12 de septiembre de 2008

El Mundo Subterráneo de Hilda Torper

El Mundo Subterráneo de Hilda Torper

Fabio Zerpa es uno de los pioneros de la investigación ovni en Argentina, y quizás uno de los estudiosos más reconocidos en el exterior. A lo largo de los años Zerpa ha publicado una serie de libros sobre la temática, ufo así como de otras asignaturas cercanas. Uno de esos trabajos, es El Reino Subterráneo (1991), del cual elegimos uno de sus capítulos que creemos representa el espíritu de éste Blog. La historia es una de las más fascinantes que esta autora haya leído, y presenta varios tópicos interesantes donde la fenomenología ovni y mundo subterráneo se encuentran profundamente entrelazados.

El caso se desarrolló en 1966, y tuvo como protagonistas a una pareja de argentinos que ese entonces se encontraba de vacaciones en Pinamar lugar turístico de la costa argentina. Los nombres de este matrimonio se mantienen en secreto, pero en el relato se corporiza la figura de Hilda Torper, quién narró a Zerpa la increíble experiencia donde ella y su esposo, se vieron involucrados.

Se hace mención a Akakor, como el lugar donde el matrimonio fue trasladado por estos humanoides. Nuestra opinión sobre este tema ya la dimos hace tiempo, y se encuentra para consulta en el menú del Blog, no obstante creemos que más allá de algunas observaciones, la narración tiene signos de credibilidad y merece conocerse.

UN VIAJE REAL A AKAKOR

Hace años, un curioso hecho irrumpió en mi vida cotidiana y me hizo sentir separada de mis semejantes, frustrada y un poco triste, porque nunca se tomó en serio 10 ocurrido; nunca se le dio importancia. En vista de que fue así, y como luego me sucedieron otras experiencias, me siento obligada a decirlo una vez más, tratando de llamar la atención de alguien un poco más inteligente que yo, o sea más accesible.

Mi esposo y yo fuimos a Pinamar por primera vez (y fue la única) en el año 1966 en el Volkswagen azul; nuestra hija nos había precedido con una amiga y su familia, hospedándose en el Hotel Maison. No fue muy difícil encontrarlos, y una vez instalados en el hotel de nuestra preferencia, fuimos todos juntos a la playa.


En aquel tiempo yo frecuentaba un grupo de señoras que decían, no solamente que los ovnis eran aparatos no convencionales, tripulados por sus correspondientes astronautas, sino también que se llevaban hombres y mujeres por igual para estudiarlos, o para divertirse, o para algún otro experimento. No sabía si creerles o no, pero cuando nuestra hija anunció que se habían visto ovnis en esos días ya dejó de ser chiste. Le pregunté tan cautelosamente como pude dónde se habían visto; ella señaló hacia el sur de la playa de Pinamar, para librarnos en cualquier momento de ser protagonistas. Después de esto la conversación giró en otras direcciones, por que yo noté que a mi esposo no le gustaba que habláramos de eso. Para decir la verdad, creo que sintió temor a los ovnis. No sabía lo que ocurriría.

Una de las tardes, hacia el final de nuestra estada en Pinamar -creo que era el 25 de febrero- desperté a mi esposo de la siesta con un poco de mala intención, pues estaba planeando que fuéramos en coche por la ruta a conocer unas lagunas muy lindas que había por allí. Pero 10 que le dije fue distinto: que iríamos a Madariaga a buscar el programa de cine para ir en la noche.


En el camino hacía mucho calor, y a las tres y cuarto de la tarde noté que ningún coche nos había pasado ni cruzado hacia Pinamar. Ya estábamos cerca de la curva donde le propondría parar un rato, cuando vi que el coche de la policía ya estaba allí. Era alguna marca de coche que ya no se ve más, cuyas características desconocí y que estaba estacionado frente a un portón que daba acaso a las lagunas. Entonces pensé: "no podremos bajar ahí".

Después de pasarlo, y siempre del lado derecho del Volkswagen, algo llamó mi atención. Detrás de los maizales y casi a ras de la tierra volaba una torre, que me parecía nos vigilaba y seguía. Recuerdo como si fuera ayer que codeé a mi esposo para llamarle la atención, recuerdo perfectamente que le dije: ''Y tú que no querías hablar de ovnis, ¿qué es eso entonces?" Pero él no sacó la vista del camino, porque algo nos estaba guiñando.

Yo mientras tanto subí el vidrio, porque nos llegaba desde afuera tanto calor que casi me asfixiaba, pero era peor. Así que lo abrí nuevamente ya que el calor persistía. "¿Sería de la torre?", me pregunté. La cosa que teníamos enfrente seguía guiñando a medida que avanzábamos.


