31 de julio de 2008

Las Ciudades Perdidas del Valle de la Muerte

LAS CIUDADES PERDIDAS DEL VALLE DE LA MUERTE
Débora Goldstern©


Esta historia aunque nos acerca al Mundo Subterráneo Norteamericano, no está comprobada en su totalidad, y en la actualidad, está catalogada como dudosa, pero decidimos incluirla en nuestra crónica diaria, porque creemos merece conocerse.

Uno de los primeros autores que hizo célebre el relato fue Peter Kolosimo. Según narra, en "El Planeta Incógnito" , un guía indio de California, de nombre Thomas Wilson, contó que en 1920 su abuelo fue protagonista de una extraordinaria aventura. “Dice Wilson que en una ocasión, el anciano indio se introdujo por unos cañadones y desfiladeros estrechos que pronto se convirtieron en galerías subterráneas. El hombre con el estoicismo inquisitivo propio de su raza, siguió adelante en su exploración, ayudado por una luminosidad, que primero era tenue pero más adelante fue haciéndose más intensa. Finalmente fue a parar a una gran ciudad subterránea, en la cual permaneció durante algún tiempo viviendo entre personas extrañas que lo acogieron con discreta hospitalidad caritativa.

El anciano no estaba en condiciones de proporcionar muchos detalles sobre la vida de aquellas gentes, excepto que eran muy raros, hablaban una lengua incomprensible y se nutrían de cierta clase de alimentos que no le parecieron muy sabrosos y que no eran de origen natural. Quizás con ello el indio se refería solamente a que no eran ninguna clase de alimentos, que le resultaban conocidos. También el anciano mencionó que aquellos individuos vestían ropas hechas con algo que semejaba cuero, pero no era cuero. Esa descripción nos lleva obviamente a pensar en los materiales plásticos, pero, según la época en que surgieron tanto la historia del abuelo de Thomas Wilson como la de White, los plásticos todavía no se habían desarrollado ni menos podía pensarse en una clase de plástico con la que pudiera confeccionar trajes”.

Ahora bien, el investigador Scott Corrales, recoge en su artículo “Norteamérica Desconocida: los Imperios Olvidados” (2005), la continuación de esta historia. Cuenta que “estas leyendas indígenas fueron recogidas por dos autores: Bourke Lee en su libro Death Valley Days y el investigador de los sobrenatural Vincent H. Gaddis en su trabajo Tunnel of the Titans. Ambos autores coinciden que en 1920, Tom Wilson, un explorador indio, afirmó que su abuelo había descubierto las cavernas del Valle de la Muerte y se había pasado tres años explorándolas, entrando en contacto con seres que “hablaban un lenguaje raro, consumían alimentos muy extraños y usaban vestimenta hecha de cuero”.

Poco antes de que el taciturno Wilson diera a conocer su historia, el gambusino Albert White sufriría un accidente en una mina abandonada del puerto de montaña de Wingate que confirmaría la narración del indígena: el buscador de oro cayó por un agujero en el piso de la mina, yendo a parar a galerías totalmente perdidas de la antigua operación minera. Abriéndose paso por la galería, White encontró una serie de cuartos en los que silenciosamente imperaba la muerte: cientos de momias vestidas en extrañas ropas de cuero, algunas de ellas colocadas en nichos, otras sobre el suelo, y otras más sentadas en torno a mesas.

Pero la sed de oro venció el temor del gambusino ante tan macabro espectáculo: White afirmó haber encontrado lanzas, escudos, estatuillas y pulseras de oro repartidas por doquier. Otras cámaras contenían oro en lingotes y recipientes llenos de piedras preciosas. La arquitectura subterránea parecía corresponder a la megalítica, con enormes losas de piedra que servían de puertas, montadas sobre goznes invisibles. El gambusino White alegadamente regresó varias veces a las catacumbas de los Shin-Au-Av en tres ocasiones, acompañado por su mujer en una de estas visitas y por su socio Fred Thomason en otra.

Y sería Thomason el que informaría al escritor Bourke Lee acerca de los detalles del reino bajo las montañas, diciendo que se trataba de un túnel natural de más de veinte millas de extensión que atravesaba la ciudad subterránea, las bóvedas de tesoro, los aposentos reales y las cámaras del consejo, conectándose con otra serie de galerías o respiradores en las laderas de la cordillera Panamint que parecían ventanas y que dominaban el Valle de la Muerte desde una gran altura.

El socio del gambusino especuló que dichos respiraderos eran, en efecto, entradas que habían sido utilizados para embarcaciones que navegaron las aguas del Valle de la Muerte – hace más de cien mil años, cuando había agua en dicho lugar.

