Hoy Crónica Subterránea entrega un texto conmemorativo, de nuestro colega y amigo, ufólogo y reconocido explorador, Alex Chionetti, al celebrarse cincuenta años, de uno de los anuncios más espectaculares: descubrimiento de un mundo subterráneo por János Móricz, y como adelanto exclusivo de su libro, Mysteries of Tayos Caves, que a fin de año verá la luz. Atienda el lector!
La expedición más revolucionaria
Taltosok Barlanga
Después de una, tres o cuatro o cinco décadas del intento por
reconstruir la relación biográfica, y exploratoria de János Moricz con las
Cuevas de los Tayos, la expedición del descubrimiento, es la más sobresaliente.
A diferencia de las muchas especulaciones que han sobrevivido
desde 1969, la hazaña épica, que en su momento fue considerada por los mismos
responsables, como "Gloria de Guayaquil, Argentina y del Mundo", siempre lo
tuvo como epicentro a Móricz.
Su fiel abogado, Gerardo Peña Mateus, nos dijo, la expedición que llamaron “Taltosok Barlangja”, (cueva de los seres superiores en antiguo magiar húngaro), fue
el verdadero descubrimiento del Mundo Subterráneo”.
Aceptando el rol de ser parte de esa generación que me inter-conecta
con el “Realismo Fantástico”, como tanto los hermanos Mateus, como así con János, fuimos, o somos parte—ya que el movimiento continúa mas allá de lo visible— la “Expedición, (Primera) del Descubrimiento de la Cueva de los Tayos del Rio Coangos", es un tema
que seguimos tratando de revalidar.
Sobre todo porque ese mundo subterráneo era para los participantes, la visión
de una caverna con una geología mas cercana a lo artificial, y megalítica, que
la hacía diferente de las demás. Denominada anteriormente Stargate (portal) por von Däniken. Pero a lo largo de la ultima década, se le sacó
la honra, primero nacional, y luego mundialmente, para reconocer la
persistencia de Móricz después de todo este tiempo.
¿Por qué Móricz decía también esa expedición, era gloria de la
Argentina? Para los que hemos sido parte de esa génesis, no es tan difícil de develar. János, era fiel a su camarada
de armas exploratorias—en lo natural y sobrenatural—su nombre Julio Goyén
Aguado, simbiosis de mentores entre sí mismos, entreverados en la telaraña
del pasado atlante, y “subterráneo”.
Y sin haber llegado y morado en Buenos Aires, esa plataforma cultural
inquieta-iso e esotérica-de ese entonces, no lo hubiese llevado a caminar por
encima del resto de los hermanos países, y de la columna geo-espiritual de los Andes, hasta llegar al Ecuador. La línea
del mundo, la demarcatoria solstiscial, que del Este al Oeste, lo lleva con un
símbolo pájaro, en una mano abierta, generosa y furibunda, al golpe sobre la
mesa, como mostrarle el dedo a la ciencia oficial anquilosada de esos
sesentas.
Un acto de rebeldía hacia un pequeño salto. Allá arriba era la
Conquista del Espacio, la Misión Apolo XI, y tres hombres corajudos, que
exploraban y conquistaban la Luna en una carabela –carcacha de metal jugando
con las mareas gravitatorias, y abriendo el salto al Universo, primera escala, “a
lo que Vendrá”, el terror de un futuro tan incierto, como promisorio.
Lo extraño y probatorio de lo
misterioso, es que Móricz vaticina la llegada de Armstrong, no a la Luna, pero
sí a la Cueva de Tayos del Coangos, siete años después de la “Taltosok
Barlanga”.
De acuerdo a uno de sus guías, en
un momento casi de trance, de relax y fogón, en lo profundo de la caverna
Móricz vaticinó, ”un mismo astronauta que está en la luna en este momento,
tendrá que ver con ésta cueva, o vendrá, para estos lares”. Y así efectivamente,
el “primer hombre en la luna” resultará ser el primer norteamericano descendiendo
y explorando, el suelo tayiano.
Tanto Armstrong, quién consideraba
su salto era no solo norteamericano sino de la Humanidad toda, conecta con el
salto de Móricz, y del grupo de expedicionarios que habían salido y llegado por
tierra, cruzando un infiernillo de ríos y puentes caídos, hasta el Coangos,
como yo lo haría, treinta y siete años después.
Ahora ya acercándonos al medio
siglo, la historia y memoria han sobrevivido, gracias—empujada, malversada, vilipendiada,
ultrajada, ascendida, sobreentendida, y glorificada, por pocos, y
por muchos. El hecho existe, perdura, continúa
vivo, como lo dije en su momento, sobre que “las cuevas están vivas”.
Lo que debemos reconocer de ese
descubrimiento, es a un real descubrimiento, que merece estar en los anales de
la exploración. Algo, que durante mis años de exposición y defensa del hecho histórico, y del hecho natural, veía no era reconocido en el Ecuador, o en el resto del Mundo.
Recuerdo que cuando hace más de
una década y media, llevaba el tema al Instituto Smithsoniano, o a la National Geographic
Society for Exploration, me rebotaban una ,y otra vez, diciendo, aquellas las cuevas, “no eran famosas” como otras. Y por ende, no debían recordarse …!
Mas allá de la incomprensión académica, y la crisis de los científicos profesionales, ya
habían hecho un peso destructivo sobre la figura de Móricz, a través de su
archienemigo, Hernán Crespo Toral, que desde su torre conservadora, no dejaba
entrar en los dominios establecidos, a un húngaro argentino, asociado con el
tema del “oro de los dioses. Sin imaginarse que un suizo, buscando pruebas, y
sensacionalismo para sus nuevos libros, complicaría las cosas, y los límites,
entre realidad y trans realidad.
Es así como no vemos en los textos
de exploración que János Móricz, Gastón y Hernán Fernández así como Gerardo Peña Mateus,
fueron los verdaderos descubridores, ya que los anteriores, no habían bajado, o
se habían quedado merodeando en la superficie.
Sin dudas es una obligación
renovar la verdad de los hechos, de una historia viva, que no está en los libros
escolares de la educación ecuatoriana, o latinoamericana. De rescatar del
olvido, y aparte del sensacionalismo, que la Cueva, y principalmente la figura
de János Móricz, ha continuado emergiendo como iceberg de fuego, en el silencio
de la cultura oficial, acartonada y decadente, de museos, instituciones
académicas, que sólo cuidan su silla, y no dejan que el sistema convencional,
puede ser perforado por los herejes.
Ellos, la expedición
Moricz/Ceturis, fueron herejes, pero fueron epopeya. Abrieron lo que se intuía,
lo que el húngaro/argentino seguía desde Europa, el símbolo de un ave, un espíritu
y su santo desconocido, que los aborígenes también nombraban. Un pájaro ciego,
que llevaba a un grupo de buscadores a horodar y probar, que ese mundo mítico,
de lo subterráneo, era una realidad eternal.
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