Le grité a mi marido que podía ser una trilladora, que aminorara la marcha para darle paso. Pero en vez de hacerme caso él seguía a mayor velocidad. "¿No ves que estoy con el pie en el freno a fondo? ( ... ) Y el coche (. .. ) ". Esas fueron las últimas palabras que yo oí. Qué fue lo que pasó, nunca lo sabré, pero algo más grande que nosotros nos succionó; en ese momento pensé en esas' pobres orugas que yo torturaba de niña, poniéndolas en los hormigueros; porque ( ... ) ahora ( ... ) me estaba pasando algo parecido a mí ( ... ) y me picaba todo el cuerpo. Un ruido de aspiradora gigante nos impidió decir una palabra más, y nos sacó del coche con una fuerza sobrehumana. Después algo me pegó en la mandíbula inferior y no supe más; había perdido la conciencia.

Después de esto, y luego de lo que a mí me pareció una eternidad, comencé, a volver en mí. Pero ¿quién era "yo"? Me había olvidado quién era ese "yo", y qué papel desempeñaba, y si tenía marido o no. Además había olvidado que tenía hijos, me habían quitado la memoria. ¿Quién? ¿y cómo? Un gran miedo se apodero de mí. Y otra vez caía en la inconsciencia ese limbo agradable donde no tenía que pensar... '’ Una luz celeste intensa vino a molestarme e interrumpir mi sueno. Sentí, que no lo podía soportar y grité para que la sacaran. Cuantas veces hice esto, no lo sé. Imploré que la apagasen, pero seguía semiconsciente, con los ojos cerrados. Así que me la aplicaron otra vez más, y siguieron hasta que mantuve los ojos abiertos. Había aprendido que si abría los ojos ya no me aplicarían la luz azul. ¡Qué pesados estaban mis parpados!

Otra cosa estaba ahí en su lugar. Frente a mis ojos había un objeto reluciente: Se componía de dos discos unidos por una cadena y se mecía; me hicieron dormir una vez más. Cuando desperté verifiqué que estaba en una extraña camilla y a los costados habla como o seis hombres. Pero ¡qué hombres!; estaba siendo observada por ellos y yo no los conocía. 'Qué fue lo que pasó? Traté de pensar en lo que me había pasado y no pude hacerlo. Entonces una voz dijo en mi mente: "No trates de, recordar; es inútil". Miré fijamente al individuo que tenía mas cerca y pensé: "¿Fue una operación lo que tuve?". "No" sentí en mi cabeza. "Entonces he tenido un accidente y esto; muerta, pensé.

Entonces oí: "La última parte está incorrecta" y "Pero no te turbes, porque lo tenemos todo en nuestras manos". "Qué palabras mas antiguas utilizan", me dije, no dándome cuenta de que ellos captaban todo. Me fijé ahora un poco más en los que me rodeaban: máscaras cubrían parte de sus caras y delantales como de cirujanos, sus cuerpos. En todo caso yo no podía ver mucho de sus cuerpos, así que me concentré en sus caras. Ojos oblicuos; verde oliva era su piel, salvo que fuera un efecto de la luz remante. No tenían orejas, pero sí una especie de diafragma, como si lo que tuviesen que escuchar fuera muy enrarecido. ¿Tenían que escuchar mucho más que nosotros? A esta pregunta no hubo contestación. Entonces tuve una idea, la idea de gritar nuevamente. Pero el que yo miraba, se me anticipó, y haciendo una mueca puso las manos sobre el lugar donde debía tener sus orejas y me señaló que le causaría dolor. Tan inusitado fue este gesto que tuve que reír, y entonces ellos se rieron también. Es así que se "rompió el hielo". Entonces pensé: "¿Las comunicaciones seguirán siendo telepáticas?"


¿Quién era yo? Para ver que no estaba soñando intenté pinchar mi antebrazo izquierdo con los dedos de la mano derecha, pero algo me lo impidió. Como si lo intuyeran, soltaron mis manos y brazos; después de sacar unas agujas largas que tenía clavadas en mi pecho, pude hacerlo. No, no parecía dormir y estar soñando todo esto. "Deja de pensar en quién eres", oí en mi cabeza. "Incorpórate", ordenó uno de los hombres. Lo hice y luego dejé deslizar mi cuerpo hasta quedar en pie. Di un paso y me desplomé. "No importa", dijo uno de ellos, "te vamos a sujetar con un soporte liviano que ni sentirás", y con esto me hicieron pensar que podía caminar bien.

Los humanoides se sacaron su indumentaria de cirujanos y se pusieron un gorro frigio oscuro como sus cuerpos. "Qué raras sus caras", pensaba yo. Había visto la "crestita" entre las cejas y sus tatuajes en la cara; eran lampiños. No podría decir si usaban guantes o no, pero sus manos eran largas y delgadas. No pude contar los dedos. En eso se acercó uno de ellos y me indicó que sus tatuajes significaban algo. El del mentón era por valentía y el de la mejilla superior por bondad. "Ahora dirígete al otro salón." Comencé a decir "¿por dónde?", cuando un panel se desplazó en la pared del edificio en que estábamos. Era un cuarto en que no se veía nada, ni siquiera unas ventanas para observar a qué altura estábamos, y los humanoides no me habían seguido.