Pero la narración de Bourke Lee no se detiene en ese detalle. Thomason regresó posteriormente con el indio Tom Wilson, actuando de guía para un grupo de arqueólogos profesionales que pudieron poner su natural escepticismo a un lado para ir en pos del misterio, pero no hubo manera de encontrar la entrada a la ciudad perdida de los Shin-Au-Av – como si jamás hubiese existido. Wilson y su grupo encontraron un pozo de mina “que no tenía derecho a estar ahí”, según cita textualmente Bourke Lee. Al descender, los exploradores encontraron que se trataba de un pozo ciego. Se intercambiaron acusaciones de fraude cual saetas, pero tanto Thomason como Wilson gozaban de buena fama en la región desértica de California y la opinión final fue, que algún terremoto había causado el desplome que negó el acceso a la ciudad perdida”.

Siguiendo otras pistas intermedias, encontramos más datos que profundizan el relato. Por ejemplo que en una cuarta expedición emprendida por White, su esposa y Thomanson, en busca de la ciudad perdida, terminó con la desaparición del grupo entero, así como ni rastros del automóvil utilizado. La historia se sumió en el silencio hasta 1946, cuando el Doctor F. Russell volvió a la carga. Como sus antecesores, Wilson y White, Russell, dio con la misteriosa caverna al caerse en una mina que exploraba. Acerca de los detalles presentados en su visión son un tanto distintos a los mencionados, ya que Russel dijo que “contempló motivos similares a los egipcios” ¿tal vez jeroglíficos?, y describió a su vez “una sala de rituales con símbolos masónicos”.

También mencionó huesos de animales antediluvianos, “apilados a lo largo de las paredes”, son contar con momias que se calcularon el 8 pies de altos” (2,5m), verdaderos gigantes. “En 1946, Russell se acercó a Howard Hill, amigo personal y vecino de Los Angeles, California, para formar una organización destinada a explotar la indudable importancia de este mundo importancia”. Más calculador que sus otros descubridores, el intrépido Russell realizó una “convocatoria de inversores en un hotel de Beverly Hills en una costosa suite”. Como dato extra señaló la existencia de 32 cuevas extendidas a 180 millas cuadradas de la zona del Valle de la Muerte hasta el suroeste de Nevada. Propone a su vez la fundación de “Amazing Explorations”, donde cualquiera que invierte en su corporación se convertiría en socio y compartiría su riqueza”. Una semana más tarde Russell llevó a sus inversores a un exclusivo tours por las cavernas, convencidos acerca del Templo Masónico y de los huesos antediluvianos, los inversores se decidieron a contar al mundo el fabuloso hallazgo.

“El 4 de agosto de 1947, Howard Hill emitió un comunicado de prensa advirtiendo a mundo sobre el sensacional hallazgo que cambiaría no sólo el concepto existente de la América primitiva, sino de la historia humana. Curiosamente ningún periodista se interesó en el asunto y la ciencia hizo caso omiso. Sumamente molesto, Russell decidió que la única manera de interesar al público sería convocar una rueda de prensa en la que presentarían artefactos extraídos del descubrimiento subterráneo. Una rueda de prensa que, por cierto, jamás llegó a celebrarse. Siempre según Howard Hill, el automóvil que conducía Russell apareció abandonado en el desierto sin rastro de su propietario. En el asiento trasero estaba un portafolio vacío, que supuestamente estaba lleno de dinero y algunas muestras tomadas de las galerías subterráneas. Los familiares del explorador dieron parte a las autoridades, y por más pesquisas que se hicieron, nadie jamás volvió a saber de F. Bruce Russell”.

Un relectura rápida lleva a focalizar varios puntos importantes, que abren nuevos interrogantes. El descubrimiento supone la existencia de una civilización subterránea desaparecida en los suelos de Norteamérica. Hombres gigantescos, conviviendo con animales antediluvianos. A su vez encontramos una conexión con una antigua civilización ya comentada en otro post de nuestro Blog Los Hav Masuvs, que habrían existido en un tiempo cuando el Valle de la Muerte aún no era un desierto. En cuanto a la existencia de rastros egipcios y templos ceremoniales, ello llevaría a comentar en un post futuro un descubrimiento que se enlaza con una historia referida sobre el Gran Cañón Colorado. Como corolario, y como para tener en cuenta, hay que mencionar las extrañas desapariciones de todos los protagonistas de nuestro relato, una constante en otras narraciones del mundo subterráneo, que sugiere una extraña fuerza que obstaculiza cualquier intento por dar a conocer al mundo estos descubrimientos. Pero de esto hablaremos en otra ocasión.

Bibliografía:

Libro:
Kolosimo, Peter. El Planeta Incógnito, 1959

Webs:
Corrales, Scott. Norteamérica Desconocida:
Los Imperios Olvidados, 2005
Antiguos Astronautas

Johanek, David. Death Valley’s Lost City, 2005
Arcana Paranormal, Occult, and Conspiracy Research


Moving Rocks of Death Valley's Racetrack Playa

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