue probablemente, en cierta época, un mar interior rodeado de regiones fértiles. Lógicamente, los chinos debían elegir la provincia del Cantung, en el valle del Yang-Tsé-kiang, como la probable residencia de los primeros hombres en la Tierra. Sin embargo, esta peregrina creencia se halla fuertemente arraigada, y es repetida constantemente en las crónicas y escritos del Celeste Imperio. El imponente Kuen-Luen, cuyas cumbres están cubiertas de glaciares y de nieve, es considerado, en la mitología china, como la morada de los Inmortales. El Olimpo asiático estaría allí presidido por Hsi Wang Mu, La Reina Madre del Oeste. 'Los chinos cultos no han podido jamás explicar por qué su Olimpo está situado tan lejos de la China propiamente dicha. Hasta una época reciente, pocos chinos se aventuraban a viajar por esta provincia retrasada, apenas habitada por tibetanos y mongoles hostiles. ¿Se puede encontrar una explicación plausible a esta leyenda? El palacio de nueve pisos de Hsi Wang Mu se describe como construido en jade puro. Está rodeado de un magnífico jardín, en el que se eleva el Melocotonero de la Inmortalidad, que florece y da su fruto cada 6.000 años. Sólo hombres y mujeres de elevada virtud e inteligencia superior son admitidos a comer este maravilloso fruto, que los preservará de la muerte y les conservará una perpetua juventud. Invisibles instrumentos difunden en el aire una suave música, y se puede beber el elixir de juventud en la fuente de la vida eterna, afirman los narradores chinos. En este macizo montañoso existe un espléndido valle, protegido de los vientos fríos. Para el que alcanza el valle de la diosa se detiene la rueda del renacimiento y entra en el Nirvana, dicen los budistas del Norte. Hsi Wang Mu es llamada también Kuan Yin, diosa de la misericordia, y a menudo es representada, tanto en China como en Japón, con miles de brazos y miles de ojos, que simbolizan su deseo de ayudar a la Humanidad. Kuan Yin es llamada también la que está atenta al grito del mundo», «la diosa que vigila al mundo», «la guardiana misericordiosa». Para los budistas, es la compañera de Avalokitecvera, que da a la Humanidad la plegaria del corazón, Om Mani padme hum (<< ¡Oh, tú, joya en el loto! »). En el Tibet y el Nepal es invocada a veces con el nom¬bre de Blanca Tara o Dolma. Los chinos dicen que los ayudantes de Hsi Wang Mu poseen cuerpos perfectos, que no envejecen ni mueren. Estos seres están llenos de sabiduría y de poder, y ayudan a la Madre Dorada en sus actividades humanitarias. Se supone que los Inmortales poseen la facultad de viajar a su antojo por todo el Universo, de un mundo a otro, e incluso de vivir en las estrellas lejanas. Es sorprendente encontrar un concepto tal en la Antigüedad, ya que sugiere prácticamente la idea de los viajes espaciales de nuestros tiempos modernos. Por otra parte, si este concepto es una proyección del espíritu hacia un sistema cósmico alejado, es igualmente sorprendente que los antiguos chinos entrevieran una tal posibilidad, ya que nada, en su época, permitía concebir la inmensidad del Universo. Antiguos libros del Celeste Imperio describen la época legendaria de los Hijos del Cielo que llegaron, como próvidos portadores de la cultura, tres milenios antes de nuestra Era. En aquellos tiempos se manifestaron extraños fenómenos astronómicos, por ejemplo, la caída de una enorme estrella en la Isla de las Flores, que el filólogo soviético Lisevich sitúa en el desierto de Gobi. El sabio ruso interpreta el mito como relacionado directamente con el auténtico descendimiento de una nave espacial que, en el alba de la Historia, habría depositado civilizaciones cósmicas en Asia Central. Esta leyenda, tomada de un viejo texto chino, se hará más significativa aún cuando se relacione con la Isla Blanca, lugar de residencia de los Yoguis Inmortales, que mencionan los escritos de la India. Es extraña la leyenda de la Tierra de los Inmortales. Sin embargo, el gran Lao- Tsé (nacido hacia el 604 a. de J. C.), cuyo pincel redactó el clásico Tao-Té-King, base de la filosofía taoísta, abandonaría, al parecer, la China Central hacia el final de su larga existencia, para dirigirse al país de Hsi Wang Mu. Numerosas estatuillas del gran sabio nos lo muestran sobre el lomo de un búfalo, caminando hacia el legendario país. Ello tal vez explique por qué ningún historiador chino sabe dónde ni cuándo murió el filósofo. Los documentos históricos prueban que Lao-Tsé no fue el único que emprendió el viaje hacia el lejano Kuen-Luen, a través del Gobi. Según las fuentes chinas,' el emperador Mu, de la dinastía de los Chu (1001-946 a. de J. C.), podía vanagloriarse de haber obtenido efectivamente una audiencia de la diosa Hsi Wang, a orillas del lago de Jaspe, en la cadena del Kuen-Luen, Otra crónica nos informa acerca de la repentina aparición de la diosa del Oeste en el palacio del emperador Wu-Ti, de la dinastía de los Han (140-180 a. de J. C.). Ko Yuan (o Hsuan), un ilustrado taoísta del siglo 111, consigna en una obra sus revelaciones filosóficas. Insiste en el hecho de que el conocimiento secreto no ha sido jamás accesible a los simples curiosos entre los hombres instruidos de este bajo mundo. Decía que se tenía que elevar por encima de la Tierra para comprender la enseñanza. Por otra parte, era absolutamente formal respecto a los orígenes de la ciencia taoísta (provenía del reino de la Madre Real del Oeste). Durante numerosos siglos ha sido constantemente repetida por los autores chinos la leyenda de la Tierra de la Diosa Madre del Oeste donde residen los gigantes espirituales.