De pronto comenzó un altavoz a emitir con voz fuerte las Bienaventuranzas de Jesucristo, pero de un modo "arcaico". La voz era hermosa pero demasiado fuerte para mí, así que pensé en voz alta: "Es muy alta la voz" y enseguida bajó su volumen. Continuaba la voz, hasta que pensé: "¿De qué vale, si las personas casi no hacen caso a EL". Entonces esa voz se detuvo y dijo: "Gracias; es todo lo que queríamos saber".

Ahora podía ver un poco, así que comencé a examinar la habitación, donde había una consola con muchos pedales. Iba a tocar un pedal cuando se vio un gran resplandor y pude distinguir al "doctor" con una lámpara de Aladino, y una figura que no había visto antes. Esta figura estaba vestida de modo diferente a los otros. Tenía un uniforme tornasolado y era rubio. Expresó: "Soy Turnelde, y me tendrás de compañía". Todo esto lo dijo sin mover sus labios. Yo ponderé el tenerlo de compañía por el resto de mi vida.


Además, me llamó Fenilika, un nombre que yo desconocía. Era de mediana estatura, de modo que si no fuera por su figura estilizada, éramos como hermanos. Después de mirarnos un rato le dije que yo quería saber dónde estábamos y cómo se desplazaba este extraño aparato, porque por fin había descubierto que nos movíamos. No cabía en mi mente que eso fuera un ovni. Primero me mostró una pequeña ventanita circular en el suelo del aparato, que habría pasado desapercibida si él no me la hubiese señalado.


Yo miré a través de ella y me sorprendí al ver el mar muy lejos del ovni; pero ¡estábamos estáticos! "Bueno", dijo Turnelde, "ahora pon la mano sobre este pedal"; yo obedecí, y colocándose detrás de mí con su mano sobre la mía accionó el pedal levemente hacia arriba, y se sintió un leve movimiento, como si estuviésemos en un ascensor, muy suave. Sunch, dijo Turnelde, y yo lo imité seriamente. Y mirando por la ventanita vi cómo habíamos dejado atrás el mundo. "Ahora haremos esto a la inversa", ordenó. Los dos dijimos Sunch juntos y nos reímos de la coincidencia y mirando por la ventanita vimos cómo se había acercado el mundo. "Como una pelota de tenis", pensé, ya que no había necesidad de hablar. ¡Qué lindo era estar con ellos! Pero lo que no esperaba era lo de su mano. Había observado que era arrugada y sus dedos eran seis.

"De todos modos", dijo él, "tú estás completamente desnuda, así que estamos a mano". En mi consternación vi que era cierto, así que de allí en adelante me porté con más decoro. "No te aflijas", dijo Turnelde, "no te haremos ningún daño", y con esto comenzó a llamar a los otros para que ocupáramos las butacas que súbitamente aparecieron.

Íbamos a ver algunos planetas. Cada uno ocupó una butaca y se oscureció el salón. Yo debería prestar especial atención, porque la elección era mía. ¡Qué planetas más desolados! Pasaron uno amarillo, otro apagado y otro que estaba ardiendo, y uno destruido. con bombas nucleares, que no quise ver. Cuando pasó un planeta oscuro todos saltaron de sus butacas como para evitarlo, era bastante real la película. Hasta que pasó un planeta verde-azulado. "Este", grité, "éste es el que quiero ver". Pararon el film. "¿Estás segura?", me preguntaron. "¡Sí! ¡Sí Es el que quiero ver", repetí. "Pues has elegido el planeta del que vienes." "¿El mismo del que vengo? " Y mientras lo ponían de vuelta ellos me decían que me lo mostrarían. Yo agradecí sus palabras sin saber lo que me esperaba. Debimos haber ido a Río de Janeiro primero, en un momento pasamos al Matto Grosso, y en un punto estratégico para ellos bajamos. ¿Cómo?, no lo sé, tan suave fue el descenso. Estábamos ya en Tierra. Dónde y cuándo adquirí un pantalón, no lo sé tampoco. Solamente sé que cuando me cansaba de trotar ellos me tomaban por los codos y así avanzábamos más rápidamente por la senda de un bosque. Nos acercábamos a una catarata y uno de los "Acuanautas" -pues estaban ataviados como para bucear- me instruyó sobre una palabra que yo debería pronunciar si los nativos comenzaban a ser 'molestos: Ben-ham debía ser .la palabra, que traducida significa "País de los Buenos". No lo recuerdo muy bien, ya que no sabía qué idioma "hablaban". Llegamos a un angosto desfiladero que corría entre el sitio en que estábamos y una catarata; yo debería tomar este camino para llegar hasta la catarata. Había un espacio detrás del agua que no alcanzábamos a ver: una gran caverna. Ellos me seguirían. A mis pies había rocas agudas, y lo peor de todo: agua; ¡una correntada formidable!

Me pusieron una escafandra en la cabeza para que no me distrajera mirando a los costados, y comencé a cruzar. Era como caminar sobre una soga estirada en el circo, sólo que más peligrosa, porque había un abismo debajo, no una red. Lo crucé y vinieron los otros detrás de mí. Nos reunimos detrás de la cortina de agua, y para mi sorpresa ví que había dos nativos allí donde la fosa se convertía en caverna.

