Ciudades Subterráneas –La Rioja –Argentina
Extraído del libro de Dante Franch, “Erks y las Ciudades Subterráneas”, 1999.
Extraído del libro de Dante Franch, “Erks y las Ciudades Subterráneas”, 1999.
“Existe un caso muy interesante que ocurrió en la década del 70 en la provincia Norte Argentina de La Rioja, en las estribaciones del Cerro el Sombrero o también conocido como del Bonete, en donde le sucedió algo a un pastor de ovejas, que fue investigado por estudiosos riojanos y que pudieron recoger estos testimonios.
Un anciano del lugar que al igual que en otros casos del interior del país, prefieren mantenerse con un perfil bajo, había llevado su ganado a pastar, cuando de pronto se vio envuelto en una tormenta de viento y arena que lo obligó a refugiarse en una cueva cercana. Como la tormenta duraba mucho, decide introducirse más para explorar en una cueva que ve, pero que desconocía su existencia. Se introduce más en la misma, y observa unos escalones en la piedra frente a él. Al ver eso, se pregunta si habrán sido los indios que hicieron eso, pero para su sorpresa a medida que se acerca puede ver que esos escalones que un principio parecía terminar contra la pared de la cueva, seguían para abajo, donde parecía haber más luz. Los escalones seguían siendo de piedra oscura y se podían ver a lo lejos, por lo que calcula que había cientos de escalones que descendían observándose a ambos lados la roca de la cueva.
Al seguir bajando por esos escalones, siente una energía extraña que lo envuelve, y cuando llega al final del último peldaño, ve ante su asombro como aparece una cúpula de piedra, y frente a él lo que jamás imaginara, “una gran ciudad con edificios trasparentes como de cristal”. Allí también ve seres humanos pero extraños, ya que los hombres tenían unos uniformes oscuros y las mujeres de colores claros. Ve frente a él, una gran avenida ancha y larga, a cuyo costado estaban los edificios, veía estos seres cerca de él, pero como no le daban importancia, era como que no lo veían; aunque él sentía que sí. Estos seres caminaban, pero también se desplazaban en una especie de carril móvil, que se movía en distintos sentidos (similares supongo a los carriles móviles en los subtes o aeropuertos, cosa que por supuesto este arriero Riojano no conocía).
El se acercó a uno de estos “carriles móviles”, y se subió recorriendo por bastante tiempo esa ciudad interior, pero cuando terminó la avenida, y mientras miraba a su alrededor, sintió en su cabeza como una orden que no debía seguir y tenía que retirarse. Entonces sale nuevamente por la escalinata que lo lleva afuera, la tormenta ya había cesado y entonces vuelve al pueblo y cuenta lo sucedido a un sacerdote, un médico y un ingeniero.
Estos deciden avisar a la policía y cuando al día siguiente van con el patrullero, al lugar donde había visto esto, la comisión policial nota sí los dos escalones, pero a partir de allí la montaña estaba totalmente maciza, y si había un túnel, pero estaba relleno como si hubiera habido un reciente derrumbe”.
Un anciano del lugar que al igual que en otros casos del interior del país, prefieren mantenerse con un perfil bajo, había llevado su ganado a pastar, cuando de pronto se vio envuelto en una tormenta de viento y arena que lo obligó a refugiarse en una cueva cercana. Como la tormenta duraba mucho, decide introducirse más para explorar en una cueva que ve, pero que desconocía su existencia. Se introduce más en la misma, y observa unos escalones en la piedra frente a él. Al ver eso, se pregunta si habrán sido los indios que hicieron eso, pero para su sorpresa a medida que se acerca puede ver que esos escalones que un principio parecía terminar contra la pared de la cueva, seguían para abajo, donde parecía haber más luz. Los escalones seguían siendo de piedra oscura y se podían ver a lo lejos, por lo que calcula que había cientos de escalones que descendían observándose a ambos lados la roca de la cueva.
Al seguir bajando por esos escalones, siente una energía extraña que lo envuelve, y cuando llega al final del último peldaño, ve ante su asombro como aparece una cúpula de piedra, y frente a él lo que jamás imaginara, “una gran ciudad con edificios trasparentes como de cristal”. Allí también ve seres humanos pero extraños, ya que los hombres tenían unos uniformes oscuros y las mujeres de colores claros. Ve frente a él, una gran avenida ancha y larga, a cuyo costado estaban los edificios, veía estos seres cerca de él, pero como no le daban importancia, era como que no lo veían; aunque él sentía que sí. Estos seres caminaban, pero también se desplazaban en una especie de carril móvil, que se movía en distintos sentidos (similares supongo a los carriles móviles en los subtes o aeropuertos, cosa que por supuesto este arriero Riojano no conocía).
El se acercó a uno de estos “carriles móviles”, y se subió recorriendo por bastante tiempo esa ciudad interior, pero cuando terminó la avenida, y mientras miraba a su alrededor, sintió en su cabeza como una orden que no debía seguir y tenía que retirarse. Entonces sale nuevamente por la escalinata que lo lleva afuera, la tormenta ya había cesado y entonces vuelve al pueblo y cuenta lo sucedido a un sacerdote, un médico y un ingeniero.
Estos deciden avisar a la policía y cuando al día siguiente van con el patrullero, al lugar donde había visto esto, la comisión policial nota sí los dos escalones, pero a partir de allí la montaña estaba totalmente maciza, y si había un túnel, pero estaba relleno como si hubiera habido un reciente derrumbe”.
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