¿ Se trata de una alegoría que designaría el lugar de estancia de los hombres perfectos en una residencia aislada, en el Asia Central? En efecto, un estudio de la historia de China y de su literatura corrobora esta posibilidad. Los archivos del Vaticano encierran un considerable número de informes precisos de los misioneros católicos de los últimos ciento cincuenta años acerca de las misteriosas comisiones que enviaban los emperadores de China a los Espíritus de las Montañas. Estos seres, residentes en el Nan Chan, o Montes Kuen-Luen, eran habitualmente descritos como revestidos de cuerpos sólidos visibles que, sin embargo, no tenían carne ni sangre. ¿Se trataría de superhombres en una envoltura humana artificialmente obtenida de una materia atómica cristalizada, los llamados dioses nacidos del espíritu? Los escritos indios hablan del poder de que gozarían los cuerpos divinos de hacerse más pesados y más densos, más ligeros y más etéreos. Este enigma fue citado asimismo por el obispo Delaplace en su Annales de la Propagation de la Foi, publicada hace más de cien años. Las comisiones partían de Pekín y eran generalmente enviadas por el emperador en el curso de un año de crisis grave, cuando no podía resolverse a tomar una decisión. Son muy sorprendentes las crónicas que describen estas misiones de mandarines y de sacerdotes de la Corte del Celeste emperador hacia los genios de las montañas. ¿A quién esperaban encontrar estos emisarios imperiales en las nevadas cumbres del Kuen-Luen? Es muy improbable que se contentaran con cazar el pato salvaje. Entre las líneas de estos documentos históricos debe de ocultarse una parcela de verdad. Si ello es así, y a despecho de las fantásticas descripciones, poéticamente aderezadas, el palacio de Hsi Wang Mu, en el país de los Inmortales, puede tener la misma realidad que el Templo del Cielo, en Pekín. En los siglos III Y Il antes de nuestra Era, los emperadores de China despacharían importantes expediciones, bien equipadas, hacia lo más profundo del Asia Central, en busca de los Inmortales arrancados del mundo y de la Reina Madre del Oeste. Para dar una idea de la organización estatal de la antigua China y de la exactitud de sus registros, contamos con un impresionante ejemplo de su eficacia: el censo de la población para el año 1-2 de nuestra Era cita la existencia de 59.594.978 individuos en el Celeste Imperio. Los informes relativos a las misiones imperiales en el Valle de los Inmortales, aun suponiendo que se acercaran sólo a medias a tal precisión, deberían ser leídos con la misma atención. El panteón chino posee una jerarquía graduada de dioses que se mezclan con semidioses y mortales en una escala ascendente. Por ejemplo, Hsien 1 en es un hombre que, tras beber el elixir de la inmortalidad, parte para las montañas. En efecto, su nombre, Hsien len, significa Hombre de montaña. El paraíso del Oeste se llama Hsi Tien, y van a él las almas iluminadas para escapar a la rueda de la reencarnación. Este país es un lugar de esplendor y de alegría. Como hemos visto en la fusión de las religiones, Hsi Wang Mu, la Reina Madre del Oeste, es identificada a menudo con Kuan Yin, diosa de la misericordia, así como con la compasiva Avalokitekvara. Aparte los nombres y atributos diferentes de estas divinidades, la China del Oeste Y sus altas montañas son unánimemente consideradas como la sede de la Bondad y la Sabiduría. Los taoístas creen en la tierra de Tebú. el país más magnífico del mundo, perdido entre el Seu¬Tchuan y el Tíbet, donde cadenas de nevadas montañas ocultan estrechos valles cortados por torrentes y cascadas. En el santuario de los Inmortales llenos de serenidad, el mundo físico alcanza el reino de los dioses, y los que tienen el privilegio de residir en él, viven permanentemente en dos universos: el mundo objetivo de la materia y el plano superior del espíritu. poseen los cuerpos físicos más perfectos, junto con las almas más puras y más sabias. Algunos detalles de estas leyendas chinas sorprenden por su precisión. Este lugar secreto está habitado por seres que fueron anteriormente hombres y mujeres corrientes. Alcanzan la tierra sagrada gracias a sus progresos espirituales. El lugar puede ser localizado efectivamente por el investigador sincero que marcha en busca de la verdad y está desprovisto de todo motivo egoísta. Tal es la sólida tradición de la China, que se ha perpetuado en el curso de las edades y que goza del respeto de los más grandes filósofos. Esta antigua creencia en el Valle de los Inmortales debe de tener un fondo de realidad, a despecho de las características imaginativas que se observan en ella a través de innumerables generaciones. Imaginando que en un tiempo remoto unos sabios asociados establecieran un centro permanente en una parte aislada de Asia, el mito de los Inmortales se hace comprensible. Su Doctrina podría muy bien ser la herencia de una civilización desaparecida. Aunque el número de estos Sabios pueda ser muy restringido, es inmensa la importancia de su Antiguo Saber. El carácter tangible de la morada de los guardianes de esta tradición arcaica aparecerá en el curso del profundo estudio de todas las crónicas fidedignas de los historiadores Y de los relatos publicados por los exploradores de Asia”.




Peter Kolosimo - La Rosa de los Vientos - Capítulo XXIII







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