Uno de los humanoides le dio a uno de los nativos un par de gallos de riña; éste lo agradeció bastante amigablemente, pero cuando los otros fueron a encender unas antorchas, el jefe, que había estado poniendo curare en las juuntas de las flechas, de repente agarró su cerbatana y poniéndole una flecha me señaló. Había adivinado que mi procedencia no era la de los otros y se disponía a matarme. "¡Di la palabra! ¡Di la palabra!", me gritaban telepáticamente los otros. Me acordé de la Palabra justo a tiempo, y corriendo tras los humanoides, seguía gritándola. "Un poquito más y te hubiera alcanzado", dijo Turnelde, que se .habla disfrazado poniendo barro en su cara y manos, sin disimular su enojo.



La caverna se ramificaba en varios caminos. El que tomaron los humanoides fue el más pequeño. Cómo podíamos ver en esa penumbra, es un misterio, y cómo se abrió y cerró la bóveda, también. Los humanoides me dijeron que me quedara quieta, que iban a invocar los "poderes del Más Allá". Dijeron una palabra mágica que yo tome por “Allm” y ví que la otra pared de la bóveda se estaba moviendo. Al agrandarse el espacio, sin pérdida de tiempo ocupamos unos carritos con forma de sarcófago que corrían sobre rieles. Había uno, por persona y cuando estuve lo más confortable que pude en ese espacio tan reducido, un ayudante, con una especie de balín embebido en curare en un santiamén me raspó el brazo. Pensé antes de dormirme: "¡Cómo la avispa siempre gana en esta batalla desigual contra la tarántula!". Pero aquí fue como ganar la mayor distancia en el menor tiempo, así que no me sorprendió la maniobra.

¿Estaríamos cerca de la sierra El Roncador o dentro de ella?, ¿el ruido que hacen estos pequeños sarcófagos es lo que da el nombre a la sierra? Tengo entendido que en un tiempo hubo minas de metales en este lugar. Pero estas dos preguntas son recientes, no pertenecen a ese tiempo. Cuando llegamos, debía estar todavía "groggy", porque corría entre dos humanoides y ellos me ayudaban cuando me caía.


Ahora Turnelde y yo avanzábamos solos. Teníamos que escalar una Sierra, que luego mostró un cráter de diez kilómetros de radio, .con una laguna en él. Después de caminar un poco por sus orillas, Turnelde vio entre los juncos lo que buscaba. Era un gran dogo, grifón o león de piedra, no lo pude determinar. '­Tenía señales de los tres animales, aunque el grifón ya no existe. De su boca salía agua cuando se soltaba un resorte secreto, e~pecie de arete. Nos lavamos la cara y las manos, y nuestra piel de alguna manera no se mojaba. ¿Estaríamos embadurnados con un barniz especial? Turnelde me dijo que yo haría bien en estudiar este lugar, pues algún día podría tener necesidad de él, pero además de que no tenía sol, solamente una especie de semiluz, yo no sabría llegar hasta él. Turnelde usó también el grifón para comunicarse con otro lugar, quizás otra ciudadela o caverna.


Pude verlo con exactitud cuando lo hizo, y esta vez usó un arete rubí de la boca del animal tan insólito que habíamos encontrado;º al rato vino "algo" que se posó sobre nuestras cabezas. Tornando mis manos en las de él y diciéndome que no mirase hacia arriba, me instruyó para que diera un gran salto hacia arriba. Esto lo hice con él, y aunque no llegué tan alto corno él, me arrojó hacia adentro de un umbral que yo, por tener los ojos cerrados, no vi.

Al cerrarse el umbral pude observar que estábamos en un ovni circular, más chico que el otro -que creo fue una nave madre-. Parece que en esta atmósfera éramos más livianos, ¿o quizás era el agua que tomamos? En realidad no lo sabía, corno tampoco en qué parte del mundo estábamos. El asiento en este ovni tenía forma circular, así que sin ceremonias de ninguna clase me senté. Turnelde sacó de un cajón una bocina tipo claxon, un reloj de arena y un prismático más grande que los nuestros y me los dio con las siguientes instrucciones: "Te voy a dejar por unos minutos, pero si algo inusitado ocurre quiero que me llames con este claxon", y lo colocó de manera que lo oyera. "Este prismático es para ti, y el reloj de arena está fijado para marcar la media hora. Si al cabo de media hora no he retornado, quiero que toques el claxon." Y con esto se fue en su miniplatillo volante a otra parte sobre el agua, para reunirse con alguien. ¿Quién era esa persona?, nunca lo sabré.


Tomé mi puesto ahí donde lo podía observar con detenimiento. Se dirigía a un islote en el cielo; ¿pero cómo?, esto no puede ser. ¿Seria que por la bruma reinante, una isla en la laguna parecía. un islote en el cielo? Miré por los prismáticos a través de los excelentes ventanales del ovni circu1ar y observé que era un islote en la laguna, y ... ya había llegado el extraño visitante y se escondía entre las malezas y arbustos de aquel islote. Pero Turnelde no se había percatado de su maniobra. De pronto se encontraron, y había que ver con qué júbilo se saludaron, hicieron un bailecito alrededor de sí mismos y se palmotearon las espaldas, y aunque la distancia era de unos diez kilómetros pude observarlo todo. Estos hombres se hablaban con gestos, y estoy segura de que todo lo que tenían que decirse fue dicho sin una articulación, porque ellos son telépatas. Yo sé que en un momento se refirió Turnelde a mí, porque miraron en mi dirección, y yo me sonrojé. Creía que el visitante me podía ver así como estaba, semidesnuda, hasta que me acordé que yo tenía los prismáticos, no ellos. Luego, cuando se cumplió la media hora, accioné el claxon; Turnelde se despidió efusivamente de su amigo y tomando su miniplatillo vino en mi dirección.

A lo que pasó después se podría aplicar la ciencia de la hipótesis de regresión, y estoy esperando que alguien se adelante y me diga que pasó realmente. Parecería que estuve en el agua con los humanoides como guías, porque un artefacto parecido al que usan los acuanautas fue aplicado a mi nariz y recuerdo detalles sin conexión que enumeraré luego.

Por cierto no fuimos a través del túnel que conduce hasta los nativos. Más bien me inclino a pensar que fuimos por otro túnel, dejando para otra oportunidad lo que falta entre medio. Este túnel era diferente de los otros, y una vez más me transportaban dos humanoides; hasta que me desperté corriendo y vi las paredes lustrosas del túnel. Me volví hacia uno y otro humanoide, pidiéndo encarecidamente que me soltaran un momento para examinarlas, pedido que fue aceptado. Eran suaves y lustrosas, y llevaban en sus envolturas capas de colores en serpentina; pero los hombres se impacientaban, y esto fue lo único que pude observar. Yo pregunto: ¿Qué clase de hombre tuvo en años pasados el aparato que pulía y al mismo tiempo excavó tales túneles? Banderas, banderines y emblemas.


Una vez en el ovni nave madre, ociosamente nos pusimos a hablar de banderas, banderines y emblemas. Ellos habían adquirido un gran conocimiento. Para no extenderme tanto, les' diré que tienen un emblema muy parecido a las banderas de nuestro país y de Brasil, con un hipocampo en el centro. Les indiqué que la bandera argentina era azul y blanca, con un sol en el medio. A esto se mostraron indiferentes, como si ya lo supieran. Entonces se refirieron a la bandera japonesa, con su sol con rayas. ¿Pero a qué sol hacían referencia? Yo no comprendía, por lo que alguien trajo una virgen cita de Luján, e indicando los rayos que salían de su contorno trató de decirme que todos son soles por igual, y que cada uno de los rayos tenía una significación especial, e hizo referencia a la creencia de los Siete Rayos, de la cual yo casi no sé nada. ¿Nos habremos apartado tanto de estas creencias excelentes que ya no las tomamos en cuenta? Se discutió además el significado del caballito de mar: el hipocampo, símbolo del petróleo si es negro, y por ende, fortuna para el que lo descubre. Este no es su único significado, porque esconde también un poder que quizás haya sido utilizado y herculizado en un legado antiguo de extraterrestres. Yo diría que significa fidelidad o amor conyugal o el Padre Dios que cuida a sus hijos.

Luego de esta acalorada "conversación" fui llevada a una habitación llena de mesitas que tenían sobre ellas piedras ordinarias, semi preciosas y preciosas. Comprendí que podía elegir una, pero no me decidía. Al no elegir ninguna me preguntaron qué era lo que quería, y yo contesté: la virgencita. Hubo una rápida consulta y dictaminaron que no me la llevaría. Desconsolada me llevaron a la pieza de máquinas, para probarme con fórmulas. Supe las del agua y del aire solamente; insistieron en que reconociese otra fórmula, pero a los cinco minutos no podía decir cuál era. Luego sacaron un rollo de la pared; contenía unas veinte palabras escritas en letras grandes y modernas. Pretendían que yo memorizara su contenido y su significado. Después de un rato dije que no aprendería eso. No me dieron tiempo a decir más. "Entonces cómetelo", me gritaron. Lo enrollé, me lancé a probarlo y tuve una agradable sorpresa: era comestible. Parecía lo que llamamos "barquillos" en la Argentina.

De todos modos, aunque dije que me olvidaría las palabras, actualmente tengo en mi poder una veintena de ellas para mostrar al incrédulo. ¿A qué clase de examen me someterían ahora? Pero los hombres se tuvieron que ir, así que quedó Turnelde solamente. Él me mostró algo que no sospechaba. Debajo de una de las butacas, cuando la hizo girar sobre un riel redondo, apareció un gran círculo. Corriéndolo hacia un lado con algún dispositivo reveló lo que estaban haciendo los hombres: había otro salón abajo, lo bastante grande para jugar un juego con raquetas de mango largo y una pelota no común, cubierta de plumas.

"'Dejemos que los humanoides se diviertan un poco!", pensé. 'No sabía lo que me esperaba todavía! Dos humanoides femeninas, aparecieron con sus anotadores y lápices, que por supuesto eran más veloces que los nuestros. Ellas eran (..) de piel cetrina, pero una lámpara especial las hacía parecer verdosas. De los otros había menos; eran los superiores, los Soudanese Val-hánistan, quienes eran más de mi tipo.

Turnelde me las presentó, diciendo que me querían hacer al­gunas preguntas, y al mismo tiempo me advirtió que me olvidaría de todo lo que me estaba pasando. Yo ponderé sus palabras y protesté, hasta que las chicas las repitieron. ¿Había algo de verdad en lo que dijo? Las chicas me hicieron algunas preguntas, a las cuales contesté mecánicamente. ¿Ya estaríamos por llegar? Pero ¿adónde? Noté que el Sol se ponía, y me di cuenta de que ellos estaban esperando algo, no estaba muy segura. Efectivamente. "¿Ves ese pescador?", me preguntó Turnelde, y sin esperar a que contestara, dijo: "Estamos esperando que empaque sus cosas y se vaya". Yo seguí extrañada. El pescador estaba sobre su silla de lona, en un pequeño espigón de un lago o de un brazo de mar, y nosotros podíamos verlo, pero él no. "¿Cómo es que él no nos ve?" Tenía una línea extendida y flotaba en un bote sobre el agua.

Cuando se fuese algo ocurriría pero no podía imaginar qué.

De pronto Turnelde ordenó a uno de los otros seres que buscara algo. Dijo (y esto -pensé- no lo olvidaría ~omo las otras palabras): "ein matomeramque zuei manitolmeranque" y mirando hacia el otro lado del ovni vi un espectáculo que revolucionó mis sentidos: ¡Era mi esposo, Roberto, y estaba rodeado de acompañantes! Parte de su indumentaria se le cayó entonces. Distraídamente dije que él necesitaba un alfiler de resorte. Los extraterrestres me preguntaron cuál era su significado. Yo, todavía distraída, di la explicación. Escuché como en un sueño cómo Turnelde me decía que yo estaba vestida de igual forma, que por qué no me fijaba. Un burlete blanco envolvía todo mi cuerpo. ¡No lo quería creer! "Ahora nada será igual, adiós, mi Utopía", y finalmente, volviéndome hacia Turnelde, pregunté: "¿'Zahora qué pasará?". "Nada, pero olvidarás todo", me contestó.

Secretamente resolví que no olvidaría. Mientras tanto Roberto se acercaba a mí. "Cómo te va", me dijo.

Yo, hecha una furia, me deshacía por acordarme todos los de­talles de lo que había sucedido, hasta que el ayudante se acercó con un vino o algo así. Ahora SI me quena Ir. Me quería ir para decirles a todos lo que había acontecido, y Turnelde sabía esto, así que mientras yo protestaba que no habíamos tomado el té ni cenado él me dijo con una pizca de picardía en sus ojos: "Esta bebida los reconfortará para el viaje que tienen que emprender".

Entonces pasó lo increíble, lo indecible: mientras nosotros aceptábamos unas copas de cristal, hundidos sus sostenes hasta la mitad en la bandeja agujereada, y una de las Valkolets tocaba una pieza que por su sonido recordaba un toque de queda, mirando hacia el sol Turnelde se volvió transparente, y una luz rojiza vino de El y nos envolvió a todos nosotros.


"Qué parecido al Sagrado Corazón", pensé yo, ~ "ahora nada será igual". Yo amaba a Turnelde con toda mi alma en ese momento, y ¿qué fue lo que dijo? "/eh Tan~e lept, ze~ Tan.n.e siurt. " Pasaron muchos años antes de que tuviera una Idea de su significado. Traducido es: "Yo a Dios adoro, yo a Dios sirvo". (Ver el libro El oro de los Dioses, de E. V. Daniken.) Fue mi esposo quien rompió el encanto del momento, cuando inconscientemente dijo: ¡Qué cocktail bárbaro! Yo no habla tomado el mío todavía, tan apabullada estaba pensando y admirando. Pero como Turnelde me estaba vigilando, muy a pesar mío lo tuve que tragar. Era espeso y dulzón, Y, no era ningún cocktail. Era un específico. ¿Que efectos tendría sobre mi atormentada mente? Entonces comenzó el canto del gallo. No podía ver a ninguno de ellos cantándolo. ¿Podría ser un disco o una cinta? Nos llevaron a la entrada de la nave. Ahora sí me quería ir Y no seguir escuchando ese gallo deschavetado cantando.


Todos comenzaron juntos a clamar "¡Jumisay! ¡Jumisay!", cantaban en la entrada de la nave Y lloraban fingiendo estar tristes, nos palmoteaban las espaldas. Cuando yo, decidida, me acerqué a la entrada, di media vuelta y dije que no bajaría. El miedo se apoderó de mí; el Doctor tomó mi brazo Y me llevó a un lado, Y me habló de este modo:

"Ahora ya se ha ido el pescador, pero no podemos estar seguros de que no volverá; es por eso que estamos tan alto en las nubes. Bajaremos un poco más y no tendrás que temer nada, dos de nuestros hombres los acompañarán, tomando la trasera, sobre el camino de luz. ¿Te acuerdas una palabrita corta que usamos muy a menudo?". "Sí, le dije". "¿Y te acuerdas cómo vibrábamos?". "Sí, así", contesté. "Bueno -dijo-, de la misma forma lo harás tú ahora para ti Y tu esposo", Y "[No temas, no temas!", fue el resto del mensaje.


Fui la primera en poner pie sobre la escalera de 'luz sólida, y sin mirar atrás llegué hasta unas piedras chatas que se asomaban sobre el agua, que por algún motivo estaban secas a pesar del agua. Llegué a tierra firme y vi a los dos humanoides ayudando a mi esposo. Tenían dificultades con él, pero no se me ocurrió pedir ayuda al Cielo. Solamente quería vengarme de ese maldito Gallo Lesco -que era el nombre de uno de los hombres, y Roscoe el del otro- y una vez en la playa uno de ellos marchó en busca de nuestras ropas que estaban intactas dentro de bolsas de polietileno o algo similar. "Primero saquen toda la ropa de las bolsas, porque éstas se autodestruirán en tres minutos", dijo. Efectivamente, después de tres minutos ya no quedaban bolsas, pero tampoco quedaban las tiras de burlete.

Como yo me vestí rápidamente, miré dónde puse la tira de burlete que me iba a llevar, y ya no estaba. Una tira que había guardado en la mano corrió la misma suerte. Se derretían ... no podía llevar pruebas. Fui más lejos aún, me adelanté a mi esposo, que estaba batallando con su camisa, y me introduje en una especie de bosquecillo. Allí encontré plantas "cola de caballo", arranqué algunas y me fui a la playa para ver qué estaban haciendo los humanoides. Los dos estaban tirando piedras chatas con toda su alma al agua, y las hacían rebotar, cinco, seis, siete veces, gritando: "[Así es como nosotros viajamos! ", Yo levanté una piedra chata con mi mano derecha y la tiré con toda mi fuerza, pero hizo un ¡plop! y se hundió. Roscoe, que estaba mirándome con atención, de golpe me dijo "( ... )la mano izquierda", y descubrió toda esa cola de caballo. ¡Qué amargura¡ En esta ocasión me sirvió un buen reto, del cual no entendí nada pues todo fue dicho en su idioma. Fui a ver qué tal estaba mi esposo y lo encontré todavía vistiéndose. Ya oscurecía y yo necesitaba encontrar algo que los humanoides no detectaran. No había nada en ese lugar. Finalmente arranqué hojitas de sina-sina (hoja compuesta) y las escondí en mi mano izquierda, pero antes me puse bastante en e! cabello. Como tenía el cabello con permanente se adhirieron muy bien. Luego para despistar volví adonde estaban ellos. Estaban sacando la línea que había puesto el pescador, y de su bolsillo sacó Roscoeuna señuela: la señuela del hipnosis, poniéndola en e! espinel, y finalmente e! otro enganchó un dentudo bastante putrefacto que habían encontrado en la playa; icómo se reían de sus travesuras!

Ahora estábamos todos listos. Los humanoides se pusieron .los cinturones al revés, dejando ver que tenían muchos frasquitos de esos que usan los entomólogos, y comenzó una larga caminata hasta que llegamos a un lugar donde era necesario cruzar un zanjón. Antes habíamos ido en fila india, pero por miedo a perdernos o no sé por qué razón ahora necesitábamos asirnos de la mano. Yo me acordé de las hojitas que llevaba y traté de ser la última a la izquierda de la fila. Pero eso no les convenía a los hombres. Me agarraron entre los dos y, sospechando, me forzaron a abrir las dos manos Y ¡ahí se descubrió el trueque! Uno me soltó y me sacó las hojitas, aun las más pegadas entre los dedos; después me zarandearon hasta provocarme casi un desvanecimiento, y para aliviarme Lesco me dio una bocanada de su aliento, que olía a chinche del campo. Al mismo tiempo noté que se había puesto como un tomate, y su torso también. Descubrí entonces que cuando se enojan o apasionan se ponen rojos, y su cara era terrible de ver; la furia personificada. Fue aquí que momentáneamente no miré dónde pisaba. Había barro y mis sandalias de gamuza sufrieron las consecuencias.



Una vez cruzada la zanja llegamos a las líneas de un ferrocarril, y Lesco fue a buscar algo que resultó ser una zorra. Todos nos acomodamos sobre ella y así viajamos hasta aproximarnos a nuestro coche. Cuál fue mi sorpresa cuando resultó no ser nuestro coche, sino el de la policía. Los humanoides nos hicieron a un lado con gran ceremonia, y armándose de unas varitas de metal dijeron: "¡Rama! (vi) ¡manna! ¡chick! ¡chick! ¡chick!", mientras con la mano vacía hacían unos chasquidos. Vimos cómo se disipó la imagen del coche de la policía y "abajo ¡estaba nuestro Volkswagen! El gran resplandor tardó un rato en desaparecer y luego nos despedimos. Nos recordaron que "Los primeros serían los últimos, y los últimos serán los primeros". Veríamos una señal cuando pudiéramos partir.




Esperamos en el coche con los ventanales cerrados como nos habían dicho. Yo me impacientaba, e iba a bajar uno de ellos, cuando hubo un gran estruendo, las luces del coche se encendieron y el motor se puso en marcha. Nos apresuramos por la carretera que conduce a Pinamar. No nos encontramos de vuelta a Pinamar con ningún coche. Pero no fue R. quien lo guió, aunque a él le parecía que sí.


¿Quién, entonces? Al llegar -en cerca de quince minutos- ahí estaba mi hija con su amiga. Se hablan Juntado algunos jóvenes, ella estaba angustiada; todos lo estaban. ¿Dónde habíamos ido? Por temor a que mi esposo contara algo yo me adelanté diciéndole a ella que en la mañana hablaríamos, que no fue nada, y que ya habíamos cenado. Lo aparté a Roberto y nos fuimos a dormir. De allí en adelante no recuerdo nada, y a la mañana siguiente tampoco nadie se acordó de esta odisea.

Desperté tarde por la mañana. Ese gallo abominable me había despertado, y el sol que entraba por una ventana mal cerrada me daba en la cara. ¿Pero quién era yo? Sentada en la cama con la cabeza sostenida por mis manos traté de recordar. Estaba totalmente desnuda, y dando la vuelta en la cama camera vi a un hombre. Él estaba como yo, totalmente desnudo' era mi esposo. "¡Dios mío!", exclamé. "Si esto me sigue pasando: tendré que ir a un médico." .Es claro, yo recordaba que algo similar me habla pasado lejana y recientemente, pero no recordaba de qué se trataba. Miré mi ropa sobre la silla. ¡Qué ordenada estaba!, y las sandalias, ordenadas pero embarradas. ¿Donde las había embarrado?, si no llovió más que un chaparrón en todo ese tiempo ... Las ropas de Roberto estaban igualmente ordenadas sobre otra silla.

Sentía un dolor en el ombligo y me levanté para ir al baño. Decidí tomarme un baño completo; me sentía pegajosa, 'como SI hubiera transpirado mucho. De vuelta del baño noté en mi lado de la cama muchas hojitas de sina-sina, pero permanecían mudas y nada me decían.

Me puse la malla debajo de mi vestido de verano y fui a desayunar: Dejé que Roberto durmiera, En la playa habría bastante tiempo para hablar de lo que habíamos hecho ayer. Lleve un libro a la playa, la sombrilla me protegía del sol quenecesitaba para leer. Fue el libro de Gerald Durrel Mi familia y otros animales; hice varios intentos para leer pero aparecía una mancha roja en cuanto fijaba la vista en la hoja. Traté de comprobar si la veía en las cosas que me rodeaban; en efecto, apareció sobre la arena cerca de mí -tenía forma de pelota de rugby- y también en el horizonte, sobre el mar, las arenas y las carpas. "¡Dios mío!", dije, "tendré que ir al oculista".

No los abrumaré con detalles como éste. Sólo agregaré que al día siguiente, al ir al pueblo de Las Armas descubrí que tenía una mancha negra como un magullón en mi brazo izquierdo, y debajo de ella había cuatro más, y las yemas de mis dedos estaban doloridas, como si alguien las hubiese punzado. También encontré sobre mis pantalones pied du poule varias manchas de barro; además, el síntoma de la gran pelota de rugby roja fue lo último en desaparecer, ya que la tuve delante de mí durante dos meses.

El desasosiego y la nostalgia también invadieron mi ánimo en forma permanente a mi regreso a Buenos Aires; allí estaba el coche de la policía en su acostumbrado lugar. Recordé lo que había pasado; Roberto no quiso nunca más comentar el suceso, pero yo sí, sin saber a quién. Afortunadamente y recién después de 4 meses, cuando leí los datos sobre Betty y Barny Hill, en el caso ( ... ) de los Estados Unidos; vi algo de similitud en nuestras experiencias; además leí en Crónica de Akakor que los habitantes del planeta Swerta, que cuenta Tatunca Nara, tienen seis dedos. Este relato significa para mí no una derrota sino un triunfo. Así quiero contárselo a ustedes.


Termina aquí la narración de Hilda Torper, a quien sometimos a muchos exámenes hipnóticos y siempre nos narró lo mismo. El relato es alucinante, extraño, raro y parece fuera de toda lógica. Pero ¿quién tiene realmente la verdad? ¿Somos dueños de la verdad - verdad? Ella está aún traumada por su experiencia, que paulatinamente ha ido recordando con lujo de detalles.





The UFO Plague of Brazil a.k.a "The Brazilian Roswell"(Pt.4)

1 comentario:

  1. Recien acabo de leer este relato en OVNIS Y CIUDADES INTRATERRESTRES de Zerpa, impresionante.

    ResponderEliminar